ESPECTáCULOS › CUANDO LOS SANTOS VIENEN MARCHANDO, DE ANDRES HABEGGER

Una orquesta que sabe cómo afinar

El documental elude los peores clichés del género para contar una historia de pibes carenciados dedicados a la música.

 Por Horacio Bernades

En contra de la tendencia predominante, Cuando los santos vienen marchando es uno de los escasos documentales argentinos en los que la atención por lo social no lleva a descuidar la forma, la estética, lo que es más propio del cine. Producida por Zafra Difusión (la productora de David Blaustein, realizador de Cazadores de utopías y Botín de guerra), la película dirigida por Andrés Habegger erradica vicios como la voz en off y practica una rigurosa variante de cine directo, en el que las habituales bajadas de línea son reemplazadas por la elocuencia de los simples hechos.
El film de Habegger –que anteriormente había realizado la más que correcta (h) historias cotidianas– se ocupa de una experiencia tan infrecuente como modélica: la constitución de una orquesta sinfónica integrada por chicos de la villa. Se trata de la Orquesta Infantil de Villa Lugano, constituida en 1998 en el marco del programa educativo conocido como ZAP (Zonas de Acción Prioritaria). Coordinado por un egresado del Instituto Chaikovski de Moscú y con músicos de la orquesta del Teatro Colón como profesores, el proyecto integra a los habitantes de la villa de emergencia de la zona, así como a chicos de los monoblocks y otros estratos no tan carenciados. Obviamente, la atención de Habegger se dirige sobre todo a los más pobres, en general hijos de inmigrantes de países vecinos, con predominio de bolivianos, peruanos y paraguayos.
“Pensaba que como somos de Bolivia no les iban a dar esa oportunidad a mis hijos”, dice uno de los padres. “Antes de que mi hijo empezara a tocarlo, yo no sabía lo que era un corno”, asegura otra mamá. “¿Cuál es la fa?”, le pregunta una nena al hermanito, refiriéndose a la nota de ese nombre, mientras otra nena señala que al principio les costó más aprender, porque no sabían leer. Como la importancia del proyecto está suficientemente clara, Habegger tiene la delicadeza de no subrayarlo con declaraciones rimbombantes o demasiado explícitas. En oposición a las tres D que dominan el documental político-social en la Argentina (lo demostrativo, lo declamatorio y lo discursivo), el director y coguionista de Cuando los santos vienen marchando hace lo que todo documentalista auténtico debería hacer: filma los hechos pelados, sin empujar conclusiones.
Así, el espectador irá conociendo, de a poco, a maestros, alumnos y a los padres de éstos. A quienes, muy acertadamente, el realizador muestra en el desempeño de su oficio, ya sea un taxi como un taller de calzado. Habegger reniega sistemáticamente de entrevistas a cámara y, como la peste, del relato en off omnisciente y explicativo. Si a Cuando los santos ... le cuesta crecer es por ciertas carencias específicas, puntos muy concretos que a Habegger parecen habérsele escapado de las manos. Problema número 1: la gente que aparece ante cámaras no llega a constituirse como personajes dramáticos. Para ello se hubiera requerido un seguimiento más a fondo de cada uno, así como identificarlos por su nombre, único modo de que el espectador pueda relacionarse con ellos.
Problema número 2: Cuando los santos... carece de curva dramática. No llega a percibirse con la claridad necesaria el proceso de aprendizaje de los chicos (lo ideal hubiera sido que se los viera al comienzo de su aprendizaje y más tarde, cuando ya sabían tocar sus instrumentos). Sólo muy tardíamente (a la hora y pico) surge ese recurso dramático clásico para darle una dirección a esta clase de historias, que es anunciar el inminente debut de la orquesta. Si bien la película termina con todos los chicos tocando nada menos que en el Teatro Coliseo –lo cual debería haber permitido una fuerte conexión intelectual y emocional por parte del espectador–, esa conexión no llega a producirse, por las insuficiencias precitadas.
A pesar de ello, Cuando los santos... constituye una prueba concluyente de que es posible filmar un documental que haga eje en cuestiones sociales, sin que por eso esté rodado y armado de cualquier manera y sin caer en el panfletarismo habitual. Los cuatro bellos travellings laterales que abren el film, y su simetría con otros tantos que lo cierran, demuestran que Habegger sabe lo que quiere, y tiene con qué. Convendrá seguirle los pasos.

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El centro del desacartonado documental es la Orquesta Infantil de Villa Lugano.
 
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