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Domingo, 30 de enero de 2005

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Hasta que el sueño venga

Un fotógrafo elige su foto favorita: Jeff Wall según Marcelo Grosman

Por Marcelo Grosman

La de Jeff Wall es una obra que sólo habría que ver en vivo: tratándose de cajas de luces gigantescas con imágenes casi de tamaño natural (que hacen referencia a la cajas luminosas publicitarias de la calle), está claro que algo se pierde en las reproducciones.

La sensación que tengo con esta foto es que pertenece a la etapa de la fotografía post-heroica; de cierta cotidianidad. Eventualmente, a las personas nos acontecen más cosas personales en estos instantes que en los grandes momentos épicos: ¿quién no pasó una noche así? No sé si debajo de la mesa de la cocina, que es casi una vuelta animalesca, que es como lo hacen los perros, pero me imagino una noche de insomnio interminable. La foto tiene un componente de tiempo importante: hace absolutamente transparente la instancia del tiempo, que en un principio estaría como congelado. Me imagino la cantidad de horas de insomnio de este tipo.

Y lo que me interesa de Wall y de esta foto en particular es que las suyas son producciones casi cinematográficas, así como ésta es como una película obsesiva de ocho horas. Y algo más: las fotografías siempre hacen referencia más a lo que está fuera de campo que a lo que está adentro; y existe la paradoja de que a pesar de que sabemos que son momentos reales no son necesariamente verdaderos. Pero en este tipo no existe el fuera de campo: como es su creación, su obsesión, su universo, la foto es sólo lo que está adentro. Entonces, al no haber fuera de campo, por más que sean “falsas”, son absolutamente verdaderas. En la obra de Wall sólo importa “lo que está adentro”, son universos cerrados.

Las fotografías de Wall tienen esa cosa de sobreactuación: es hiperreal, falsa e hiperreal a la vez, es una paradoja constante. Son más reales que la realidad porque todo el mundo sobreactúa lo que está haciendo en ellas. Hace unos años se puso de moda una fotografía doméstica, que era absolutamente, verdaderamente doméstica, pero que por su sobreabundancia se hizo menos interesante: imaginémonos todos seres humanos haciendo fotos domésticas e intentando convertirlas en obras de arte; sería desquiciante. Todo lo privado hecho público. Y este tipo utilizó una estrategia inversa que fue ficcionalizar lo doméstico, ya que llegar a un instante mínimo como el de esta imagen era absolutamente improbable. Lo que produce entonces es esta inquietud, como si fuese absolutamente verdadero pero a la vez está saliendo de la mente de este tipo, que parece que entiende algo de la vida. Hay que poder llegar a eso, hay que poder imaginarse ese tipo de situación. Esta fotografía post-heroica, a pesar de ser un instante privado, es igualmente político, y el mérito de Wall es utilizar una serie de competencias que posee para decir que lo que condujo a este señor debajo de la mesa esa noche, es indudablemente un “estado de cosas”, y eso es de origen público o político.

Creo que Wall, a pesar de ser alguien del Primer Mundo, un artista de un país central, hace con esta foto algo universal: ésta podría ser la cocina de un departamento de Constitución, la de cualquier persona que viva en una ciudad moderna, digamos. La ropa, el detalle del salero; hay un montón de cosas mínimas que son, me parece, de suma importancia. Y que a la vez están fuera de escala; él es más grande de lo que debería; hay algo que lo hace desproporcionado, como un 10% más grande que los objetos que lo rodean. Uno podría imaginarse que en realidad el tipo está soñando en su cama, y que sueña que está en la cocina, y por eso es que nada es preciso y él es más grande que los muebles. Es algo raro y me refuerza la sensación de inquietud. Algo que, como decía al principio, si bien no cuenta nada épico, dice algo sobre el alma humana, algo que tiene una dimensión enorme dentro de su instancia mínima.

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Insomnia (Jeff Wall, 1994, transparencia en caja luminosa, 172 X 213 cm). Wall nació en Vancouver en 1946, donde vive y trabaja actualmente. Su trabajo durante el último cuarto de siglo consistió principalmente en enormes transparencias montadas sobre cajas luminosas que, según se expresa en la introducción del libro dedicado a su obra que editó Phaidon en 1996, combinan “el brillo de la pantalla cinematográfica con la presencia física de la escultura minimalista”. A favor de la composición en fotografía, opuesto a la tecnología digital, sus “cuidadosas puestas en escena muestran relaciones sociales cotidianas y exploran el corazón de las tinieblas que late detrás de la fachada destellante, saturada de pantallas electrónicas, del siglo XX”.
 
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