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Contra-cara

Por ricardo aronskind*

En 1993, la convertibilidad parece imbatible. Riqueza fácil para todos. No la logran los fracasados de siempre. Ese glorioso espíritu de dinero que circula y gente que se enriquece se expresa gráficamente en la revista Caras. Polo encuentra la revista en la peluquería de su fracasado peluquero, y se abre un espacio desconocido a investigar: “los ricos”, los millonarios, los exitosos, los que salen o podrían salir fotografiados, mostrando casas, joyas, autos, etcétera. El ingreso al fascinante mundo de la riqueza no puede ser más decepcionante: allí donde tenía que estar esperando la felicidad, la salvación del país hundido y caotizado, sólo aparece cierta miseria, cierta sordidez, cierta mezquindad.
Pero tienen dinero, probablemente millones, y acceden –sin pudor– a posar y hablar para “el” medio, la TV. Pero el contexto no es Caras, puente de unión perfecta entre dadores y consumidores de imágenes de opulencia y felicidad. Es El otro lado, donde el escenario no es de festejo de la “realidad” millonaria sino de exploración en un mundo de historieta, tan ficticio como la realidad. “Detrás de cada fotografía y de cada fortuna había una historia”, predice Polo, y va al encuentro. Y encuentra humanos carcomidos y gastados por otras aristas de ese maravilloso mundo de la riqueza que fluye generosa. Gente que ha llegado a tener “plata” de diversas e imprevistas formas, o que la mira pasar temblando, como los operadores de Bolsa. Y la plata los pone en el difícil compromiso de estar a su altura, quizá construyendo un techo con campanitas, usando un sombrero texano o una limusina para circular por la ciudad. Parece que es realmente difícil ser millonario y eludir el ridículo, pero en realidad no lo sabemos, porque no estamos allí. Las declaraciones formales de los entrevistados expresan crudamente parte de su verdad, de su pequeñez, tan parecida a la de tantos y tantos desamparados que no suelen contar millones. El programa descoloca. Quisiéramos esquemas previsibles, pero salimos confundidos. Hasta Polo es sorprendido: “Lo importante es el afecto”, le dice –inesperadamente– uno de los entrevistados. La ciudad es compleja. La felicidad dorada sólo existe para los que la miran desde afuera. Entonces, ¿no sería mejor que en las peluquerías podamos leer historietas?

* Economista y sociólogo.

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