SOCIEDAD

Baleó a la ex esposa, pero está detenido por una paliza anterior

El hombre que casi mata a su ex mujer en Cariló fue finalmente apresado, aunque no por ese caso sino por una denuncia previa, que nunca había sido tomada en cuenta.

 Por Horacio Cecchi

La Justicia de Dolores había citado a Mingo Altieri a declarar el martes pasado por la doble tentativa de homicidio (cuatro balas a su ex mujer, Karina Cataldi, que milagrosamente salvó su vida, y dos a su novio). El martes no apareció. Lo hizo ayer, acompañado por su abogado y por la certeza de que los vericuetos legales lo amparaban tras apelar su detención. Pero a Mingo lo perdió la costumbre de sentirse impune. Apenas pisó Dolores, ayer al mediodía, lo esposaron. Para su sorpresa, la orden de detención no estaba vinculada con el intento de homicidio sino con una causa anterior por amenazas agravadas y lesiones iniciada por Karina el 23 de febrero del año pasado, después de que Mingo la moliera a golpes en su propia casa. De todos modos, el mal trago para Mingo suena a fuegos de artificio: el delito de amenazar con un arma a una mujer y golpearla a patadas es excarcelable. Karina ya puede hablar pero lo único que puede expresar es terror. Página/12 reveló ayer el drama de la mujer que se mantiene oculta envuelta en pánico. “Sigo escondida –dice ahora–. En unos días puede quedar libre y no voy a correr el riesgo.”
Mingo, primo del intendente de Pinamar Blas Altieri, había recibido citación de la fiscal Gabriela García Cuerva. Debía presentarse el martes pasado por el doble intento de homicidio. Ocho días antes, Mingo había saltado a la fama y colocado en una incómoda marquesina a su primo intendente, después de tirar a matar a su ex y a su pareja. Ese lunes, en la Shell frente a la entrada de Cariló, Karina debía encontrarse con su novio. Hasta allí la siguió Mingo, dispuesto a asesinarla. Con un revólver 32 gatilló cuatro veces. En la última, a la nuca, mientras decía “ésta es para que esté bien muerta”. Los cuatro balazos impactaron de lleno, pero Karina salvó su vida milagrosamente. Lo mismo ocurrió con los dos disparos a su novio.
La tentativa de homicidio no es excarcelable. Después del último disparo, Mingo se esfumó dos días, hasta que apeló. La apelación suspende la medida apelada. El efecto fue inmediato: Mingo volvió a recorrer las calles de Pinamar a sus anchas, con la conciencia limpia de estar cumpliendo con las normas legales. Y Karina pasó a recorrer el extremo opuesto: quedó presa del terror y protegida por la oscuridad, siguiendo los consejos que le dieron en Pinamar: “No podemos hacer nada, lo mejor es que te mudes lejos”.
Pero el martes pasado, Mingo no se presentó. Lo hizo ayer, acompañado por su abogado. Al mediodía apareció por Dolores dispuesto a cumplir con la indagatoria. Tenía la certeza de su impunidad (sigue vigente la suspensión de la detención). No sabía, o no había tomado en cuenta la larga historia de denuncias presentadas por Karina. Quizá la costumbre le jugó una mala pasada. Apenas lo detectaron, fue esposado. Su sorpresa fue mayúscula, le costó unos segundos comprender lo que ocurría. Hasta que fue enterado de los motivos: no lo detenían por el doble intento de homicidio sino por una denuncia presentada el 23 de febrero de 2002 por Karina. Aquella denuncia en nada se diferenciaba del resto de las denuncias presentadas por su ex mujer a lo largo de cuatro años, desde que un juez concedió el divorcio.
“Estaba con una amiga en una plaza, en Pinamar –dijo Karina a Página/12–. El me llamó a mi celular. Siempre lo hacía para amenazarme. Me dijo que estaba en mi casa y que la iba a incendiar.” Karina fue directo a la comisaría local. Allí denunció el llamado amenazante, dijo que iba a prender fuego a su casa, que estaba muy asustada y pidió que la acompañara la policía. La respuesta no se hizo esperar: “Señora, no tenemos personal para acompañarla. Vaya usted y si tiene algún problemita nos llama”. Aunque en nada se asemejó al intento de homicidio, problemitas tuvo. “Cuando llegué –recordó Karina–, me arrastró del pelo y me quería meter adentro de mi casa. Forcejeamos, me tiró al piso y me empezó a pegar patadas.” Karina todavía no sabe cómo zafó. Saltó una verja y entróen lo de una vecina. Desde allí, como le habían sugerido en la comisaría, llamó para denunciar que el problemita se había presentado.
Y llegó la policía. “Tuve una discusión con mi esposa”, alegó Mingo aunque llevaban tres años de divorcio, y lo dejaron ir. “Qué chico, este Mingo, va a haber que hablar con él”, decían los uniformados tratando de devolver calma a la alterada mujer. A Karina la llevaron al hospital donde constataron las lesiones. Se abrió una causa con motivos suficientes para procesar a Mingo. Pero Mingo no sólo no fue procesado en aquel momento sino que, además, siguió a pie firme hasta el intento de homicidio. Un año y siete meses después lo detuvieron, no por haber intentado asesinar a tiros a su ex sino por aquellos golpes excarcelables. En cinco días podría quedar libre. Mientras Carlos Vanoni, abogado de la víctima, intenta abrir las causas del resto de las denuncias, Karina intenta vivir del único modo que aprendió: oculta.

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Karina Cataldi vive en lugar desconocido para evitar un nuevo ataque de Domingo Altieri.
 
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