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Domingo, 30 de enero de 2005

PERSONAJES > GERARDO ABBOUD, EL INGENIERO QUE TERMINó SIENDO TRADUCTOR DEL DALAI LAMA

Encuentros con lamas notables

Ingeniero, con trabajo, perspectivas y un futuro promisorio, a fines de los ‘60 cayó en sus manos el libro del matemático P.D. Ouspensky sobre su aprendizaje junto a Gurdjieff. Eso detonó en él un viaje espiritual que lo llevó primero a Europa y de ahí al Tíbet... en auto. Lo que era una búsqueda se convirtió en una vida: se quedó 14 años, estudió tibetano y se convirtió en el traductor de los grandes lamas, incluido el Dalai. Instalado en la Argentina, Gerardo Abboud cuenta por qué el budismo es un viaje de ida.

Por SANTIAGO RIAL UNGARO

Después de alcanzar la iluminación, tras 49 días de paz infinita, Buda les transmitió a sus discípulos sus primeras enseñanzas. Las cuatro nobles verdades: 1) Hay sufrimiento. 2) Hay una causa para el sufrimiento. 3) Hay un fin del sufrimiento. 4) Hay un camino que lleva al fin de sufrimiento. Nada de esto sabía Gerardo Abboud, un promisorio ingeniero de 25 años. No se sentía para nada seducido por su futuro profesional, ni con la idea de casarse, tener hijos, comprarse una casa, progresar económicamente, etcétera. Si para los demás su primer año de experiencia laboral había sido excelente, para él la frustración era insoportable. Así, a fines de los ‘60, se fue de viaje. Lo único que parecía tener claro era el primer punto: en la vida hay placer, sí, pero también hay sufrimiento. Primero se fue a Estados Unidos, con la idea (o con la excusa) de instalarse allí para trabajar. Alguien le había pasado los Fragmentos de una enseñanza desconocida de P.D. Ouspensky y la narración del matemático ruso de sus años de aprendizaje junto a Gurdjieff lo llevaron a hacerse muchos cuestionamientos. “Cuando empecé a leerlo, al igual que muchos otros, empecé a entender por qué había tanta insatisfacción. Pero a la vez, paralelamente, esa insatisfacción empezó a crecer y a crecer hasta que finalmente me di cuenta de que no iba a encontrar nada de Ouspensky o Gurdjieff en Estados Unidos. Lo mismo me pasó en Londres. Y la India soplaba en el oído: era la época en que todo el mundo iba a la India”, recuerda sonriente Gerardo, que aclara que por entonces no sabía nada sobre budismo o hinduismo; sin embargo, intuía todo, o por lo menos algo. La inercia que lo llevó a la India sigue siendo inescrutable: “Me compré un autito en Alemania y me fui por el norte de Africa”. El camino habitual era ir por Europa oriental, pero Abboud necesitaba un cambio total de cultura. “Estaba saturado, así que me fui por Marruecos, y llegué hasta Turquía. Fue un viaje fantástico, pero también con mucha angustia, porque no sabía bien qué iba a buscar. Pensaba que por ahí no encontraba nada.” A los 15 días de llegar a Katmandú, Nepal, Gerardo conoció a un lama. “Me despertó un interés enorme que se tratara de una religión no teísta. Era una tradición en la que no había ningún dios creador. Yo venía de haberme hecho grandes cuestionamientos religiosos: era más bien agnóstico, así que la idea de una religión sin dios me interesó enseguida. De repente me encontré con que el budismo me decía que ese sentimiento de insatisfacción era una manifestación de inteligencia, una forma de entender que sí, las cosas son huecas: las ves huecas porque son así. El problema es que uno siente que no es hueco. Y uno también es hueco. La otra cuestión importante fue entender que meditar no era ‘pensar’, que es lo que uno interpreta cuando alguien dice que se retiró a ‘meditar’ sobre tal o cual problema. Eso me pareció muy revolucionario. Había encontrado un lugar en el que me sentía cómodo. Por primera vez había encontrado un camino espiritual que estaba a tono con lo que tenía adentro. Y eso se abría ante mí en el Himalaya, con toda esa belleza fantástica. Así que me quedé 14 años.”

CAMINO AL SATORI

A poco de llegar, se encontró con el célebre Lama Thubten Yeshe. Lo curioso es que en su primer encuentro con un lama, en 1971, dos fotógrafos del Paris Match lo retrataron para una cobertura que mostraba a los extranjeros que se iban a Katmandú. (De esos años, Gerardo recuerda que, en la ruta hacia Goa, los más destruidos solían ser los franceses...) El camino para alcanzar el fin del sufrimiento lo llevó a Dharamsala. Allí empezó a estudiar en la Library of Tibetan Works & Archives, suerte de fuente de la sabiduría tibetana que terminó signando su destino. Por entonces, el Dalai Lama había abierto en esta biblioteca (que guarda todos los archivos de textos tibetanos) un instituto destinado a enseñarles a extranjeros. “En ese momento pensé que tomar un curso para aprender tibetano no me iba a venir mal, ya que quizá me iba a permitir comunicarme directamente con los lamas.” Finalmente, instalado en la ciudad de Manali, conoció a su gurú: Apho Rinpoche. Así, mientras se sucedían los encuentros con lamas notables, Abboud se convirtió en un budista hecho. Y derecho, porque a la vez que experimentaba el espíritu de la tradición budista con los lamas, la interpretaba y la transmitía desde su trabajo como traductor. Todo esto generó un proceso de aprendizaje permanente. “Mi aprendizaje del budismo proviene de mi contacto con los lamas. Por haber dominado el idioma de los lamas desde hace tanto tiempo y también por mi trabajo. Hay una exposición natural como traductor. Si uno tiene que traducir al Dalai Lama ante 150 personas, uno se encuentra con que el público hace una variedad de preguntas que también te llevan a aprender. Y a su vez, todas las preguntas que yo tengo se las hago directamente a los lamas. La tradición oral tiene algo muy importante, que es la idea de continuidad, y es algo que se remonta a Buda. Por eso los lamas insisten en que la enseñanza no se detenga. Un libro es algo seco, en cambio un maestro es un libro húmedo, está impregnado con esa fuerza espiritual. A veces hay maestros que no tienen la experiencia, la vivencia y que son grandes eruditos, y cuando viene un discípulo, que quizá viene bien rumbeado, lo desvían porque le pregunta algo que está fuera de los libros. En cambio, un maestro que no tiene un saber académico, pero tiene la experiencia, nunca va a desviar a un discípulo. Las experiencias de satori que describen las iluminaciones de los maestros zen provienen de este tipo de maestros.”

El hombre que rie

Cuando se le pregunta a Abboud si en su experiencia hubo algún instante de iluminación, algo similar a lo que el budismo zen llama satori, se ríe. Se ríe mucho, tanto que al final la risa termina resultando contagiosa. La misma alegría que se le observa al Dalai Lama, la misma síntesis de liviandad y profundidad la tiene este ingeniero argentino, de familia siria, que tampoco quiere exagerar su rol de traductor del Dalai Lama. “En el año ‘73 ya empecé a hacer mis traducciones más elementales. Al Dalai Lama lo traduje recién en el ‘92, en una gira por la Argentina, Chile y Venezuela. En realidad ya había tenido una entrevista muy larga con él en el ‘72. En aquel entonces él tenía mucho más tiempo. Mientras tanto, iba traduciendo a otros lamas.” En 1985, Gerardo, alentado por el regreso de la democracia, decidió volver. En 1983 ya había pasado por Buenos Aires, en coincidencia (como traductor) de la llegada del primer lama al país. Entonces, las 300 personas que concurrieron a aquel encuentro le sirvieron como muestra del creciente interés que había ya por el budismo.

Hoy en día, Gerardo imparte instrucciones de meditación y enseñanzas budistas en el Centro de Budismo Tibetano Dongyuling ([email protected]). También estuvo con el Dalai el ’99, durante su visita a la Argentina y en Chile. Y el año pasado, en Miami y en cuatro países de Centroamérica y México. “Yo mayormente traduje a otros lamas. Y de vez en cuando traduzco al Dalai”, sintetiza a la vez que destaca el buen humor no sólo del Dalai sino de todos los lamas: “El saber que todo es como un sueño, y que todo es hueco, da una gran liviandad. Yo fui muy afortunado, porque en la década del ‘70 alcancé a conocer a muchos de los lamas de la vieja camada, que fueron mis maestros. Y a la vez también conozco a los de la nueva generación. Tengo todo el espectro”.

Perseguidos por la República Popular China, los lamas se escaparon del Tíbet en el ‘49. Cuando Gerardo llegó, hacía sólo 6 o 7 años que se habían establecido en el Himalaya. “Eran pocos los extranjeros que llegaban por entonces. Lo bueno es que de entrada logré enganchar con la doctrina budista, que es muy rica y muy profunda. No te saciás nunca. Conforman un cuerpo muy orgánico de enseñanzas. Aprendiendo distintas partes te das cuenta de que está todo muy interconectado. Es una fuente de conocimiento, pero además es una fuente de vida espiritual.”

Las singularidades de la lengua tibetana tuvieron un rol fundamental en su conversión al budismo: “Toda la terminología budista está en tibetano y es muy precisa. El idioma fue creado para traducir las enseñanzas budistas, así que las palabras son muy claras: no tienen un trasfondo cultural anterior, no es un idioma que esté cargado de otras connotaciones y significados. Todos los traductores tenían un código y todos las traducían de la misma manera, no importaba qué traductor era”.

El primer rey del Tíbet que decidió instituir el budismo como religión se encontró con que no había en las lenguas locales un idioma con la sofisticación necesaria para expresar cuestiones tan profundas. Así que mandó un equipo de gente a la India para crear un idioma escrito, formal, con gramática, con un alfabeto, etcétera. Y nació el tibetano. “Es un idioma que te traduce la mente con una precisión formidable y que quizá se queda muy corto para describir una turbina de avión, porque es un idioma que se desarrolló de otra manera. En Occidente, las palabras también pueden describir muchas cosas de la mente, pero a la vez tienen un contenido cultural muy fuerte. Si hablás de sabiduría, el sentido que se le da en Occidente no coincide con el que tiene el tibetano. Las palabras tienen un sentido etimológico, pero después de varios siglos van adquiriendo otro sentido además del etimológico. Esa es la diferencia que aportan las culturas. El problema es cuando hay dos culturas que son muy distintas: las palabras occidentales son fantásticas para la cultura occidental. Y las palabras del alfabeto tibetano son fantásticas para el budismo.”

Para Abboud, su experiencia como ingeniero le resultó positiva. Parece ser que la tradición espiritual budista es muy científica. “Es una tradición que, a diferencia de otras, alienta los cuestionamientos. Buda dijo que no servía de nada que se tomaran sus palabras con una fe ciega. Eso no genera una transformación. Ese cuestionamiento es justamente el proceso de comprobar la verdad de su enseñanza, de poder asimilarla y aceptarla. En última instancia, el budismo es un entrenamiento de la mente, un estudio minucioso de la mente, para que la mente aprenda cómo investigarse. La causa del sufrimiento es la ignorancia. Si uno no destruye la causa del sufrimiento, todas las alegrías van a ser efímeras. Que Buda haya encontrado con tanta exactitud cuál es la causa del sufrimiento es algo que le da al budismo un valor universal. Como dice el Dalai Lama, el principal objetivo del budismo es encontrar la verdad. ¿Por qué? Porque el encontrar la verdad significa eliminar la ignorancia, y eliminar la ignorancia significa eliminar el sufrimiento. Es así de simple y de práctico.”

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Abboud en la foto tomada la semana pasada en Buenos Aires para Radar.
 
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