SOCIEDAD › UNA SECTA EN LA FEDERACIóN RUSA SE MANTUVO BAJO TIERRA DURANTE DIEZ AñOS

A la espera del fin del mundo

Unas setenta personas, varias de ellas niños, fueron obligadas a vivir en un bunker subterráneo sin poder acceder al aire libre. Los chicos no estaban escolarizados y todos vivían en condiciones infrahumanas. El líder de la secta había pronosticado el apocalipsis.

Unas setenta personas adeptas de una secta musulmana fueron descubiertas en un bunker bajo tierra donde convivían hacía diez años, sin tener contacto alguno con el exterior. El hecho ocurrió en Tartastán, una de las repúblicas que conforman la Federación Rusa. En el lugar, construido en forma de laberinto, también había niños y todos se encontraban en condiciones “infrahumanas”. Según informaron las autoridades policiales a cargo del operativo, todos fueron internados y los adultos fueron denunciados por “maltrato infantil”. No hubo detenciones.

Estaban convencidos de estar esperando el fin del mundo. La secta musulmana era comandada por Fairsrajman Satarov, de 83 años. El hombre, en 1964, dijo haber tenido su primera visión y, a mediados de los ’80, optó por desconocer las leyes rusas y se autodenominó profeta de Mahoma. Pero fue durante 1990 cuando convocó a sus seguidores y construyó una especie de comunidad que reproducía las condiciones de vida de la Edad Media, ubicada a orillas del río Volga, en Kazan.

¿Cómo los encontraron si en una década nadie los había advertido? El 1º de agosto pasado, un comando dio con ellos de casualidad cuando buscaba una supuesta célula terrorista acusada del asesinato del religioso islámico vicemuftí Valliula Jakupov.

La casa estaba construida a 800 kilómetros al este de la ciudad de Moscú. Allí, dicen los lugareños, no llegan ni autoridades ni la Iglesia rusa y ésa sería la razón por la que el albergue de tres plantas con fuente de agua propia y un dispensador de diesel pasó inadvertido.

El bunker, en tanto, no contaba con los insumos básicos de salubridad, tampoco tenía acceso a la luz solar, electricidad o calefacción. La infraestructura con forma de laberinto, al parecer, fue construida por las personas que allí vivían. A ocho niveles subterráneos bajo la vivienda de Satarov es donde se encontraban las pequeñas celdas de dos metros por tres, donde no llega el aire fresco. Allí se alojaban los integrantes de esta comunidad.

“Cualquiera que no vive según el Corán es un enemigo”, sostuvo un portavoz del gobierno en la república federada de Tartaristán en declaraciones al diario local Kommersant. “La comunidad tenía su propia jerarquía”, agregó. Dado que los adeptos tenían prohibido salir del refugio –salvo urgencias– ni podían enviar a los niños a la escuela, las clases las daba el “profeta” personalmente. Tampoco podían recibir tratamiento sanitario, por lo que algunas madres habrían dado a luz bajo tierra, según el diario local Komsomolskaja Pravda.

Por el momento, los niños fueron trasladados a un hospital y posteriormente irán a orfanatos. En cuanto a sus padres, abrieron una investigación por maltrato e inculparon a cuatro de los denominados “faizrahmanitas” por desatención a menores.

“El estado de los niños es satisfactorio. Todos habían sido alimentados (en la secta), aunque estaban muy sucios”, señaló la directora de la planta infantil del Hospital 18 de Kazán, Tatiana Moroz.

En cuanto a Satarov, fue acusado de reclutar a niños y adultos, obligarlos a cumplir sus órdenes y entregarle todos sus recursos financieros, único sustento material del grupo, según fuentes de la investigación.

“Satarov violaba los derechos constitucionales de los ciudadanos a la educación y la sanidad”, dijo la ayudante de fiscal local, Irina Petrova.

Los vecinos dejaban en paz al grupo. “Tan sólo en algunas ocasiones salían un par de hombres, de lo contrario no nos enterábamos de nada”, relató un joven mecánico a los medios.

El hecho retrotrae a la mente de la ciudadanía rusa el “drama de Penza”, cuando cerca de esa ciudad del centro del país se escondieron a fines de 2007 unos treinta miembros de una secta apocalíptica con sus hijos en un sistema subterráneo de túneles. Pasaron varios meses antes de que abandonaran el escondite.

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Los adultos de la secta fueron denunciados por “maltrato infantil”, aunque no hubo detenciones.
 
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