ESPECTáCULOS

Y en la televisión también

Por J. G.

Su teoría de “la agenda” la concibe como instrumento para una revolución cultural en cada hogar. Si hasta ahora era un género depreciado, Lupo pretende, en Agenda (Canal á, jueves a las 19.30), llevarla al protagónico absoluto. La agenda de Lupo es productiva (incita al consumo cultural), y a la vez funciona como síntoma (del declive en el rock post Cromañón, por la falta de anuncios de bandas). Su agenda es vivencial, se basa en impresiones del cronista y reivindica las zonas blandas de la información, desterradas del noticiero. Pero, sobre todo, lleva una toma de partido sobre el mundo. “Toda agenda debe ser democrática”, dice. “Debe dar oportunidades a los jóvenes. Y homologar a Berni con el que pinta por primera vez.” Dice que enfatiza lo nacional porque a igualdad de oportunidades prefiere lo conocido. Y que aunque no puede sacarse de la cabeza a Woody Allen, “él ya tiene quién lo difunda”. Segundo paso, entender la cultura en su sentido ampliado. “Para mí hay cultura en el trabajo del tatuador o el jardinero. Me detengo ante la tarea del jardinero en un arbusto de la Biblioteca Nacional y miro, y miro...”
–¿Y por qué enfatiza la necesidad de transmitir una vivencia?
–Hay que ir a una exposición de Berni, de Cartier Bresson, para que el habitante de Tierra del Fuego sienta que estuvo allí. La consigna es tomar planos de los cuadros desde varios ángulos y unirlo con la poesía. Es fotografiar la fugacidad a través de un lenguaje poético. La vivencia es un motivador para un encuentro con el arte, tan raleado en la TV argentina. Es el fenómeno más interesante para producir una revolución cultural en cada hogar.
–¿El hacedor de agendas es un cronista opaco?
–No opaco, pero tiene la humildad de creer que lo que importa es la obra, no el emisor. La transmisión en sí es una performance estética: retratar como artista la obra de Berni para que llegue a más gente. Yo desmitifico el rol del informante: Roland Barthes pide terminar con esa idea del crítico mandarín que dictamina qué es bueno y qué es malo. La obra dice cosas distintas a un mismo Hombre con mayúsculas.
–Si tuviera que hacer una crítica de las agendas de la gráfica...
–A veces noto que falta información sobre el alma del evento. Falta un modo poético de entusiasmar, conectar con creadores desconocidos... Y en las de los suplementos juveniles domina el rock, pero lo entiendo como una reacción a la marginación que recibe en otras zonas. Todavía los adultos lo asocian a violencia y droga. Allí la agenda libra una batalla. A su vez, es un lugar en el cual se puede leer la realidad cultural devastada. Los músicos se quejan de que no tienen espacios para tocar. Hay una caza de brujas y se pasó al otro extremo: si un inspector autoriza, lo echan.
–¿Cómo completaría el manual de la agenda cultural?
–Que respete proporciones y equilibrios para que haya igual cantidad de minutos para todas las disciplinas. Y que frecuente el chiste como una forma de desacralizar y mostrar que el arte puede hacer feliz a la gente. Si sirve para algo, deberá dejar una sola cosa en claro: es vieja la idea de dividir lo trascendente del esparcimiento.

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