SOCIEDAD › EL TESTIMONIO DE DANIEL CABRERA, QUE YA NO QUIERE SER “TRACTORCITO”

“Todos los cambios son posibles”

El famoso (¿ex?) ladrón de bancos goza de salidas transitorias desde diciembre. En esta entrevista, la primera desde entonces, explica cómo quiere rearmar su vida. Cómo busca que la sociedad le crea. Su proyecto, estudiar derecho en la universidad.

 Por Carlos Rodríguez

Desde fines de diciembre, al principio en secreto porque quería evitar las reacciones de los Blumberg o de Radio 10, Daniel Agustín Cabrera, más conocido como ‘Tractorcito’, comenzó a tener salidas transitorias luego de cumplir más de los dos tercios de la pena de 25 años de cárcel que le aplicó la Justicia por haber robado bancos. “La sociedad nos excluye, nos estigmatiza, nos congela. Por eso, ahora que empieza mi reinserción social, yo no espero nada de la sociedad, porque es la sociedad la que está esperando algo de mí”, dice Cabrera en una entrevista con Página/12 –la primera desde que sale de la cárcel–, acompañado por su familia, a la que preserva de las fotografías. “Lo único que le digo a la sociedad –agrega– es que tiene que pensar que todos los cambios son posibles. No hay una normativa inmodificable. Yo no les voy a decir que cambié y que ahora soy un santo. Voy a tratar de demostrar ese cambio que hubo en mi persona y cuando la sociedad vea que es real, tal vez dejará de estigmatizarme como ‘Tractorcito’, el ladrón de bancos, y me empezará a ver como Daniel Agustín Cabrera.” A partir de abril, Cabrera va a comenzar a estudiar Derecho en la Universidad Kennedy, a la vez que trabajará en el estudio de un abogado amigo.

“Yo puedo hablar bonito, hacer buenas reflexiones, pero las personas ya no compran cualquier cosa. Desde el Gobierno también se habla bonito. Lo que quiere son hechos concretos, que certifiquen que hubo un cambio”, insiste el entrevistado. Como preámbulo de la charla, Cabrera hace un síntesis jurídica de cómo pudo escapar de la llamada doctrina Blumberg, en nombre de la cual un tribunal marplatense le había aplicado una condena a 33 años de cárcel. La pena fue reducida a 25 años (ver edición de Página/12 del 26 de febrero pasado). “Nunca maté a nadie, soy un delincuente común”, insiste.

Esa rebaja le permitió comenzar con sus salidas transitorias. Por ahora sale tres días por semana. Desde abril espera gozar del permiso de lunes a sábado, para poder empezar, junto con su esposa (ver aparte), la carrera de Derecho. Se ríe cuando le dicen que habla como un abogado. “Yo era muy rústico, un bruto, un iletrado total. Era un zopenco, como me decía la maestra de un instituto de menores en el que estuve. Recién pude aprender a los 23 o 24 años (ahora tiene 46). Mi cambio se produjo hace siete años, cuando nació Marquitos. Ahí me puse a estudiar con todo.” Cabrera tiene otros tres hijos, a los que sigue viendo, de su primer matrimonio. Este año, por primera vez, pudo estar en el festejo del cumpleaños del más chico.

Admite que en algún tiempo fue “un salvaje”. “Yo nunca le hecho la culpa a nadie por lo que hice, aunque mi madre nunca pudo o supo hacer nada por mí y por eso fui un chico de la calle. A mi padre no lo conocí. De todos modos, cada uno es responsable por lo que hace y soy responsable. También es cierto que a veces la sociedad es injusta y nadie se ocupa de las personas en su crecimiento. Te dejan solo. Yo me hago cargo de lo que hice, pero no sé si fui merecedor de la vida que llevé.” Cabrera se fue del hogar materno siendo un niño, porque su padrastro lo golpeaba.

–¿Cómo es reacomodarse en la familia después de tanto tiempo de cárcel?

–Es muy duro. Yo me considero muy hombre y por eso no dejo de pensar en ningún momento en mi familia y en la mujer que amo y en mis hijos. En mis cuatro hijos. Ahora, desde hace siete años, me di la oportunidad de conocer a la otra persona que estaba dentro de mí y a la que yo nunca le presté atención. Cuando vos volvés a tu casa es como si fueras otro Daniel y que ella fuera otra mujer. Pasaron muchos años y es como si fuera todo nuevo. Por suerte, se mantuvo el amor, que es algo que no pasa muchas veces cuando uno va preso. Y siempre hubo entre nosotros un gran respeto.

–¿Por qué es tan duro volver?

–Uno quiere estar, pero no sabe cómo actuar. No sabe si lo que hace es lo correcto. Sentís que estás invadiendo la vida de personas que son tu familia, pero que estaban acostumbradas a manejarse de otra manera, diferente al hábitat tuyo, que es una cárcel. No puedo traer nada de un mundo que yo no quiero para mi familia. Lo que hacemos es ponernos de acuerdo desde la comida hasta la película que vamos a ver o cómo debe ser el futuro de nuestro hijo. Es empezar de nuevo. Antes ella hacía todo para mí. Es como quitarle el rol y la vida a una persona. Eso hice yo con ella.

Tractorcito dice que el conocimiento le da hoy la posibilidad de “ver otras cosas que no podía ver. No es que no quisiera verlas. No podía porque no sabía nada”. Eso también lo hizo reflexionar sobre “la hipocresía de personas que dicen ser algo que no son. La de nuestros gobernantes, la mentira que hay en todo lo que es la Justicia”. Se molesta con los diarios que dicen en sus títulos: “Otra vez ataca la inseguridad”. Luego se pregunta “¿qué es la inseguridad?, ¿quién la crea?, ¿quién maneja la distribución de la riqueza?, ¿quién dice, de acá para acá son marginales, de acá para acá es zona roja y para allá verde? Nadie se pregunta si los chicos van al colegio a estudiar o a comer. Parece que no saben quién maneja el paco. ¿Cómo no lo van a saber? Son mentiras blumbergianas que todos repiten como loros. Es como decir: ‘maten a todos los pobres’ o ‘traigan la fiebre amarilla’”.

–¿Cómo son los jóvenes que hoy caen presos?

–Me veo reflejado en esos chicos, pero ellos están mucho peor de lo que estaba yo a su edad. Antes los chicos no se drogaban de la forma que lo hacen ahora. Cuando mucho podían llegar a tomar un (cognac) Tres Plumas y comprar un paquete de cigarrillos. Cuando mucho la marihuana, pero no estaban el paco, ni la pasta base ni el Poxiran. Hoy dicen que te roban en todas las esquinas, pero no hablemos de delincuentes. Hablemos de malvivientes. De gente que vive mal. Eso es lo que plantea Elías Neumann en su libro Los delincuentes y los otros. Allí, los delincuentes son los organismos del Estado.

–Una vez me dijo que quería ayudar a esos chicos.

–Esos chicos le han perdido toda la confianza al sistema en el que vivimos. Por lógica, no tienen confianza en su papá y en su mamá. Y todo lo que le dicen dentro de un reformatorio, o de una unidad para menores, no lo tienen en cuenta porque, por lógica, no le pueden creer. Para ellos yo soy un referente, me creen. Por eso puedo trabajar para ayudarlos a salir, a partir de contarles mi propia experiencia.

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“Cada uno es responsable por lo que hace. También es cierto que a veces la sociedad es injusta y nadie se ocupa de los chicos.”
Imagen: Marisela Mengochea
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