SOCIEDAD › ANDRéS LA BLUNDA, NIETO RECUPERADO Y SECRETARIO GENERAL DE KOLINA

“Lo único que puede convivir con el amor es la verdad”

Fue criado por un matrimonio que no conocía su origen. Las Abuelas lo encontraron en 1984 pero sus padres adoptivos y su familia biológica acordaron no contarle la verdad. Hasta que en 1999 una prima no aguantó más. Reconstruyó su historia de a poco. El 21 de diciembre pasado recuperó su nombre y el DNI que lo certifica.

 Por Carlos Rodríguez

Nació en enero de 1977 con nombre, apellido y documentación en regla, inscripto como hijo legítimo por sus padres Pedro La Blunda y Mabel Lucía Fontana. A los tres meses de vida, cuando vivía con ellos en San Fernando, éstos fueron secuestrados y él entregado a un matrimonio vecino que nunca indagó sobre su origen. Sus padres biológicos siguen desaparecidos y los de crianza nunca le dijeron nada, ni siquiera que era hijo adoptivo. En 1983, rastreado por las Abuelas de Plaza de Mayo, a los 8 años, se reencontró en Mar del Plata con sus tíos y primos biológicos, pero la mentira siguió. No le dijeron la verdad de su historia. Un acuerdo forzado por la familia de adopción hizo que la rama biológica fueran sólo “parientes lejanos” que vivían en Europa. En 1999, a través de una prima, supo la verdad y desde entonces dedicó su vida a reconstruir su historia. Así descubrió que en su adopción irregular intervino la misma jueza de San Isidro que aprobó la adopción de los hijos de Ernestina Herrera de Noble. El 21 de diciembre pasado, Andrés La Blunda recuperó su nombre y el DNI que lo certifica. Este nieto recuperado es hoy secretario general de la Corriente de Liberación e Integración Nacional (Kolina), liderada por Alicia Kirchner, y jura que la política de derechos humanos que empezó en 2003 le hizo recuperar su nombre “y la esperanza”.

En diálogo con Página/12, La Blunda sostiene que lo que ocurrió el viernes 21 de diciembre de 2012 fue “el reencuentro con mi identidad plena y con el documento perdido durante casi 35 años. Cuando secuestraron a mis padres, el 20 de abril de 1977, yo tenía una partida de nacimiento, un DNI, un número y un nombre”.

Todo eso lo perdió el 20 de abril de 1977, con el secuestro de sus padres, en el noveno piso del edificio de departamentos ubicado en Constitución 1274, de San Fernando. Los militares que se llevaron a Pedro y Mabel, miembros de la columna norte de Montoneros, entregaron al niño a unos vecinos que vivían en el departamento de enfrente, un matrimonio joven de apellidos Cabral-Benavide, que lo adoptó tiempo después sin conocer su origen. Lo anotaron con el nombre de Mauro Gabriel Cabral. “Mis padres adoptivos no sabían nada de mi historia. Era una familia que ignoraba lo que ocurría en esos años, que ignoraba la situación política, las desapariciones y que no tenían vinculación con los militares”, relata La Blunda. Dice que lo único positivo, entre comillas, fue que zafó “del plan sistemático de robo de bebés, tal vez porque era morochito y no rubio” y de ser apropiado por una familia vinculada con la dictadura. Sus padres biológicos estaban en la clandestinidad y tenían poca vinculación con sus vecinos, pero igual con los años fue reconstruyendo la vida de ellos “porque habían quedado datos en la memoria colectiva, en San Fernando”. El matrimonio Cabral-Benavide fue primero a una comisaría y su titular de entonces les aconsejó que se quedaran con el niño “porque mi destino podía ser trágico”.

Con el tiempo, la pareja inició el trámite hasta llegar a la adopción plena. “La que primero interviene en mi adopción y ella sí sabía lo que estaba pasando, es una jueza de menores de San Isidro, Ofelia Hejt. Aquí hay una particularidad que es importante marcarla, porque si bien ellos (sus padres adoptivos) desconocían todo lo relacionado con mi origen, la jueza que interviene en mi adopción sabía lo que estaba pasando”.

Puntualiza que la jueza Ofelia Hejt es la misma que intervino en la adopción de Marcela y Felipe Noble Herrera, un caso que fue anterior al suyo. “El caso de ellos fue entre 1976 y principios de 1977, mientras que mi caso lo toma Hejt en mayo de 1977.” La jueza participó en “muy pocas adopciones de hijos de desaparecidos y una de ellas es la mía”. La Blunda asegura que Hejt “no hizo las averiguaciones que tenía que hacer, sabiendo que esta familia le relató que fueron militares los que me entregaron, y allí la jueza advierte que mis padres habían sido secuestrados por las fuerzas armadas. Ella inició el trámite de una adopción de manera irregular y rápida. Un trámite exprés”.

La jueza Hejt no fue la que sentenció, tiempo después, la adopción plena, fue la que armó y constituyó toda la documentación inicial, sin tener en cuenta que Andrés La Blunda tenía su partida de nacimiento y su DNI. La adopción plena recién se concretó en 1983 en la ciudad de Mar del Plata, donde Andrés se había mudado junto con sus padres adoptivos y sus hermanos de crianza Martín y Melisa Cabral. El que intervino entonces fue el juez Tamini, del Juzgado Nº9 en lo Civil y Comercial.

Hasta ese momento, en 1983, sobre el fin de la dictadura y ante la inminente asunción del presidente Raúl Alfonsín, el expediente de Andrés La Blunda seguía caratulado como “N.N. o Cabral”. Desde los tres meses, hasta que salió la adopción, fue criado por la familia Cabral-Benavide, hasta que meses después es localizado por las Abuelas de Plaza de Mayo, en la época en la que todavía era su presidenta Chicha Mariani, ayudadas por la familia biológica “que siempre había motorizado mi búsqueda desde que se enteraron que mis padres habían sido secuestrados”.

Lo encontraron las Abuelas en febrero de 1984. Fue el nieto 18 recuperado. La noticia apareció en Clarín, el domingo 26 de febrero, bajo el título “Hallazgo de un niño”. Andrés La Blunda, que tenía entonces 7 años, nunca leyó esa noticia y tampoco se enteró por la radio o por la televisión, dado que en esos primeros años de democracia, las rebeliones y presiones militares para tratar de borrar el pasado limitaban toda información relacionada con los años de la dictadura militar.

Hoy, La Blunda participa en charlas sobre la importancia de la política de derechos humanos y la recuperación de la identidad. “Hice un cuadernillo con datos y fotos que incluyen el recorte del diario Clarín, para que chicos y profesores vean cómo un diario cómplice de la dictadura publicaba notas sobre la aparición de los hijos de los desaparecidos.”

Uno de los miembros de la familia biológica con los que se reencuentra en esos años es con Carlos La Blunda, hermano de su padre, y con algunas de sus primas. Su familia adoptiva, en acuerdo forzado con sus parientes biológicos, aceptó el reencuentro, pero evitando toda alusión al doloroso pasado de Andrés. “Me presentaron a mi familia biológica como ‘parientes lejanos’ dado que ellos estaban exiliados en Europa”.

El reencuentro con su familia biológica fue en el verano de 1984, en Mar del Plata. “Lo que pasa allí es que las dos familias, de común acuerdo, deciden no contarme toda la verdad y ese fue uno de los grandes errores. Fue un acuerdo forzado, forzado por la misma dictadura que había montado no sólo el mecanismo de terror y de miedo, sino también de silencio y ocultamiento”.

La pista para poder encontrarlo la había iniciado otro de sus tíos, Héctor La Blunda, que en una oportunidad había visitado al matrimonio desaparecido en el departamento de San Fernando. “Allí empieza a averiguar con los vecinos y después se va al juzgado de la zona. Empieza a buscar todos los casos registrados en esa fecha (abril de 1977) y encuentra el caso N.N. o Cabral, que coincidía con el lugar y con todos los tiempos de mi historia. Al hermano de mi viejo no le permiten ver todo el expediente, pero luego va Chicha Mariani, de Abuelas, y ahí sale toda la historia: que viví unos años en San Fernando y que después nos mudamos a Mar del Plata con mis padres adoptivos.”

El hallazgo lo concretaron las Abuelas de la filial Mar del Plata. “La familia que me adoptó no es una familia apropiadora, pero mi caso igual roza la apropiación desde el hecho de que en mi historia no hubo verdad, hubo mentira. Ese es el punto en el que yo me pregunto hasta dónde hubo una adopción de buena fe cuando lo que hubo toda mi vida fue una mentira. En las charlas con los chicos en los colegios, lo que pregunto es si la mentira puede convivir con el amor. Lo único que puede convivir con el amor es la verdad”.

–¿Cómo siguió su relación con la familia de adopción?

Yo seguí con ellos sin saber nada, desde los 7 años hasta casi los 22, cuando mi prima Carolina La Blunda me dice la verdad. Ella se cansó del ocultamiento y de la mentira y un día explotó, fue y me dijo. Yo no sabía que era hijo adoptivo y menos que era hijo de desaparecidos.

–¿Nunca sospechó que era hijo adoptivo?

–Yo sentía a veces que no era hijo de esa familia, pero no me lo cuestionaba. Me sentía diferente, primero desde lo físico. Lo que pasa es que uno naturaliza un montón de cosas. Siempre hubo algo, pero no salía a la luz. Cuesta rebelarte ante una familia a la que le dijiste papá y mamá toda la vida. Estamos hablando de la época del pleno liberalismo.

–¿Y qué pasó con la familia biológica?

–Ellos me iban a visitar, porque estaban exiliados en España. Yo siempre creí que eran unos “parientes lejanos” de mi familia adoptiva. Era la familia de Junín, que me venía a ver. Ellos son todos de Junín, como mi padre, mientras que mi madre era de Paraná. Las Abuelas tampoco podían romper con ese acuerdo forzado. Mis dos familias fueron cómplices de esa mentira. Todos sabían la verdad, menos yo.

Esto siguió hasta que una noche, en 1999, su prima Carolina rompió el silencio y le contó todo. “Yo le creí todo lo que me contó, no dudé en ningún momento. Eso demuestra que yo estaba presintiendo que había una mentira oculta”. A pesar de estar convencido de que esa era la verdad, Andrés estuvo “un año sin poder hablar con esta familia (la adoptiva) para decirles que yo sabía todo. Me costó romper con esa estructura”. En ese momento estaba estudiando Ciencias Económicas y hasta llegó a dudar en seguir o no la carrera, aunque finalmente la pudo terminar. “Hice todo un replanteo de mi vida, pero no tomaba decisiones radicales para romper con lo instituido.”

“Empecé a tener más contacto con mi familia biológica, pero sentía culpa de decirles a todos que ya lo sabía, porque no quería dañar a ninguna de las dos. El razonamiento era cuidar al otro, como si yo fuera el culpable. Eso me llevó a la inmovilización, a no accionar, a no protegerme a mí mismo”. La única decisión que tomó fue reconstruir su historia, sin decirle nada a nadie.

Eso tropezó con la oposición de su familia de adopción. “Cuando se enteraron que yo sabía la verdad, no colaboraron en la búsqueda porque sentían que mi decisión era una falta de consideración hacia todo lo que me habían dado”. Ellos tenían “un miedo permanente a la pérdida. Siempre lo tuvieron, desde que yo tenía tres meses hasta que me enteré la verdad. Yo sabía que ellos no habían actuado conmigo de mala fe. Yo tengo dos hermanos de crianza y nunca hicieron una diferencia en contra mía, al contrario. Yo me sentía un privilegiado en relación con mis hermanos de crianza”.

Siguió viviendo con sus padres adoptivos hasta los 25 años, cuando decidió venirse a Buenos Aires. Allí se enteró que su padre, Pedro La Blunda, había sido “compañero de estudios y de militancia de Alicia Kirchner”, en la ciudad de La Plata. En los primeros meses de 2003 tuvo su primer encuentro con Alicia. La reconstrucción de su historia lo llevó a conocer que sus padres habían iniciado su romance en la ciudad de San Nicolás, cuando ya eran integrantes de Montoneros. “Entonces me entero que mi historia estaba territorialmente dispersa: una parte en Junín, otra en Paraná, otra en Mar del Plata, otra en San Nicolás, otra parte en la ciudad de Buenos Aires y otra en San Fernando”.

Una historia tan dispersa le dificultó la búsqueda. “Yo trabajaba, pero cuando empecé la búsqueda en 1995, pleno liberalismo, la cuestión económica me dificultaba viajar”. La Blunda afirma que su historia “comenzó a cambiar cuando Néstor (Kirchner) llega al Gobierno”. La historia de sus padres “que me había estado tanto tiempo negada, volvió a estar puesta en la escena política nacional y pasó a ser una historia reivindicada por un presidente”.

Recuerda que al principio, en Mar del Plata, les contó su historia “a los amigos de la infancia, que la recibieron con absoluta indiferencia”. En 2006 “me reencontré con muchas de esas amistades y ellos me pidieron disculpas, me dijeron ‘loco, nosotros estamos con vos, nosotros no sabíamos lo que había pasado’. Yo creo que ahí empezó a nacer la nueva Argentina, era otro país que se empezaba a construir y yo lo sentía en carne propia”. En ese marco, asegura que recuperar su nombre y su identidad “más que una decisión personal fue una decisión política. Yo estoy seguro que sin Néstor, Cristina y Alicia, sin este proyecto de país, yo seguiría siendo Mauro Gabriel Cabral”.

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