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Contextos y responsabilidades

 Por M. Cristina Ravazzola *

Desde hace más de veinte años coordino equipos de profesionales, terapeutas e investigadores de la educación y la salud en el tema psicosocial referido a los procesos de violencia, abusos e impulsividades, entre personas ligadas afectivamente 1.

En esta tarea hemos aprendido algunas líneas generales que pueden ayudarnos a situarnos y a tomar posiciones en cuanto al tema que aquí nos convoca, el de los noviazgos en los que hay acciones violentas.

Un punto de partida para nosotros 2 lo constituye un Esquema 3 que nos resulta especialmente útil porque nos compromete a todos a sostener una conciencia alerta acerca de qué papel podemos jugar como actores sociales en contacto con el problema. Muy resumidamente, lo que consignamos en el citado esquema es que las violencias y los abusos en general se mantienen y se repiten asentados en ideas, emociones, conductas y estructuras que determinan contextos que los avalan. Y que estas ideas, emociones, acciones y estructuras son sostenidas por los actores protagónicos, novio y novia, involucrados en circuitos violentos, pero también, a veces inadvertidamente, por otros con quienes ellos interactúan, que llamamos terceros actores: profesionales, parientes, vecinos, docentes, amigos, que comparten modos de vida con los protagonistas.

Voy a centrarme en algunas de estas ideas: a veces, casi sin darnos cuenta, nos reímos de chistes y afirmaciones machistas sin tomar conciencia de que convalidan contextos discriminatorios en el terreno de las diferencias de género. En el terreno de las diferencias raciales, a veces, inadvertidamente en cuanto a sus efectos, generalizamos críticas hacia personas que comparten rasgos diferentes de los nuestros (“todos los chinos son groseros”, frase oída en una comida compartida, que al revisarla resultó una afirmación generalizada a partir de una experiencia). También los contextos culturales que avalan impunidades, sometimientos y dominaciones, competencias despiadadas y reivindicaciones vengativas favorecen acciones impulsivas en las que no se miden los daños que se hacen a otro. En esos contextos el otro no es otro, un igual a respetar, sino que es visto como un objeto para usar y tirar. Voy a enumerar algunos de estos contextos, que se identifican en conversaciones en las que son tomados como escenarios culturales “naturales” y “normales”:

Contextos psicosociales
que avalan la violencia
en las relaciones de “amor”

Poner el foco en los contextos permite que podamos identificar aquellos que validan las situaciones que describo porque el efecto que nos producen nos “curva el pensamiento”, como diría la antrópologa Françoise Héritier, y nos impide revisar y reflexionar, es decir, intervenir en conversaciones (con otros y con nosotros mismos) promoviendo las conductas con las que éticamente concordamos.

- Contextos culturales que promueven rivalidades, competencias, hasta extremos despiadados: “hay que ser ganador...”, “el mejor es...” “fulanita es la peor”...

Las competencias deportivas para niños y jóvenes, por ejemplo, nos entusiasman a todos y pueden ser muy saludables, pero es importante hacer un espacio para reflexionar sobre los que quedan fuera y sus destinos. La compasión y la piedad son sentimientos que nos ayudan en las convivencias y se pueden estimular y aprender.

Las competencias laborales generan el mismo supuesto de que los espacios son pocos y que hay que ¿ganárselos? a otros, eliminándolos. No fomenta asociaciones ni conjuntos de ayuda mutua, ni idea de responsabilidades colectivas, sino el conocido lema individualista: “Sálvese quien pueda”.

- Contextos que fomentan restituciones vengativas: “hay que tomar represalias y vengarse...” Hemos sido colonizados por films estilo “rámbico” que modulan nuestro modo de pensar mostrando historias en que los protagonistas, si han sufrido algún daño, es “natural” y “lógico” que pasen el resto de su vida buscando venganza. Hasta podemos llegar a creer que eso compensaría el daño sufrido.

Son muy distintos los ejemplos en los que la experiencia sufrida ha llevado a construir modos de ayudar a que no se repitan los males padecidos a través de organizar acciones en esa dirección (escrituras testimoniales y asociaciones de ayuda a personas que comparten las experiencias). Y también es distinto de la búsqueda de justicia social, que permite un reconocimiento del daño y una restitución de un lugar honorable en la comunidad.

- Contextos que promueven extorsiones y terrorismos: “Si no hacés... te va a pasar...” A veces las políticas de premios y castigos en la educación quedan ligadas con este tipo de propuestas. Nuestras predicciones son sólo ideas, teorías, que merecen ser reflexionadas en conjunto y no transformadas en certezas premonitorias. Las indicaciones que damos los profesionales sobre las que nos parecen mejores prácticas en la crianza de los hijos a veces se enmarcan en este tipo de contextos.

- Contextos de discriminaciones por género, raza, posición social, educación, etc.: “Las mujeres son...”, “los negros son...”. Generalizan y avalan la propuesta de una escala jerárquica en la que definimos quiénes están arriba y quiénes abajo, dando obvias prerrogativas a los primeros.

- Contextos en los que se aceptan corrupciones naturalizadas, agendas ocultas en las contrataciones: como ejemplo: representantes de trabajadores que se han convertido en empresarios, médicos que especulan con estudios complejos porque con eso van a tener un rédito económico, químicos que aceptan fabricar sustancias dañinas, engaños y entrenamientos del narcotráfico, etcétera.

- Contextos que avalan impunidades en función de detentar un poder por sobre otros: inmunidades que permiten desigualdades ante la ley, privilegios en función del poder económico, del poder del saber, etcétera.

- Contextos que fomentan idealizaciones, que hacen suponer condiciones ideales: creencias en vidas y configuraciones ideales que no permiten asumir realidades que no están dentro del ideal “la familia es fuente de protección y cuidados ...”, “la pareja es pareja si se convive”... También funciona así la idealización acerca de la eternidad de la vida que no permite incluir la conversación ni la concepción de la muerte, la idealización acerca de la vida permanentemente feliz que no ayuda a encontrar consuelo y aceptar otras realidades, etcétera.

- Contextos de caracterizaciones que aseguran pronósticos inapelables. Algunos diagnósticos médicos, psicológicos o de la vida cotidiana se convierten en trajes rígidos que hacen suponer que no hay cambios posibles. “Lucía es perezosa...”, “Carmen es histérica...”, “José es un psicópata”..., “Diego es un adicto...” Estas caracterizaciones quedan fuera del tiempo, como instaladas para siempre, e imprimen un sello sobre quien las carga.

- Contextos en que supuestos teóricos son tomados como hechos reales. Nos cuesta aceptar que “todo lo dicho es dicho por alguien”, frase acuñada por el biólogo chileno Humberto Maturana y entonces le atribuimos un valor superior a lo afirmado por las teorías en las que creemos, olvidando que son sólo teorías, tal vez metáforas que pueden ayudarnos pero no fanatizarnos.

- Contextos de justificaciones (explicaciones causales). Aceptamos, y aun preguntamos y queremos saber “¿por qué?” frente a hechos que nos afectan, no diferenciando la importancia de entender y buscar hacer sentido, de los efectos de justificación que producen las explicaciones, que anulan la reflexión y dan lugar a que los hechos “explicados” puedan repetirse.

- Contextos en que algunos mitos son tomados como realidades: “A las mujeres les gusta que alguien más fuerte las controle”, “las mujeres necesitan una guía masculina”, “la excitación sexual en el hombre, una vez iniciada, no puede contenerse”, “un poco de violencia es parte de la sexualidad”, “si no hay padre no hay familia”.

Algunos de estos contextos que hemos observado son casi gramaticales.

- Contextos en que predominan los pensamientos binarios: casi automáticamente si se dice “blanco” se nos aparece “negro”, “fuerte” convoca “débil”, “claro” invita a “oscuro”. Alguien dice: “Ahora vamos a hablar claramente”... (antes, ¿lo estábamos haciendo oscuramente?).

No somos conscientes de que estas predeterminaciones nos ocultan una gran variedad de diferencias y nos provocan efectos anuladores del pensar.

- Contextos de prevalencia de disyunciones en lugar de conjunciones, integraciones, sumas. Este armado de pensamiento favorece los bandos: “Estás con él o conmigo...”, las comparaciones “a ella la querés más..., a mí menos...” Nos predisponen a estrechar nuestras posibilidades a una única escala vertical de posibilidades.

Y seguramente, si estamos atentos, podemos sumar algunos contextos más.

Nuestras responsabilidades
para con los jóvenes

¿Qué nos pasa a los adultos con nuestros adolescentes y jóvenes? ¿Cómo conversamos con ellos? ¿Cómo los ayudamos a crear otros contextos, contextos reflexivos en los que puedan medir y prever los efectos de sus conductas?

¿Preguntamos a los y las adolescentes qué piensan acerca del amor, de la pareja, de la convivencia, de la sexualidad, de la crianza de los hijos, del futuro que planean para sí mismos, de los destinos posibles para los varones y para las mujeres? ¿Los ayudamos a reflexionar y darse cuenta de que hay una diversidad de posiciones y maneras de definir estos conceptos? ¿Los ayudamos a debatirlos entre ellos? ¿Les contamos acerca de otras realidades culturales y de cómo se definían estas ideas en otros momentos históricos? ¿Los ayudamos a imaginar formas generosas y menos posesivas sobre el amor? ¿Pensamos con ellos acerca del placer de producir placer tanto como de recibirlo? ¿Somos coherentes en lo que les decimos y lo que les mostramos?

¿Nos disponemos los adultos a debatir, compartir y promover debates acerca de mundos posibles y diversos sin limitar los alcances de esos debates con juicios de valor?

¿Podemos ayudar a los jóvenes y ayudarnos a nosotros mismos a salir de esquemas jerárquicos para armar discusiones horizontalizadas en que nos escuchemos y escuchemos a hijos, amigos, nietos, pacientes, alumnos, colegas, padres? ¿Podemos contribuir a construir una cultura que dé lugar a las diversidades, que nos abra horizontes, que nos amplíe aceptaciones?

Si podemos trabajar desde cada uno de nuestros lugares de participación en la cultura para disminuir y cuestionar las discriminaciones, las exclusiones, los prejuicios, promover debates, la conjunción de puntos de vista diferentes, la aceptación de los otros, la participación en conversaciones permanentes... tal vez podamos contribuir a frenar estas lamentables conductas repetitivas que se instalan cuando las personas dejan de reflexionar sobre sus emociones y sus conductas y se quedan en un escenario impulsivo.

Todos nosotros tenemos espacios de emoción y de acción que se nos disparan y que necesitamos contener y reflexionar. Para esto necesitamos participar de conversaciones con nosotros mismos y con otros que nos ayuden a pensar y a que lo que emocionamos no gobierne nuestras acciones. Tendemos a explicar y justificar y no a reconocer y registrar lo que podemos haber producido a otros, y no aprendemos a veces a reparar lo que dañamos, especialmente si participamos (y producimos) contextos de justificación y reivindicativos.

Todos estos intercambios que estamos mencionando generan escenarios culturales que podrían trabar y desarmar circuitos violentos. Y todos nosotros, si estamos atentos, podemos ser actores potentes en estos cambios.

* Médica psiquiatra, terapeuta familiar, docente.

1 Desde los equipos PIAFF, desde el programa que desarrollé en el Servicio de Adolescencia del Hospital B. Houssay y desde la Fundación Proyecto Cambio, que se ocupa de la rehabilitación ambulatoria y familiar de problemas de adicciones.

2 Uso los pronombres, sustantivos y adjetivos en general en género masculino para no perturbar la lectura. Pero somos mujeres y hombres quienes constituimos los grupos de profesionales que menciono.

3 Publicado por la autora en Historias Infames, los maltratos en las relaciones”, Paidós Argentina, 1997.

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