SOCIEDAD › OPINION

Un caso nada raro

 Por Horacio Cecchi

El caso, como dijo tardíamente Daniel Scioli, es raro.

No cabe duda, pero habría que preguntarse qué es lo que le resulta raro. El gobernador Scioli no lo dice. Apenas señala que el final del caso Bergara, que la forma del pago del rescate, el lugar (nada menos que Pinamar), que la aparición del secuestrado en la casa de un policía, son cuestiones que de por sí hacen de un caso algo raro. Pero apenas si deja entrever un posible mensaje mafioso contra su gestión.

¿Mensaje de quién y por qué? No lo dice. Es probable que no tenga certeza. Pero lo intuye. Después de todo, el que negocia con Bonaerenses amanece aprisionado. Como cuando Eduardo Duhalde salió a defender a la mejor policía del mundo y le estalló en las manos el caso Cabezas, y después el caso Ramallo (con ayuda de Carlos Ruckauf, es cierto) así Scioli inició la negociación entregando poder a la Bonaerense con el argumento de que había que restituir la confianza en la policía. La mejor policía, meter bala, devolverle la confianza, parecen sinónimos de una misma política.

El poder que entregó Scioli fue la independencia policial del poder político, deshacer lo hecho por Arslanian que, mal o bien, había descabezado la cúpula y aquietado a los caudillos bonaerenses, al menos en lo más grosero.

Así, Daniel Salcedo, el jefe policial a quien el gobernador instaló como cabeza de la gestión de la confianza, es el mismo jefe que el año pasado lanzó a la repetidora de los medios la vulgar falacia de que los chicos y adolescentes cometieron un millón de delitos por año. Salcedo después se corrigió. Pero el dato estaba echado en el momento preciso: en plena euforia contra la inseguridad que se resolvería, pura y únicamente, bajando la edad de la imputabilidad, castigando a una franja mayor de esos salvajes demonios capaces de todo.

Ahora, Scioli descubre que son otros los capaces de todo. Ahora a Scioli le estalla en las manos un caso de inseguridad. Y no está en condiciones de reconocerlo como tal. Un secuestro que guarda un mensaje. El reconocimiento (sin reconocerlo o sin decirlo así) de que existe un intento por desestabilizarlo o de repartir las cartas de otro modo, de negociar por más poder, amenaza mediante. El mensaje, él mismo lo hace evidente, viene de alguna parte de las propias fuerzas a las que independizó y devolvió confianza. No puede ahora lanzar epítetos contra la inseguridad ni bramar por leyes más duras porque el problema lo tiene adentro.

Nada raro.

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