SOCIEDAD › MIEMBROS DE LA COMUNIDAD BOLIVIANA DENUNCIAN QUE SUFREN DESALOJOS VIOLENTOS EN LA VILLA DEL BAJO FLORES

Una banda que roba casas y luego las vende

Sucede en la villa 1.11.14. Un grupo de delincuentes roba con golpes y amenazas todo lo que hay en alguna vivienda y después la casa misma, que terminan vendiendo. Los dueños no pueden reclamar porque no tienen título de propiedad, aunque hayan pagado por ella.

 Por Pedro Lipcovich

Les roban, no sólo todo lo que tienen en la casa, sino la casa misma. Integrantes de la colectividad boliviana que viven en la villa 1.11.14 denuncian que, en los últimos meses, 18 familias fueron expulsadas de sus casas, con golpes y a punta de pistola, por un grupo organizado que, luego de apropiarse de las viviendas que habían comprado con sus modestos ingresos, las venden. En la villa, y en la Justicia, todos saben quiénes son los delincuentes, quienes lograron frustrar los allanamientos que se efectuaron, porque, según una fuente judicial, “conocen la villa y saben cómo moverse”. El trasfondo de estos delitos es que, como no se ha cumplido la ley que ordenó urbanizar la villa, los vecinos no tienen títulos en regla para poder reclamar las propiedades por las que pagaron.

Las víctimas no quieren dar sus nombres ni ser identificadas de ningún modo, por miedo a represalias de los asaltantes, que circulan por el barrio. Página/12 reconstruyó cuatro casos emblemáticos. Los testimonios encomillados reflejan las voces de integrantes de la comunidad agredida.

- Caso 1: la señora F. y su marido, señor S., vivían con sus dos hijos en una casa de dos ambientes: “Un pedazo de patio, su cocina, su baño. Era de chapita nomás”. La habían comprado en 110 mil pesos en marzo de 2013. La señora trabajaba en la misma casa, en terminación de prendas de vestir, y el marido trabaja en una fábrica de plásticos. El 13 de julio, un grupo armado rompió la puerta. “Se llevaron todo menos el lavarropas.” Dos días después entraron otra vez, cuando no había nadie en la casa. Esta vez sus dueños, al volver, la encontraron cerrada con cadena y candado. Los asaltantes le pegaron al señor S. “Le gritaron: ‘¡Esta ya no es tu casa!’” La vivienda fue vendida, con lavarropas incluido, en 80 mil pesos. El comprador, a su vez, la alquiló. “La casa la habíamos comprado a un paraguayo que nos dio un papel, él está dispuesto a testificar...”, pero ese papel no tiene validez legal.

- Caso 2: el 24 de julio, a las tres de la madrugada, entraron a robar en la casa del matrimonio S. La señora no estaba porque habían ido a vender a La Salada la ropa que fabrican. Le robaron máquinas y telas. La señora efectuó la denuncia ante el cuerpo de delegados de la villa y ante la fiscalía, pero tres días después, a las siete de la tarde, volvió el grupo armado. Esta vez ella y el marido estaban en la casa. Golpearon al hombre en la cabeza con un arma y los echaron. “Es una parejita que recién empezaba. Ella tenía un mes de embarazo.”

- Caso 3: La señora G. trabaja en una empresa que fabrica remeras. El marido, señor J., es albañil. Un sábado a la tarde, ella estaba en casa con su hija de siete años y entraron a robar. Rompieron la puerta. Eran seis. Les taparon la cabeza con una frazada. Las metieron en el baño y empezaron a vaciar la casa. Cuando llegó el marido, les gritó que se fueran y entonces le pegaron hasta desmayarlo. “Ella les suplicaba que lo dejaran. Que se llevaran todo pero que se fueran.” Se llevaron todo. Una semana después volvieron para sacarle la casa. “Ella pidió que no, que la habían hecho con tanto sacrificio, que ya le habían robado, ya le habían sacado todo.” Le dijeron que iban a matar a la hija; que ellos sabían a qué escuela iba la hija.

- Caso 4: en la manzana 29, una señora vivía con su hijo de 13 años discapacitado, en silla de ruedas. También entraron, primero, a robar. Esa vez ellos no estaban en la casa, habían ido a visitar a unos familiares. La segunda vez que fueron, estaban, y los sacaron. “La señora imploró: ‘No he terminado de pagar la casa’. Al hijo, que no puede caminar, lo levantaron entre todos y lo dejaron afuera.”

Según las denuncias, los asaltos son cometidos siempre por el mismo grupo y con una metodología establecida: “Los que entran a las casas son hombres, pero después hacen entrar mujeres y chicos, porque, si hay mujeres y chicos viviendo, la policía y la gendarmería no los pueden sacar. Se quedan hasta que venga la gendarmería, pero después le dejan la casa a un ciruja, a una persona que vive en la calle, para que la cuide, y ponen carteles en la villa: ‘casa en venta’. Al comprador le dicen: ‘Dame lo que tienes, después me das el resto’, para venderla pronto”, precisó uno de los vecinos, y, con la cortesía característica de la gente boliviana, se disculpó: “Perdóneme que le diga, pero los que hacen eso son argentinos”.

Algunos eligieron dejar sus casas antes que sufrir violencia: “Yo me fui porque mi casa la marcaron. Agarré mi familia y me fui. Nos quedamos sin casa. Ahora alquilo, pero los alquileres están sobre las nubes, más de mil pesos. Nunca más vamos a tener un techo porque ahora todo está tan caro. La gente boliviana no sabe qué hacer. Nos sentimos pobres por ese lado, sin nadie que nos apoye”.

Las manzanas más afectadas son la 7, la 9, la 26, la 31 y la 27, que corresponden a zonas de la villa con menor densidad de población. Las víctimas más frecuentes son “las familias jóvenes y de pocos integrantes: las que han dejado a sus padres y a sus hermanos en Bolivia y acá han conseguido trabajo y han comprado una casa, pero no pueden defenderse”. Los asaltantes “están armados y hasta tienen chalecos antibalas, no sabemos cómo los consiguieron. Entran a la casa, golpean, insultan. Somos extranjeros, sentimos que no hay justicia para nosotros”.

Hasta ahora las reacciones de la comunidad afectada no han sido violentas. Por ejemplo: “Yo le dije: ‘Esta no es tu casa’. Me contestó: ‘Mirá que te voy a dar un tiro. Vos no tenés título de propiedad. Y –sostuvo el agresor– éste es mi país, yo puedo hacer lo que quiero’”.

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Las manzanas más afectadas corresponden a las zonas de la villa con menor densidad de población.
Imagen: Daniel Jayo
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