SOCIEDAD › MARIA JOSE ROSADO NUNES, CATOLICA Y FEMINISTA

“Este es el Papa de la condena”

Es investigadora de la Universidad Católica de San Pablo y dirigente de Católicas por el Derecho a Decidir de Brasil. Reconocida socióloga, María José Rosado Nunes habló sobre cómo impactará la elección de Ratzinger en los temas más cercanos a la gente.

 Por Mariana Carbajal

Es una de las académicas católicas y feministas más reconocidas de Latinoamérica. Desde hace más de una década dirige el movimiento de Católicas por el Derecho a Decidir de Brasil, donde es profesora e investigadora del Departamento de Ciencias de la Religión de la Pontificia Universidad Católica de San Pablo. En una extensa entrevista con Página/12, la socióloga brasileña María José Rosado Nunes analizó los años oscuros que vislumbra para la Iglesia Católica bajo el mando del alemán Josef Ratzinger en relación con los derechos sexuales y reproductivos y otros temas polémicos para el Vaticano, como el sacerdocio femenino y el lugar de los divorciados. Su elección como nuevo Papa, confiesa, la llenó de tristeza. “Tristeza por las mujeres, por los homosexuales y por los portadores de VIH, a quienes Ratzinger ha condenando en estos últimos años”, enfatizó Rosado Nunes, quien no duda en llamar al flamante jefe católico como “el gran inquisidor” y en afirmar que de su papado espera “muy poco o nada”.
Rosado Nunes es una de las fundadoras de Católicas por el Derecho a Decidir, en Brasil, una organización que surgió a comienzos de los ’90 en ese país –como en Argentina y otros de la región–, siguiendo el camino del movimiento madre de Ca-tholics for Choice de EE. UU., nacido en la década del ’70, para luchar por la equidad en las relaciones de género y por la ciudadanía de las mujeres tanto en la sociedad como en el interior de la Iglesia. Actualmente, hay grupos en ocho países de Latinoamérica y también están surgiendo en América Central y Europa.
–¿Quiénes integran Católicas en Brasil?
–Somos todas mujeres católicas, que fuimos integrantes de la Teología de la Liberación y hemos trabajado en la línea de la opción por los pobres, de defensa de la lucha por la justicia social, por los derechos humanos, y en este camino llegamos al feminismo y nos constituimos como feministas católicas. Porque incluso en la Teología de la Liberación nunca hubo espacio suficiente para el feminismo católico.
Rosado Nunes es doctora en Ciencias Sociales de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, de París, y profesora de posgrado en Ciencias de la Religión en la Pontificia Universidad Católica de San Pablo.
–¿Cómo recibió la elección de Ratzinger como el nuevo Papa?
–Sin sorpresa, pero con mucha tristeza. Sin sorpresa porque como Juan Pablo II armó el Colegio de Cardenales, se sabía que iban a elegir a alguien que estuviera de acuerdo con su misma línea conservadora. Con mucha tristeza porque, en verdad, se puede calificar a este nuevo Papa como “el gran inquisidor”.
–¿Y qué espera de Benedicto XVI?
–Muy poco o nada. Pienso que la imagen más apropiada para el nuevo Papa es aquella que viene del Evangelio y dice que un árbol se conoce por sus frutos. Los frutos de Ratzinger los hemos conocido en estas décadas, entonces ¿qué podemos esperar? Pero tenemos la expectativa de la comunidad de fieles católicos y católicas. Hay movimientos muy interesantes, como el de Católicas por el Derecho a Decidir, Somos Iglesia y el Movimiento para un Nuevo Concilio, que ya ha recogido muchísimas firmas de obispos católicos, algunos de ellos brasileños. Con un papa del perfil del cardenal Ratzinger, la necesidad de un nuevo concilio se hace mucho mayor en estos momentos.
–¿Con qué objetivos?
–De volver al Concilio Vaticano II, para que a partir de sus ideas y proposiciones se pueda ir hacia adelante, incorporar a las mujeres, a los homosexuales y trabajar de otra manera con las demandas de las sociedades contemporáneas.
–¿Qué supone que pasará en relación con los derechos sexuales y reproductivos bajo el papado de Ratzinger?
–Sería una muy buena sorpresa que hubiera algún cambio. Nada lo indica. Más que nunca tendremos que estar atentas y luchar para que nuestros derechos en todas las áreas de nuestras vidas, y especialmente en el campo de la sexualidad y la reproducción, sean respetados. Y que los distintos países firmen la separación de la Iglesia del Estado, para que se pueda avanzar en legislaciones favorables a los derechos sexuales y reproductivos. El compromiso de los países no debe ser con la Iglesia Católica sino con sus pueblos, que no son en su totalidad católicos.
–¿Frente a la expansión del virus del sida no es posible esperar un cambio de posición del Vaticano en relación con el uso del preservativo?
–Hay obispos en todas partes del mundo que se han pronunciado en favor de que la Iglesia se abra a la posibilidad del uso del preservativo. Quizá se logre algo. Pero es difícil saber cómo se va a conducir el nuevo Papa. Si asume bajo la figura de un pastor, podrá cambiar, pero si sigue pensándose como el prefecto de la Doctrina para la Fe es difícil creer que vaya a haber una apertura. En la Iglesia Católica la cuestión de la sexualidad es muy compleja. Hay una fijación en la sexualidad comprendida de una manera muy negativa. En el Concilio Vaticano II hubo un documento que proponía un cambio y decía que era válido que una pareja católica pudiera tener relaciones sexuales que no fueran para la reproducción, pero que fueran en función del amor de la pareja. Hay una investigadora de religiones que dice que nunca hubo un desarrollo de una teología moral a partir de esa afirmación. Analizando la estructura de la Iglesia Católica, creo que mientras esté organizada sobre la división entre el clero y los laicos, con un clero exclusivamente masculino y celibatario, no podrá cambiar su visión negativa de la sexualidad.
–¿Y que piensan los católicos de esa visión?
–En Brasil, Católicas hemos hecho un estudio de opinión pública y los resultados fueron sorprendentes: la mayoría de los católicos brasileños ha manifestado su apoyo a que el Estado y la Iglesia sean separados, a que se respete la pluralidad de la sociedad; el 97 por ciento dijo estar a favor de que se atiendan los casos de abortos incompletos en los hospitales, de que se distribuyan los preservativos, una serie de conceptos contrarios a lo que dice la Iglesia. Creo que en Argentina surgirían los mismos resultados si se hace una investigación sobre la vida real de la gente católica, no sobre las ideas. Estoy segura de que la mayoría utiliza anticonceptivos y no está de acuerdo con que una mujer vaya a la cárcel por practicarse un aborto.
–Si la mayoría de los católicos no comparte las posiciones doctrinarias más conservadoras en relación con la anticoncepción, ¿por qué insiste la Iglesia con el uso exclusivo de los métodos naturales?
–Por un lado, creo que es consecuencia de la manera en que la Iglesia comprende la sexualidad y que en el fondo está arraigada la idea de que es para la reproducción.
–Pero no es un dogma.
–No, no. No hay ningún dogma en la Iglesia Católica relacionado con cuestiones de moral sexual o con la reproducción. Tampoco la condena al aborto ha sido proclamada como un dogma. La última tentativa de presentar una propuesta dogmática fue hace pocos años, un documento inspirado por Ratzinger, sobre la ordenación sacerdotal de las mujeres. Pero a último momento no salió con carácter dogmático. Cuando en Brasil, Católicas por el Derecho a Decidir empezó a hablar de la diversidad de opiniones que hay en la Iglesia, incluso sobre la cuestión del aborto, los obispos se empezaron a preocupar porque hasta ese momento había un discurso homogéneo al respecto. Nosotras salimos a contar que el aborto tenía una historia en la Iglesia, que no siempre ha sido considerado como un homicidio, y aun después de la declaración no dogmática de que “todo aborto es un pecado grave”, se siguieron las discusiones.
–¿Cuándo se estableció que era un homicidio?
–Al final del siglo XIX. Antes había opiniones diversas, había un debate. El aborto siempre se consideró un pecado porque se entiende que es la negación de algo natural como es el fruto de una unión sexual en una pareja heterosexual. Pero no se consideraba que todo aborto era un homicidio. Había discusiones porque no se sabía exactamente cuándo el alma era infundida sobre el cuerpo. Finalmente, en 1869, se declaró que todo aborto es una forma de homicidio, porque se estableció que hay una persona humana desde el primer momento de la concepción. Pero aun después de eso continuó el debate. En una investigación que hice sobre el pensamiento católico en relación con el aborto encontré una discusión interesantísima de teólogos católicos moralistas en los años setenta que decían: “Hay una persona humana cuando hay voluntad de parte de la pareja, o de la mujer, de poner en la comunidad una nueva persona”. Decían que lo que humaniza son las relaciones humanas y no la biología, que es una posición avanzadísima, quizás, incluso, más avanzada que las posiciones de muchas de nosotras feministas. Eso está documentado en actas de una reunión que se hizo en Francia o Bélgica. En la Iglesia hay una doctrina muy antigua y muy compleja que se llama probabilismo. Según esta doctrina, un cura está obligado a comunicarle a una persona que tiene dificultades de conciencia para tomar una decisión que sobre ese tema hay controversia cuando hay más de seis teólogos o teólogas que tienen posiciones distintas a la mayoritaria y hegemónica. En el caso del aborto hay mucho más que seis teólogos y teólogas con posiciones distintas de la oficial. Entonces, los sacerdotes tienen la obligación de decirles a sus fieles que pueden recurrir a su misma conciencia para decidir.
–¿Se abrirá el debate sobre el sacerdocio femenino?
–La Iglesia está frente a un problema muy serio, que es la llamada crisis de vocación. Cada vez hay un número menor de curas para las comunidades católicas, cada vez hay menos gente dispuesta a estar en celibato permanente para servir a la Iglesia. Y el número de mujeres que se dedican al servicio de la Iglesia es enorme. En el caso de Brasil, hay cuatro veces más mujeres religiosas dedicadas exclusivamente al servicio de la Iglesia que curas. Si la Iglesia se abre algo a la participación de las mujeres será más por su necesidad interna que por creer en la autonomía de las mujeres, en sus potenciales. El mismo Ratzinger fue el ideólogo de un documento fortísimo que salió el año pasado condenando las ideas feministas y la autonomía de las mujeres.
–¿Es esperable una profundización de la condena a los homosexuales?
–Este es el Papa de la condena. Es una Papa que tiene una visión agustiniana muy pesimista de los valores de la modernidad. Las libertades conquistadas por las personas en el último siglo, especialmente en el área de la sexualidad, son leídas por Ratzinger como ausencia de ideales válidos y de valores cristianos. Muy difícilmente habría cualquier posibilidad de apertura en ese sentido.
–¿Con un creciente número de separaciones, aun entre católicos, no estima que el Vaticano se verá obligado a modificar su postura frente a los divorciados?
–Lo que se puede vislumbrar es una profundización del abismo que hay entre las reglas, las doctrinas, las proposiciones doctrinales de la Iglesia en todos estos campos y lo que son las prácticas de los y las fieles. En varias oportunidades, hemos escuchado a mujeres y hombres que dicen: “La Iglesia me condena, pero Dios me comprende”. Ese sentimiento de fe y de proximidad con Dios que tiene la gente la libera del seguimiento estricto de las normas doctrinales.

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