PSICOLOGíA › ACERCA DEL CUENTO “LA INTRUSA”

“Sin saberlo, estaban celándose”

POR LUIS KANCYPER *

En “La intrusa”, Borges logra suscitar en el lector una particular satisfacción, porque se cumple en este cuento una serie de fantasías secretas, reprimidas, que subyacen en el alma humana; el incesto materno, el matricidio, la desmentida de la presencia del padre y de los orígenes, la rivalidad fraterna y la homosexualidad.

El complejo fraterno opera en general, además de su propia función estructurante en la organización psíquica, como un camino real para la elaboración y la superación de las dinámicas narcisista y edípica. Pero en “La intrusa” ejerce en dirección opuesta. Funciona defensivamente, a través de la conjuración entre los hermanos para desmentir la presencia de la mujer y refugiarse en un universo fraterno supuestamente despojado de conflictos con respecto al Edipo.

Emir Rodríguez Monegal (“Jorge Luis Borges”, en Ficcionario, Fondo de Cultura Económica) señaló que “El epígrafe del cuento sólo indica, y con algún error, la alusión bíblica”. Se trata de un pasaje de II Samuel 1, 26 (y no de Reyes, como indica Borges) en que se menciona el amor de David por Jona- than: “Angustiado estoy por ti, oh hermano mío, Jonathan/ Muy dulce has sido para conmigo/ maravilloso fue tu amor hacia mí/ sobrepujando el amor de las mujeres”.

Borges narra la historia de los hermanos Nilsen, dos criollos que defendían su soledad. Eran altos, de melena rojiza. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus padres nada se sabía, ni siquiera de dónde habían venido. Fueron muy unidos. “Malquistarse con uno era contar con dos enemigos.” Cristián, el hermano mayor, llevó a vivir con él a Juliana Burgos, que era para él una “cosa”, de tez morena y ojos rasgados.

Los Nilsen permanecen viscosamente retenidos en duelos interminables, acantonados en la memoria del rencor. La aparición de Juliana Burgos resignifica en cada uno de ellos situaciones traumáticas precoces referibles a sus orígenes –tácitos en el cuento–, acompañadas de sentimientos hostiles reprimidos y escindidos. Estos afectos muy primarios, no ligados a representaciones y mantenidos a distancia de la conciencia, se exteriorizan, no en quejas ni en reproches, sino en actos, inhibiciones, síntomas y soluciones perversas. Fracasan, entonces, los recursos defensivos tendientes a contrarrestar el accionar de las angustias y culpas inconscientes con la mujer.

Si bien en “La intrusa” la mujer tiene la categoría de un objeto-cosa, denigrada y servil, ella es, en realidad, el velo que enmascara y a la vez delata el sometimiento y la persecución que padece Cristián, como consecuencia de la imposibilidad de desasirse de la dependencia ante ella. La intrusa gravita sobre Cristián con un mítico poder que lo humilla. En todo caso, ella quebranta intrusivamente la creencia narcisista en poder prescindir, de un modo autosuficiente, de la presencia del otro y de la necesidad del amor. Al sacrificar a Juliana Burgos, Cristián intenta destruir el componente del amor femenino en él, representado por ella. Es decir, intenta eliminar a su doble bisexual. Por otro lado, Juliana Burgos desmantela intrusivamente la fantasía de su autoengendramiento.

Estas frustraciones están a su vez reforzadas por la coexistencia de otras provenientes de la dinámica fraterna. En el cuento se mencionan varias señales de estos conflictos: “Cristián solía alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose”; “Caín andaba por ahí”.

Aparece también el tema del elegido, que efectivamente remite el mito bíblico de Caín y Abel: “La mujer atendía a los dos con sumisión bestial, pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto”.

El desenlace borgeano, sin embargo, difiere de la versión bíblica. En lugar del fratricidio, los hermanos se abrazan. También, notémoslo, difiere de la versión freudiana del mito de Tótem y Tabú, en el que los hermanos se coligan para matar al padre. En este cuento se ejerce el matricidio –si Juliana es la figura de la madre–, probablemente porque las injurias remiten a situaciones traumáticas más tempranas que las edípicas: “Se abrazaron casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla”.

* Extractado de Jorge Luis Borges o la pasión de la amistad, ed. Lumen.

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