PSICOLOGíA › ACERCA DE LA ADOPCIóN

“No es el dinero, sino el deseo”

 Por Silvia Iturriaga *

En el imaginario social sobre la adopción hay un esquema según el cual mujeres o parejas económicamente fuertes, incapacitadas para reproducirse, se acercan a mujeres pobres para quedarse con los hijos que éstas paren. Esta imagen determina dos subjetividades bien diferentes; la de la “pudiente” económicamente, y la que no puede quedarse con su hijo y debe cederlo. Una es víctima y la otra victimaria. Una decide y actúa voluntariamente, tiene dinero y entonces puede y la otra, por carenciada, es arrasada por las circunstancias que deciden por ella. Es la típica escena de la pareja de las ciudades que viaja a las provincias, o de los extranjeros que llegan al país para llevarse chicos, o de la dueña de casa que convence a su empleada doméstica embarazada para que le regale el bebé a ella o a alguna familia amiga. En cualquiera de estos casos la dicotomía se mantiene: de un lado el que tiene y del otro el que no. Y aquello que marca la diferencia, en este imaginario social, siempre es el dinero.

Se dice por ejemplo que en estas situaciones el chico adoptado va a tener mejores condiciones de vida, más oportunidades para desarrollarse, un medio más propicio en el que crecer... y todo esto gracias a que la nueva familia tiene dinero y puede, mientras que la de su origen biológico es pobre, no puede ni tiene.

Pero hay otros casos sociales, relacionados con la adopción, que no pueden ser explicados por la dicotomía “rico pobre”. Por ejemplo, el de las mujeres de buena posición económica, con un fenotipo asociado a las clases altas –pelo claro-ojos claros-piel clara–, que quedan embarazadas, a veces con cierta regularidad, y venden los bebés, o que venden óvulos.

Esa dicotomía tampoco puede explicar cómo hay tantas mujeres, económicamente muy pobres, a quienes la cesión de un hijo ni siquiera se les aparece como posibilidad. O por qué una mujer cede un determinado bebé pero, en otro momento y sin que haya variado su situación económica, decide conservar y convertirse en madre de otro. Tampoco encuentran lugar, en esta explicación, los casos de familias humildes que adoptan bebés.

Propongo la idea de que entre una mujer que cede un bebé y una persona que quiere recibirlo y hacer de él un hijo hay realmente una distancia, pero que lo que una tiene y la otra no, eso que marca la diferencia, no es el dinero, sino el deseo. Deseo de tener un hijo, deseo de ser mamá. Es verdad que, en muchos casos, cuando un bebé es adoptado se le abren mejores posibilidades en la familia adoptante, pero no porque los recursos económicos sean superiores que en la de origen, sino porque se le brinda es la posibilidad de ocupar un lugar en el deseo de alguien.

Se me impone la pregunta de por qué tiene tanta pregnancia la explicación económica de la adopción, cómo es que sigue sosteniéndose esa teoría que deja sin explicación tanta casuística. Pienso: si se necesita armar toda una construcción para disculpar a una mujer que decide entregar a su bebé después del parto, es porque en algún lado se la culpa. La idea de que una mujer pueda no querer ser madre del bebé que engendró aparece como tan revulsiva que es necesario negarla y sostener en cambio que quien recurre a esa práctica lo hace en realidad porque está obligada, porque las circunstancias se lo imponen. No es que no quieran ser madres, quieren pero no las dejan: ése parece ser el concepto tranquilizador.

Y creo que este mismo concepto funciona en otros campos, por ejemplo en el del aborto. Aceptar que una mujer embarazada, por el motivo que sea pueda querer deshacerse del embrión en lugar de transformarlo en hijo es aceptar que una mujer puede no tener deseo de hijo, incluso en estado de gestación. El concepto de deseo lleva a marcar diferencias: estar embarazada, donar semen u óvulos, alquilar un útero son acciones que pueden concluir en el nacimiento de un nuevo ser. Ser madre o padre es otra cosa.

* Psicoanalista.

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