ESPECTáCULOS › LOS EXTRAS DE TV, UNA VARIABLE DE AJUSTE EN MEDIO DE LA RECESION

El otro lado del sueño de pertenecer

La crisis golpea fuerte al gremio que mira de cerca y de lejos el mundo de las estrellas televisivas. “No te pagan, te pedalean, te estafan en agencias truchas y hay mucha envidia”, se quejan quienes anhelan los 15’ de fama que pronosticó Warhol o el autógrafo de un famoso.

 Por Julián Gorodischer

El extra espera y murmura por lo bajo: “que esta vez me toque”. Llegó a las tres a esta bolsa de trabajo del Sindicato de Extras, que convoca a 150 personas cada día, y sabe que seguramente no se moverá de este banco sin respaldo, en este salón repleto, hasta la noche. El extra mira al planillero –el repartidor de bolos– con su mejor sonrisa, pero después “canta” su verdad: “Estamos hartos”. La mujer, a un costado, recuerda los tiempos mejores de “A pleno sábado”, designada para aplaudir en la tribuna, gritando como una loca por cada grupo bailantero, por cada solista pelilargo, pero eso era antes. “Hace cuatro meses que no trabajo”, dice Berta Torre Alday, con su hijo Axel a un costado, allí clavados desde el mediodía. Si al menos lo pudiera ubicar al chico en “Son amores” o “Mil millones”, pero a esas perlas todos las codician, y la competencia es mucha. “Y si no sos amigo del planillero...”, concluyen los extras, mirando de reojo y hablando bajito para que la crítica no se escuche.
Extras desesperados se lanzan a las escaleras en avalancha, suben por el atajo, saltan de a dos los peldaños y aclaran al cronista: “Si no me pagan, no hablo”. Hay que lograr el mejor lugar, en el banco frente a la Oficina de Extras. En pocos minutos, la puerta se abrirá, y de allí saldrá el planillero a recorrer las caras y los cuerpos con la mirada. Hay que estar cerca si se quiere un bolo. Hay que decir: “cómo le va señor, que tenga un buen día”, o hasta traerle un regalito, un señalador, un jazmín: comprarle el bolo. O hacerle saber la desesperación: llegar con el hijo con fiebre, con el telegrama de despido del marido. “Si alguien llega muy mal, si hay enfermedad de por medio, se le da un papel”, asegura un directivo y, por eso, la lista de afecciones, en el lugar, se multiplica.
Con la crisis, las horas pasan y el “vos, vení” del planillero nunca llega. Y si llega, hay que estar dispuesto a todo. “Me hipnotizó Tu Sam Hijo en ‘Memoria’ –dice Nelson Sánchez, en un rincón del Sindicato–, nos acostó sobre dos caballetes, y pedía: duros, duros. Por suerte, era con máscaras.” Los programas de ficción son cada vez más remisos al desembolso del bolo de 23 a 27 pesos diarios. “Rebelde Way” acaba de dar el último batacazo: escuela de galancitos para usarlos como extras, sin pagar un peso, ofertando fama o expectativa de “entrar al elenco”, y el extra se queda afuera. Entonces, hay que acostumbrarse a novedosas incursiones a tono con la tele de alto impacto: aplaudir en la tribuna, confesar abuso o infidelidad en un talk show, ser hipnotizado o, la más divertida, ocupar la butaca del famoso. “Tenía que llenar los lugares vacantes en la entrega de premios Carlos Gardel –cuenta Diego Linache, de 23–. Cada vez que un artista se levantaba, allá iba yo. Quiero sentirme uno más, del palo. Quiero conectarme y hablar con gente importante.”
“La otra vez pintó un dato –revela Sergio D., de 25–; unos rusos querían comprar dólares. Fuimos a hacer la cola al banco porque lo que importa es facturar. Si me ponés el billete, voy y pinto una pared. Trabajé como vendedor, cadete, albañil. Ser extra es duro: no te pagan, los dirigentes de tu sindicato te pedalean, te estafan en agencias truchas, la bolsa no funciona como debería y hay mucha envidia.” Aquí, en esta espera en el Sindicato, todos confiesan el desliz: haber creído en la agencia trucha. Instancia obligada, traspié revisitado por el extra, la estafa se cuenta con las mismas anécdotas: les sacan fotos, pagan por las fotos, nunca vuelven a saber nada. “Me daba cuenta de que era una chantada –recuerda Nélida Rodríguez, justo en la puerta que abrirá, en breve, un planillero–, pero tenía tantas ganas que me autoconvencía. Mi ilusión es hacer un papel en una telenovela, que me vea un productor y me haga famosa, que me diga: porque lo hiciste bien, vas a trabajar con nosotros”.
Pertenecer, “trabajar con nosotros”, entrar a la tele: fantasías que todo extra reconoce. Nelson le dio un beso a Catherine Fulop y todavía larecuerda como “una excelente persona”. Berta llegó a intercambiar una línea de texto con Moria en “Buenos vecinos” y aún la paladea: “Hablar con la artista –dice–, eso es lo que más me gusta”. La espera-calvario ofrece, a cambio, la expectativa de triunfo: ganarse el status de famoso, ganarse el cielo. Alberto Chaffetelli fotocopia sus autógrafos, ahora que lo reconocen como el Larry de “Todo x 2 pesos”, y los entrega, gustoso, en la puerta del canal. Se planta y espera que le digan “vos sos Larry” o le canten un poquito de la canción que le dio la gloria: “Llamen a Moe, que Larry está en cualquiera, sale con gatos y le da a la ginebra”, con música de Soda Stereo. “Acá en el Sindicato nos conocimos con el Doctor Dyango (otro personaje de “Todo x 2 pesos”) –cuenta–, fuimos compañeros por más de veinte años. Acá nos eligieron para el programa, y llegó la suerte.” Dejar atrás el anonimato del bolo junto al capocómico (Marrone, Biondi, Olmedo), pasar a ser un nombre propio (Larry), y volver a la espera, ahora que hay recortes y su personaje quedó afuera del ciclo de Canal 7. Volver a persuadir al planillero de la necesidad de hacer justicia y elegirlo a él, un famoso que hasta tiene una nota suya en la “TV Guía” bajo el brazo. Cuenta un planillero que en aquellos viejos tiempos el Sindicato se llenaba de cholulos en busca del beso de Moria, del consejo para jóvenes de Norma Aleandro, y la espera era una fiesta matizada con anécdotas: el que recibió un pañuelito de Susana, la que fue a cenar con Pablo Rago, el que dejó un currículum en Pol-ka y ¡se lo aceptaron! Allá lejos y hace tiempo el extra armaba su reunión social y hasta se daba el gusto de elegir: ¿clienta de “Buenos vecinos” o caminante en “Campeones”?, proponía el planillero, y era cuestión de pensar en el autógrafo que se quería conseguir. De esa euforia, la de codearse con estrellas, no queda nada: ni la euforia, ni el codeo (“nos separan, nos aíslan”, dicen) ni las estrellas desterradas de la tele. “Lo tenía todo –recuerda Berta Torre Alday–: hasta me dieron un personaje en ‘Buenos vecinos’. Ahora, una se queda sentada todo el día y se va con las manos vacías. Si llega el bolo, nos separan de los artistas y nos dan, con suerte, un café frío.” Termina el día y ella, como los otros, no obtuvieron nada. “Es así –dice– y lo peor es que una se acostumbra.”

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La bolsa de trabajo del Sindicato de Extras convoca a 150 personas cada día.
La mayoría son desocupados, pero hay también cholulos que quieren ver de cerca a sus ídolos.
 
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