SOCIEDAD › PLAYAS, COLAS, ANOREXIA

Paraíso de contemplación

En tres mil metros de arena un escenario argentino: los cachondos de San Isidro, las amigas de Canadá y Suiza que se citan cada año, la manía de la delgadez y el chico que acaricia a la novia.

 Por Carlos Rodríguez

Desde Mar del Plata

Una franja de arena de las playas del sur que no debe tener más de tres mil metros de extensión, con epicentro en los balnearios La Caseta, Abracadabra y El Taino, es algo así como el paraíso de la contemplación. Una pasarela estrecha, que limita al este con el Atlántico y al oeste con la soga que demarca el fin de las arenas ocupadas por los concesionarios de las playas, es el escenario natural por el que pasan, de ida y de vuelta, “las más perras del mundo”, aseguran con un ladrido desafiante “seis pibes cachondos de San Isidro”, Hernán, Santiago, Rodrigo, Juan Manuel, José María y Cristian. Ellos apelan a las denominaciones más crudas cuando dan precisiones sobre el oscuro objeto del deseo que los moviliza y los “asesina”, dramatizan. Para evitar las groserías innecesarias, podría decirse que se trata de una de la regiones más rotundas de la anatomía femenina, este verano engalanada, como con luces de neón, por tatuajes en la cintura que parecen señalarle a las miradas una “dirección obligatoria” o culottes que insinúan con cierta malicia lo que supuestamente intentan esconder un poco. Esto si se compara esos modelitos con la desnudez explícita de las tangas tipo brasileñas.
“Ahí viene uno, pajeritos”. Solidaria, a pesar de la ironía salvaje, Marina, de 17 años, les anuncia a sus amigos mirones el arribo, vía cielo en vuelo directo, de un premio para los ojos que viene envuelto como para regalo. Las mujeres reaccionan de distinta forma frente a la presencia de una igual que pueda eclipsarlas. Hace unos días, en Villa Gesell, una rubia menudita en todos los frentes, menos ahí, se paseaba de la mano con su pelado novio y los señores mayores aludían en sus comentarios a una partenaire de Alberto Olmedo: “Se parece al de la bebota, al de Adriana Brodsky. ¿Te acordás Héctor?” Serio, inmutable, casi displicente, el aludido Héctor hizo un gesto delator, a pesar de su falso recato. “Cómo olvidarlo”, decía la mueca que se le dibujó en su boca cerrada. El examen oral de anatomía concluyó cuando reapareció de su chapuzón la esposa del tal Héctor, con una malla de los tiempos de la fundación de la playa. “Era fea de cara”, fue el inmediato comentario de la recién llegada. Su esposo se atrevió a recordarle que ella no llevaba puestos los lentes de contacto.
Marisa y Gisella, las dos de bien proporcionados 20 años, las dos rosarinas, dicen que a veces, les divierte ver “las expresiones de los chicos, los gritos que algunos pegan, las risas, los gestos, pero algunos se zarpan mal, dicen boludeces y te hacen sentir incómoda”. Para Gisella, los más ruidosos son los jóvenes, pero son “mucho más asquerosos esos viejos verdes que disimulan, pero les toman fotos a todas las que pasan; son un fracaso, una desgracia”. Marisa disiente en algo con su amiga: “Algunos viejos son babosos, es cierto, pero otros te miran de una forma que a mí, personalmente, me halaga. ¡Uuuy, mirá lo que te estoy contando, no lo publiques!”, se arrepiente demasiado tarde. Beto, un remisero casado, con hijos, todavía joven y en carrera, pregona sentirse agredido por “la forma en que se muestran las mujeres; después si les gritás algo, se hacen las ofendidas”, dice mientras se olvida de que va manejando por el Boulevar Marítimo. A la altura de playa Varese, los ojos de Beto se pierden entre los rotundos pliegues en los que se extravió antes, sin pedir auxilio, la parte más pudorosa de una tanga a lunares, rojo y blanca.
“Acá están los más lindos, sin duda”, se autoconvence Ramiro, mientras se acomoda en la estrecha pasarela, en el corazón de las playas del sur, por donde pasa una legión interminable de bikinis y culottes multicolores. “Mirá esa chica, se pone dos triangulitos y sale a la calle, pero después quiere tapar todo con un pañuelo de seda transparente”, comenta un chico que está con Ramiro, un cordobés que con su cantito y su gracia personal hace menos groseros los comentarios que realiza ante el paso de cada redondez. En Abracadabra, donde siempre hay música electrónica y promotoras de todas las marcas y colores, el pasillito se hace cada vez más angosto, sobre todo cuando el mar se viene sobre las sombrillas, como ocurrió seguido durante la última semana.
La estrechez de esa ruta de doble mano hace que los piropos, los gestos casi obscenos o falsamente fríos se transformen en contactos físicos entre personas que se “rozan, se tocan, se arrebolan”, parafraseando a Oliverio Girondo. Los enojos masculinos y también los femeninos están dirigidos a los novios que acompañan, casi como representantes artísticos, a las más bellas. “Mirá se lo está tocando. ¡Qué hijo de puta!” Mauricio, 23, no puede soportar el gesto fanfarrón del rubio musculoso que le da palmaditas audaces a la morocha de la mínima falda con voladitos que se agitan y dejan ver una tanguita negra, perfecta a la hora de mostrar, de esconder, de mostrar, según los dictados del viento. Mauricio piensa que su cabeza le va a estallar. “Ella lo está provocando, el tipo no se puede contener”, justifica una amiga de Mauricio, que tiene lo suyo y lo muestra con bastante generosidad.
“Tiene más celulitis que el mío”, se consuela una rubia de unos 38 años, de cabellos rizados, que conversa amablemente con tres admiradores boquiabiertos que por turnos dirigen sus ojos, de los ojos de ella, hacia otros rincones de su cuerpo, sobre todo al punto favorito. Resulta gracioso ver los extraños movimientos y las contorsiones que hacen los tres, por turnos que parecen previamente convenidos, para sentar la mirada sobre la tirita de bikini onda leopardo que la bella veterana muestra con legítimo orgullo. “Nosotros venimos a mirarlos, pero una o dos horas por día. Si te quedás más tiempo, es perjudicial para la salud”, hace su diagnóstico un pelilargo lleno de tatuajes diabólicos, mientras hace golpear su cola roja y punzante sobre la arena caliente.
Elogio del piropo
María Eugenia y Beatriz son dos amigas cordobesas, de Villa María, que pasaron la línea de los 30 y se reencuentran cada verano en la Argentina, ya que una es profesora en Montreal y la otra empleada de una empresa multinacional en Munich. “En Canadá son muy fríos, nadie le dice nada a nadie, ni nos miran. Acá es super divertido para las mujeres”, dice María Eugenia. “Una vez, con varios grados bajo cero, desde un camión me tocaron bocina. Yo pienso que debía ser un argentino”, insiste. “Sólo los latinos son tan locos y está muy bueno. Nosotros nos escapamos a la playa de solteras, sin maridos ni novios, porque está bueno cargar la pilas para después pasar el invierno lejos”, acuerda Beatriz. “La playa es el lugar ideal para mirar y para que te miren. Nosotras también miramos, a los hombres y a las mujeres, con envidia o con admiración”, subraya Beatriz. “Es divertido si te miran, si te dicen cosas que te hacen bien y es triste comprobar que cargamos con la celulitis”, corrobora María Eugenia, quien aporta datos científicos sobre la preocupación de las argentinas por mantenerse en forma.
“En la Universidad de Montreal, compañeros más jóvenes me dieron datos que dicen que Argentina es un país que tiene un porcentaje muy alto de anoréxicas, un montón de métodos para adelgazar o en donde se hacen muchas cirugías estéticas. Todas queremos mostrarnos”, pontifica. “Tenemos una cultura donde la imagen cuenta mucho. Mis compañeros me pusieron a mí como ejemplo: ‘Mirá, tiene dos hijos y se cuida, viene siempre arregladita, maquillada’, me dijeron, porque eso no ocurre allá con tanta frecuencia en las personas de cierta edad”, concluye María Eugenia, quien hizo una advertencia al cronista: “No hables mal de los latinos, pensá en nosotras,que cuando estamos lejos de la Argentina extrañamos los piropos, los halagos masculinos, ese fuego que transmiten y que nos sirve, nos hace bien”. Y las dos se van, sin desentonar, en la playa de las miradas de fuego.
Una promotora de Movicom brinda una conferencia sobre moda y tendencias, como para explicar que todo está preparado para “seducir, encandilar, hacer los ratones”. Con gestos mínimos, sin despertar sospechas, va desasnando a los estúpidos que miran sin comprender nada: “Mirá esa mini con volados, esos short en flores Hawaii o las bikinis con comics que te dan un aire juvenil que encandila a cualquiera, esos vestidos minimusculosa, los pollerones o los culottes que te marcan todo. La moda prende el calentador, chiquito, y ya no lo podés parar”. La chica, inquieta hasta el infarto, se va luego de dar a sus oyentes una palmadita en la cara. De espaldas al mundo, sus acciones suben hasta límites insospechados. “Esto es un narcisismo nauseabundo”, se queja en broma un cronista de la TV, citando una frase amarga de Chiche Gelblung. Otros optan por hacer silencio y mirar. Mirar e dopo morire, qué importa. Sin querer ofender con esto la investidura presidencial: mirar hasta quedar bizco.

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