PSICOLOGíA › ENSEñANZAS DEL MULá NASRUDIN

El sabio tonto

 Por Marcelo Barros

El hombre versado en la lectura del Corán y los asuntos que vinculan a los hombres con Dios es nombrado en la tradición musulmana como Mulá. Hallaremos un tanto extraño el saber del mulá Nasrudin, que se distingue de otros maestros por ser una suerte de sabio tonto. Sus anécdotas siempre concluyen con un chiste, pero tienen un trasfondo alegremente ético. Cierto día el mulá Nasrudin llegó al mercado seguido de una veintena de personas que imitaban todos sus movimientos. El mulá saltaba y gritaba “ho-ho-ho”, mientras que los demás hacían lo mismo. Se ponía en cuatro patas, y los otros lo imitaban. Un conocido del mulá se acercó a él y por lo bajo le dijo: “¿Qué te pasa? Estás haciendo el ridículo”. El mulá contestó: “Soy un gran maestro sufi. Estos son mis seguidores y los ayudo a alcanzar la iluminación”. El otro preguntó: “¿Cómo sabes tú si alguien alcanzó o no la iluminación?”. Dijo entonces el mulá: “Esa es la parte más fácil. Por la mañana los cuento. Si uno de ellos me ha abandonado, ése alcanzó la iluminación”. Basta esta anécdota, que forma parte de una antigua tradición oral, para percibir que siempre hubo gente dormida y gente un poco más despierta. Las menudas aventuras del mulá aprovechan los senderos del absurdo y la risa. Si lo principal suele ser solemne, lo risible es visto como secundario y por eso él es un sabio “de segunda”, si bien su fama se extiende por el Medio Oriente, Asia y Europa del Este. Sus muchas anécdotas fueron repetidas en las noches innumerables de las caravanas. Pero el perfil secundario es esencial a su posición.

En el mulá, el saber nunca es un atributo del poder, y su estatuto es extraño. No pareciera que él lo tenga a su disposición. Es como un tonto, un loco, o un niño, que acaso dice verdades pero las dice al azar, bajo la forma de un saber no sabido. Nos deja en la duda de si “es o se hace”. Su tonta sabiduría es la de un saber que se dice a medias. No escapa a quien tenga conocimiento del Zen su reflejo en las intervenciones del mulá. Nótese que el vaciamiento de sentido no hace que desechemos la intervención del mulá. Nos lleva a apropiarnos de ella, convocados a poner algo de nosotros.

El mulá Nasrudin fue invitado a dar un sermón. Desde lo alto preguntó a los oyentes: “¿Ustedes saben de qué voy a hablarles?”. Todos contestaron que no. “Entonces no hay sentido alguno en hablarle a gente que no tiene la menor idea de lo que voy a decir.” Y se fue. Confundidos, volvieron a invitarlo la semana siguiente y el mulá hizo la misma pregunta: “¿Saben de qué voy a hablarles?”. Todos contestaron que sí. “Entonces, no les haré perder su tiempo.” Otra vez perplejos, volvieron a invitarlo para dar el sermón y Nasrudin hizo la misma pregunta: “¿Saben de qué les voy a hablar?”. Esta vez la mitad de la congregación contestó que no y la otra mitad contestó que sí. Nasrudin dijo: “Bien, que la mitad que sabe le cuente de qué se trata a la mitad que no sabe”. Y se fue.

No se burla de los oyentes, sino del saber y del lenguaje mismo. El no se deja embrollar y no se presta a que los otros se embrollen con argumentaciones. No se rehúsa por completo a ocupar el lugar del ideal, ya que aloja la demanda de los otros; pero su respuesta hace vacilar ese ideal mismo al que es convocado. Lo reduce a su función de herramienta. Como Walt Whitman, sabe que la lógica y los sermones jamás convencen y que la humedad de la noche penetra el ser más profundamente. Pero esto último –no la humedad de la noche, sino la poesía– también penetra el ser.

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