SOCIEDAD › MACRI INAUGURO EL ENCUENTRO FEVIDA, DONDE EL GURU SRI SRI RAVI SHANKAR DIO UNA CLASE DE MEDITACION

Dos potencias espirituales se saludan

Unos tres mil asistentes colmaron el Centro de Exposiciones. Cada uno pagó cien pesos de entrada para escuchar a los conferencistas del encuentro FeVida, entre ellos el jefe de Gobierno y el líder de El Arte de Vivir. No fue Lorenzetti.

 Por Soledad Vallejos

“Si uno no se ama a sí mismo, no puede amar a los demás”, enfatizó Macri en su mensaje.
Imagen: Leandro Teysseire.

“Namasté para todos”, saludó enfundada en un vestido animal print la locutora Daisy May Queen, y al compás de ese saludo oriental las luces se encendieron, entre aplausos ansiosos de las casi tres mil personas que habían colonizado la sala elegida para las “conferencias magistrales” de FeVida, el “primer megaencuentro de espiritualidad de Latinoamérica”. La sala estaba llena, a pesar del frío, de que era día y hora laborables (daban las cinco de la tarde), y de que las entradas para presenciar el corte de cinta, la conferencia del jefe de Gobierno, Mauricio Macri, y la de la estrella espiritual Sri Sri Ravi Shankar costaban 100 pesos. En realidad, 100 pesos más service charge. Como sea, la convocatoria no falló. Sólo a última hora, y “sorpresivamente”, explicaron a este diario fuentes de la organización, el presidente de la Corte Suprema Ricardo Lorenzetti desistió de su conferencia “El amor a la tierra”. Fue uno de los pocos imprevistos de una jornada que cerraba, entrada la noche y empezada la lluvia, demostrando que en Buenos Aires el público que sostiene el mercado espiritual es extenso y variado.

Pocas entradas se habían vendido por anticipado, habían comentado fuentes de FeVida. Pero ayer, la magia: a la exposición llegaron las tres mil personas necesarias para llenar una sala de conferencias plagada de sillas y coronada, en el otro extremo, por un escenario elevado. Algo más tarde de lo esperado, aparecían los protagonistas: la “chica muy sexy” de México que habla con ángeles, Ariadna Tapia; el rabino Sergio Bergman; “el hombre del temple de hierro” Carlos Páez Vilaró; la “maestra en sonido primordial” Gisela Hengl, de asombroso parecido con Graciela Alfano; “la venerable sacerdotisa maya Nah Kin”; la australiana creadora de su propio sistema, Isha; “el maestro sanador” René Mey; el teórico de la inteligencia emocional, Daniel Goleman. Los aplausos iban in crescendo. La locutora hizo un alto y advirtió: “Valoren este momento”. “No hace falta una charla personal con el maestro. Con estar cerca es suficiente. Aprovechen.” Era la señal: “Recibimos a Sri Sri Ravi Shankar”.

La platea se puso de pie en un segundo. Ante la visión de ese hombre pequeño de túnica blanca y largo pelo renegrido al viento, todos los aplausos, todos los “¡bravo!” eran pocos. La locutora anunció la llegada del “ingeniero civil, líder deportivo y fanático de Queen”: de traje pero sin corbata, Macri se sumó al escenario.

“Si uno no se ama a sí mismo, no puede amar a los demás”, advirtió el jefe de Gobierno segundos después del corte de cintas. “Cada uno elige el camino” que hará, reflexionó: “Cuando elegí el servicio público, elegí poner lo mejor de mí para que a la mayor cantidad de gente se le solucionaran los problemas. Mi problema es la felicidad de muchos”. Aplausos. “El lunes, en Villa Crespo, me encontré con un matrimonio de gente mayor que me contó lo que fue para ellos que la última vez de lluvias fuertes no se les inundara la casa. Se quebraron, nos quebramos. Terminamos llorando los tres.” El público, Sri Sri, la locutora, el ex legislador porteño y alma pater del evento, Avelino Tamargo: todos aplaudían. Macri añadió: “Tiene que haber una política con espiritualidad”. “Hay que conectarse con lo que tenemos adentro. Fortalecer la capacidad de amar al prójimo, la vida, el país, el planeta.” Antes de despedirse, recordó que es preciso “demostrar que el amor es el camino”.

Y entonces se fueron todos menos Shankar (“guruyi I love you!”), que en un segundo fletó a un plomo empecinado con el pie de su micrófono y demostró que tiene tanto manejo escénico como cualquier súper estrella. A sus espaldas, una pantalla convocaba a la meditación masiva para el domingo. Sentado en el sillón de cuero ecológico blanco, flanqueado por ramos despampanantes de liliums, explicó: “Yo llamo espiritualidad a todo aquello que abra al espíritu”. “Si no te vuelve más natural y compasivo, no es espiritual. Si alguien practica una técnica espiritual, logra mantener una sonrisa, venga lo que venga. Si mantienes una sonrisa en los labios en situaciones adversas, te estás volviendo más fuerte. ¿Qué dicen? ¿No es así?” Tres mil personas estallaron en un “sí” gozoso. “La corrupción se produce por unas pocas personas malas y el silencio de mucha gente buena.” Aplausos otra vez. “¿Les gustaría que meditáramos brevemente?” Ovación. Primero, una relajación facial: el entrecejo, las cejas, hasta las orejas. Luego, “cierren los ojos”. Con la platea entregada a la obediencia, alcanzó un segundo para que Shankar, que luchaba para acomodarse la túnica, el pelo, sacara de un bolsillo un celular y lo depositara, silenciosamente, sobre su falda. Fueron 20 minutos de “inhalen profundamente”, “tu cuerpo está hecho de millones de células”, “dejá venir los pensamientos”, “exhalá” De tanto en tanto, los ojos se entreabrían y la miraba bajaba a su falda. Luego llegó el “ohm”; una, dos, tres veces. “¿Estuvo bueno?”. “¡Sí!”, respondió una platea extáctica. “Fueron 19 minutos”. Shankar lo había medido con el teléfono celular.

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