SOCIEDAD

Cariló, el destino predilecto de los que ya no se van al exterior

Balnearios en los que ya no quedan sombrillas ni carpas, hoteles llenos, colas en los restaurantes: Cariló está repleto. A los habitués se suman los “nuevos”, los que antes elegían el exterior.

 Por Alejandra Dandan

Desde Cariló
Cariló sufre una crisis de empacho. En la recepción de Hemingway, uno de los tres balnearios, los administradores dejaron pegado un cartel sintomático: “No hay carpas –dice– ni sombrillas”. A las cinco de la tarde, por el pequeño centro comercial pasa una Land Rover bordeando la hilera de 39 autos estacionados. Dentro de la inmobiliaria Constructora del Bosque, Carolina alterna con un café los reclamos de agua caliente de los turistas y las preguntas de quienes llegan por primera vez a esta tierra pidiendo un inexistente asfalto, alojamientos con cable satelital, microondas, lavavajillas y ventanas enrejadas. Desde septiembre estas playas se convirtieron en uno de los enclaves más pedidos por los turistas que ya no se van al exterior. Durante octubre, noviembre y diciembre no hubo casi lugares libres durante los fines de semana y ahora, a unos días del comienzo de la temporada, en las 85 edificaciones del último año, en los 26 apart, los tres balnearios y en los 25 restaurantes, los que llegan dan vueltas haciendo cola. Oficialmente los cupos están completos pero los lugareños no quieren decirlo en voz alta: temen que ese mismo dato desaliente a los que aún no han llegado.
Fernando Olivencia está al frente de Hemingway. Mientras atiende el teléfono y alquila sombrillas a treinta pesos el día, señala alguna de las familias que por primera vez dan vueltas por el balneario. “Esto es así –dice–, antes se iban a Punta del Este con el auto, los nenes, el perro y la empleada; ahora llegan acá que saben que no van a gastar ni la mitad de lo que gastarían afuera.” El balneario tiene los precios 40 por ciento más altos que el año pasado. “Hay tanta gente, tanta demanda –dice– que el que llega sabe que la toma o la toma, si no se la saca el de al lado.”
Fuera de ahí, hacia el paseo de compras donde hace algunos años sólo habitaban los duendes, Roberto Fernández, de la remisería local, detiene el auto con el que traslada 500 kilómetros de turistas por día. Detrás de los asientos, los remiseros de Cariló colocaron un aviso con los datos importantes de la temporada:
u Hora de paseo: 38 pesos.
u Hora de auto parado 30 pesos.
u Paradas 1 peso.
u Días de tormenta: 50 por ciento más.
Y, finalmente:
u Mandados 6 pesos, más la espera.
Objetivamente, la estructura de Cariló creció este año un cinco por ciento. Entre las 1500 edificaciones, 85 son de este año. La capacidad para albergar visitantes ahora llega a 2200 plazas, sobre las 130 mil de todo Pinamar. Las cabañas, hoteles y los apart comenzaron a reservarse en septiembre y octubre. La gente fue pagando por adelantado contratos fragmentados en quincenas. Entre ellos están especialmente quienes hasta ahora optaban por viajar fuera del país para la temporada. “Los que no conocen Cariló”, dice Carolina, de la inmobiliaria del Bosque. “¿Cómo me doy cuenta? –dice–: Te das cuenta enseguida.” Los nuevos son los que llegan vía Internet, buscan asfalto, buena vajilla, servicios hipertecnologizados en las cabañas y aparecen cargando aquellas obsesiones urbanas de la seguridad. “Te encontrás con los que no quieren ventanas tan abiertas y no se dan cuenta de que esas ventanas grandes son así porque te dejan ver el bosque.”
Ahora son poco más de las seis de la tarde. En las dos cuadras del centro comercial se apiñan autos, gente tomando helados, letreros de publicidad de más autos. La barra de cerveza tirada de Marcelo Giordano está por ahí, todavía vacía aunque en unas horas habrá colas de veinte minutos para acceder a uno de sus tragos. Marcelo es uno de los porteños que después del corral, la crisis y la devaluación ha vendido su casa deciudad con la idea de construir su burbuja del fin del mundo en este lugar. “Todavía no compré nada –cuenta–: una casa en Cariló te cuesta 60 mil dólares pero si cruzás de vereda, en Valeria del Mar, te piden 18 mil pesos por una igual ¿cómo puede ser?”, se enoja. Como Marcelo, para una buena parte de los propietarios estas tierras se han convertido en un buen negocio. Desde hace diez años la familia Cariló está vendiendo sus tierras a esa nueva población que compra para ganarse unos pesos durante la temporada. Esa es una de las ocupaciones actuales de los Sierra. El, Oscar, de unos cincuenta años, propietario de una de las cabañas de Cariló, ahora está hospedado en Valeria. Puso su casa en alquiler, cerró contrato y ahora durante el día vuelve a Cariló, detiene su camioneta en la playa y espera ahí la caída del sol como buscando lo que ha dejado. “Mirá, ¿querés que te explique qué es lo que pasa con Cariló?” –pregunta ahora Marcelo, el hombre de la cerveza tirada–. “Esto es tan top tan top como era Pinamar en los ‘80.” Dos minutos más tarde corrige aquel diagnóstico: “Más bien era top –dice–: Cariló era exclusiva hasta hace dos años, ahora tenés gente que viene y se te para en la barra, se queda ahí y no te consume un solo trago”.
Por ahí, Laura Gatica y Pablo Rojas dan vueltas con una videocámara recién comprada. Es la primera vez que visitan Cariló, ahora están alojados en Valeria del Mar pero hasta el año pasado eran parte de la marea de turistas habituales en Mar del Plata. Laura tiene la cámara apretada como un cañón y mientras camina le apunta justo a una de las cabañas del centro. “Es raro –dice–, yo no sé por qué esto no se conoce más. No sé, todo esto es más lindo que Mar del Plata, no parece que fuera la Argentina, no se parece a nada.” La cámara se mueve. Laura sigue diciendo ahora en voz baja: “Somos de Florencio Varela, ahí las cosas son distintas”.

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Muchas camionetas y 4x4 forman parte del paisaje habitual de las playas en Cariló.
 
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