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Domingo, 30 de enero de 2005

TV - EL PROGRAMA DONDE COBRA EL MáS TRAMPOSO

Codicia

 Por Moira Soto

De caballero, minga. Poderoso, sin la menor duda. Los billetes contantes y sonantes que están en una caja de cristal en el centro de la mesa redonda presumiblemente suman 50 mil nacionales. En torno de ellos, seis jugadores ávidos mentirán, se confabularán y estafarán para quedarse aunque más no sea con 5 mil en el programa Vil metal (América, de lunes a viernes a las 23). El dinero, ese medio de cambio que a su vez ha cambiado tanto a través de los siglos –desde las conchas y caracoles iniciales hasta las distintas monedas de metal, antes de llegar al papel– siempre ha estado ligado a la pasión de la codicia, tan envilecedora. Porque si por la plata baila el mono (y cobra el amo), por las herencias se rompen familias antes unidas, y cuando se mezclan amistad y negocios las consecuencias –es bien sabido– suelen ser nefastas.

Este poder del dinero es el que explota con minuciosidad y alevosía el programa dirigido por Marcelo Bassi que hace algunos puntitos de rating, los suficientes para esa hora y ese canal. Entre los seis participantes que relatan sus motivos para apostar, hay algunos que fingen con tranquilo cinismo, y no es fácil descubrirlos. Recién en el último bloque se conoce la verdad de la milanesa.

Las historias son variadas: se pueden inventar desgracias personales, apelar a niñitos enfermos o a la necesidad de un tratamiento para tener un bebé (cosa que hizo Paula el martes pasado, y estuvo a un pelito de ganar). En el curso de varias rondas de votaciones, los jugadores se van eliminando entre sí, luego de establecer alianzas que generalmente pisotean sin pestañear. Y no es raro que los traicioneros avancen y que gane el mentiroso más taimado a la hora de engatusar a los otros.

Si Vil metal funciona como un entretenimiento de pasable suspenso es gracias a una sintética edición que condensa en diálogos breves las largas charlas conspirativas que mantienen, de a dos, los concursantes. Y también porque se plantea un enigma (¿quiénes mienten?, ¿quiénes dicen la verdad?) difícil de descifrar para el público: los jugadores, obviamente aleccionados, no trasparentan emociones, y la documentación que traen puede ser fraguada. Se podrá alegar que es un juego como tantos otros, donde gana el más tramposo, y que nadie está obligado a jugarlo. Pero la expresión desconsolada de Patricia –la chica que de verdad quería repatriar a una amiga varada en España– frente a la deslealtad ruin de Guillermo –cuyo pretexto, por otra parte, era falso– dejó flotando en el aire una inconfortable sensación de indecencia triunfante.

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