SOCIEDAD › LOS ADOLESCENTES, SUS LANCES, SUS JUEGOS DE VERANO EN LAS ARENAS DE GESELL

En la Villa de la seducción

En qué consisten las vacaciones en Villa Gesell para los/las adolescentes. Escenas y costumbres de los más jóvenes desde que empieza la noche hasta que sale el sol. La salida del boliche y las aventuras amorosas. Lo que piensan o creen los adultos.

 Por Carlos Rodríguez

Desde Villa Gesell

La avenida 3, casi tanto como las playas, es una postal del verano en Gesell. Un terreno fértil para la seducción, el cachondeo, la propuesta explícita pero elegante o la arremetida procaz, grosera, sin clase, que a veces resulta efectiva gracias a las licencias que suele dar el verano. Dos chicas, una de ellas descalza, avanzan por la peatonal y un flaco se arroja al piso como si fuera un felpudo suicida. Le besa los pies a la rubia que viene con los zapatos en la mano. Ella primero se sorprende y lo mira con la condescendencia que se le otorga a un perro faldero. El le vuelve a besar los pies, le dice reina, le jura fidelidad, aunque no parece que se vaya a contentar con ser su escudero. Ella advierte que el tipo no ladra, aunque puede morder, y se ríe por primera vez. El vuelve a caminar sobre sus dos plantas, le besa la mano, hace un saludo ceremonioso y juntos, con la amiga de ella como lastre, se pierden bajo el manto de oscuridad que lleva hacia el mar, el otro refugio clásico de los más jóvenes, cada madrugada, a la salida del boliche, para esperar, en la arena, la salida del sol y el comienzo de alguna aventura soñada y salvaje.

En otra punta de la playa repleta de jóvenes, un pibe en extremo impetuoso y resultadista, exige devolución inmediata: “Vení, boluda, dame un beso. ¡De qué la vas!”. La joven se resiste, o juega a que se resiste, y finalmente le planta un chupón de aquéllos. El intrépido varón recibe el golpe, queda como tonto y vuela como globo que se desinfla. Hacia la madrugada, los levantes callejeros o playeros son un clásico, entre chicos y chicas que vienen avispados por el baile, la cerveza, algún porro o vaya a saber qué milagrosa sustancia que los llena de adrenalina y calentura.

A las cinco de la mañana, en el paseo 121 y la playa sólo quedan los noctámbulos envueltos en la bruma del amanecer que se demora y los alcoholes que se potencian. Algunos cantan, otros dormitan, la mayoría de las parejas franelean o, cuando menos, tratan de “concretar” lo que todavía es un proyecto de transa. Florencia y Julieta tienen apenas 18 y 19 años. Son quemeras de Parque Patricios y les escapan a las fotos, aunque se mueven como divas en el Maipo. “No, mi viejo lee a veces Página/12. Chau”, dicen mientras las sigue un ruidoso cortejo de chicos-perros calientes.

En la avenida 3 y paseo 104, la imagen se repite. Un flaco se le tira encima a la rubia que lo hace delirar y ella lo frena con una frase contundente: “¡Pará! Tengo tres haciendo cola antes que vos. Hasta las 11 estoy ocupada. Tenés que pedir turno”. Y se va como si nada. El galán, en el peor de los escenarios, parece preguntar dónde está la cola para pedir un número. Otras dos chicas, una de ellas con un vestido verde pegado a la piel y un cuerpo que despierta a los muertos, comentan sobre un lanzado que parecía el lobo feroz: “Estaba alzado el chabón, se me venía encima”. El comentario lo hace la chica de verde y su amiga agrega un detalle que, a juzgar por su expresión, le daba al pibe un aspecto sin duda escalofriante: “Tenía todo el pecho lleno de pelos”. La fauna que se mueve por la playa y la avenida 3 viene de bailar en Le Brick o en Pueblo Límite.

Muchos chicas y chicos vienen con sus vasos de cerveza, algunos siguen bailando, otros cantan y están también los que parecen a punto de derrumbarse. En un sector de la playa el olor a porro perfuma el ambiente, mientras dos policías caminan por la arena sin que les funcione, por esta vez, el “olfato policial”. Se los ve desorientados, como colados en una fiesta que no les pertenece. Por la peatonal, o en cada entrada a la playa, desde el paseo 110 hasta el 104, son muchos los policías que siguen con la mirada a todos los que pasan, prontos a despertarlos de sus sueños de libertad. Fue gracioso, hace dos días, en la madrugada, cuando un grupo de perros, de esos que andan buscando restos de comida por la playa, se confabuló para ladrarles a los uniformados. Desorientados por ser los únicos que despertaban la “sospecha” de los canes, los policías optaron por cambiar de rumbo y retrocedieron para escaparle al concierto de ladridos.

Un grupo de mujeres, de distintas edades, junta la basura que se acumula en la playa cada mañana, luego de la invasión juvenil. “Es una mugre. Y no sabés las cosas que tenemos que ver”, dice una chica gordita mientras levanta, con un objeto pinchudo, botellas plásticas de gaseosa, papeles, restos de comida, profilácticos usados y un montón de basura que afea la playa. Durante toda la jornada, día tras día, los adultos, sobre todo los que viven en Gesell, cuentan cosas horribles supuestamente cometidas por los pibes y pibas durante la madrugada.

En la recorrida por la playa, además de los personajes descriptos, se pueden ver parejas silenciosas, jóvenes con cañas de pescar frutos de mar que parecen indiferentes al desfile de chicas hermosas, borrachos melancólicos y otros que simplemente duermen la mona o que aplauden cuando aparece el sol en el horizonte. En lo que va del verano, fueron pocos los incidentes, aunque los vecinos siguen protestando y hasta obligaron a que se movilizara, en plena madrugada, el intendente Jorge Rodríguez Erneta.

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Las arenas de Gesell, en el amanecer, un paisaje común para los primeros escarceos amorosos.
Imagen: Guadalupe Lombardo
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