SOCIEDAD › LA EXPANSION DE LAS TERAPIAS PSICOLOGICAS POR CHAT O E-MAIL

El ciberdiván

Es un fenómeno que se difundió en varios países: sitios montados por psicólogos que ofrecen terapias online, por chat o e-mail, con pago anticipado a través de giro o tarjeta. Hay pacientes que se atienden así durante años, sin verle jamás la cara a su terapeuta. Aquí, varios profesionales dan su opinión sobre una forma de tratamiento que para algunos es poco seria, para otros un gran hallazgo y para muchos depende de quién y de cómo.

 Por Andrea Ferrari

Es la hora de la sesión. La paciente está en pijama y pantuflas, pero no le importa. Se sienta frente a la computadora, hace doble click y ahí está su terapeuta esperándola. No tuvo que dar la cara, ni siquiera su identidad real. No tiene idea de cómo es personalmente su analista, aunque lleva un año tratándola. Es el ejemplo de una terapia online –atención psicológica que se desarrolla por chat o e-mail–, un fenómeno que está expandiéndose en muchos países. En el vasto mundo psi argentino, una buena cantidad de profesionales lo considera lisa y llanamente una chantada. Otros creen que el método puede ser útil, pero sólo en ciertos casos en que el contacto personal es imposible, como cuando un paciente ya tratado se va al exterior y quiere mantener la terapia. Y están los que no hacen sino enumerar sus aparentes virtudes: que permite tratarse a quienes están lejos, que ciertas personas se atreven a escribir lo que les llevaría mucho más tiempo decir cara a cara y que hay quienes jamás aceptarían recostar sus cuerpos sobre un diván, pero apoyan gustosos sus dedos en un teclado y liberan sus pensamientos.
Argentina no tuvo en este asunto la delantera. Una rápida búsqueda en Internet permite detectar decenas de sitios que ofrecen terapias online en España, Brasil, Italia y Estados Unidos. Es posible toparse con todo tipo de oferta: desde páginas muy serias con bibliografía y detallada información sobre los profesionales hasta sitios donde el terapeuta es anónimo, pide 20 pesos por sesión y hay que pagar tres por adelantado, con tarjeta o giro. La primera es a menudo gratuita, para saber qué gusto tiene la cosa.
Sonia Cesio dirige el sitio Enigmapsi y es además coordinadora de la comisión de informática de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA), que lleva un año estudiando esta tendencia. “Partiendo de que las terapias online son un fenómeno instalado, investigamos sus características y analizamos la experiencia de otros colegas que están trabajando en Internet”, explica.
En su caso personal, empezó colaborando con una página española en 1999 e instaló su propio sitio en 2002. Una de sus primeras observaciones es que por Internet la gente quiere todo rápido: “Piden respuestas veloces, tratamientos más cortos y hay una dificultad para sostener el trabajo: muchos se embalan, empiezan, pero después desaparecen”. Cesio no trabaja con chat, sino sólo a través del e-mail, “por la inseguridad que significa la posibilidad de que se meta un hacker”. Lo primero, cuando llega un mail requiriendo atención, es pedirle “que relate su problema y responda algunas preguntas: cuál es la idea de hacer un tratamiento online, si tiene alguna experiencia terapéutica previa, algún otro relato de interés y datos personales”. Luego, la periodicidad será de “uno o dos mails por semana” y la extensión habitual, de una carilla y media: “Puse como extensión máxima tres carillas, pero nunca se cumple, siempre es más corta”. Los honorarios se pagan con un depósito en el banco.
Cesio descarta tratar en una terapia online ciertos casos: “Personas cuyas problemáticas estén relacionadas con actos de violencia en relación con los otros o hacia sí mismos, ingestión de sustancias como alcohol y drogas, compromiso corporal –como dolores significativos– o una patología psiquiátrica”.
No siempre hay grandes distancias de por medio. Algunos de sus pacientes viven en Buenos Aires, es decir que podrían ir a su consultorio sin problemas.
–¿Por qué entonces eligen la computadora?
–La impresión que yo tengo es que sienten que es más accesible, porque así no tienen que conocer al terapeuta. Sienten que se encuentran a solas con la computadora, pero al mismo tiempo hay alguien del otro lado.
–¿Y qué ventajas tendría?
–En muchos casos es gente que de otra manera directamente no consultaría, es decir que sólo así acceden a una terapia.
–En los chats lo más común es que la gente mienta, que se inventen identidades e historias. ¿No sucede en la terapia online?
–Yo no tengo manera de saber si lo que me dicen es verdad. Pero creo que en una terapia online más importante que la mentira es el anonimato. Lo que a veces sucede es que desaparecen. Cuando uno dice una cosa que duele, que molesta, desaparecen. Esto también pasa en el consultorio, pero ahí lo enfrentan más.

Con dudas:

Para Silvia Di Biase, secretaria de asuntos profesionales de la APBA, el problema es la falta de regulación. “Nosotros creemos que esto debe ser regulado, de lo contrario se presta a mucha chantada: en una terapia online uno no sabe quién está del otro lado, cuál es su trayectoria, si tiene o no un título.” Pero “la Secretaría de Salud, sobre quien recae el control, no delegó el poder de policía en las profesiones de la salud. La gente debe tener una garantía de que recibe la atención que merece. Nosotros aceptaríamos hacer un registro si el Estado delegara esa regulación”.
Sobre este tipo de terapia en sí misma, Di Biase es cautelosa: sostiene que “como lugar de consulta nos parece válido, así como hay líneas de atención al suicida, una línea SOS para cubrir emergencias, puede ser muy válida, aunque creemos que no hay nada que sustituya la relación interpersonal”.
Hay muchos más que dudan. A Abel Fainstein, ex presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), una terapia vía computadora sólo le parece recomendable “si es imposible un tratamiento en forma presencial. Conozco la experiencia de gente que ha emigrado y creo que un intercambio con ex pacientes sobre la base de lo trabajado en forma presencial puede ser útil”.
Desconfía, en cambio, del contacto que sólo se establece a partir de la computadora: “La máquina en principio comunica, pero también separa. Es difícil pensar una terapia sólo online: es creer que únicamente leyendo o escuchando uno puede abarcar lo mismo que con un contacto presencial. Si todo discurso es engañoso porque dice más de lo que quiere decir, detrás de una máquina la situación es aún mucho más engañosa”.
Sara Zusman de Arbiser, también miembro de la APA, realizó algunos tratamientos a distancia, pero se ataja de entrada. “En esto hay mucha chantada –advierte–, quisiera que separemos el trigo de la paja.” En su caso, los pacientes tratados habían pasado antes por su consultorio. “Yo creo que de ninguna manera esto puede hacerse sin conocer al paciente, sin tener un contacto previo y armar un vínculo.” Menciona dos casos: el de un paciente que tras atenderse cuatro años en el consultorio tuvo que emigrar: “Me preguntó si podíamos chatear, empezamos así y luego pudimos hablar a través de la computadora. Establecimos un horario fijo, dos veces por semana, y lo mantenemos. Y cuando viaja a Buenos Aires hacemos sesiones en mi consultorio”. El otro caso fue el de una mujer embarazada quien tuvo que hacer reposo y vivía lejos: “En ese caso seguimos por teléfono”.
La psicoanalista Laura Lueiro cuenta que en algunas oportunidades intercambia mails con pacientes y los considera sesiones. “En general son pacientes muy graves, alguien que por ejemplo no puede salir de su casa. Yo a veces le escribo, intervengo, y tal vez eso dé la pauta para que venga al consultorio.” Pero “iniciar un análisis vía e-mail o chat –agrega– me parece que limita muchísimo. Hay un montón de páginas en Internet que están trabajando así, con pago anticipado, y ni el paciente ni el analista saben con quién están tratando. Claro que para muchos pacientes que tienen dificultades para establecer relaciones con las personas puede ser una vía, pero también puede resultar que sea como hacer una terapia, pero no hacerla. Poner la cara es comprometerse”.
Sin dudas
Una de las más entusiastas es Diana Furtado, miembro de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados. Ella trató por e-mail a dos pacientes a los que no conocía previamente, un caso durante nueve meses y en el otro durante tres años y medio. Los dos eran españoles y se contactaron con ella a través de un foro de discusión sobre psicoanálisis, aunque ninguno pertenecía a la profesión.
“También he tenido experiencias con pacientes presenciales, uno de ellos se mudó a Tierra del Fuego y seguimos por e-mail, pero era distinto: fue mucho más fluido con los pacientes a los que no conocía.” Para Furtado, “el desconocimiento del otro y la falta de estímulos visuales hacen que la persona que está escribiendo se anime a contar cosas que a un paciente en forma presencial le lleva muchos años”. Y enumera más ventajas: “Se puede leer, recordar trabajos, consultar con colegas antes de la próxima respuesta. Y el registro que queda de las sesiones es impecable”. Como regla, Furtado les pide a sus pacientes que escriban durante una hora sin parar y no relean. “Si lo relee empieza a funcionar una censura de segundo grado, corrige, cambia los fallidos, que es bueno que estén.”
Sabe, sin embargo, que la mayoría de sus colegas rechaza ese tipo de tratamiento. “Las dos veces que presenté trabajos en el congreso anual las personas designadas para la discusión me dieron con un caño: de chanta para arriba, me dijeron de todo. Pero la gente del público se mostró curiosa, interesada, y algunos contaron intervenciones con pacientes que estaban en el exterior. Creo que acá aún hay mucha resistencia.”
A diferencia de los anteriores, Paula Tresols no trabaja por e-mail, sino por chat. Tiene un consultorio virtual –montado por su hermano, que se dedica a la informática– y allí cita a sus pacientes en horarios fijos. Dice que pensó por primera vez en esta posibilidad a raíz de “padres que venían preocupados por sus hijos adolescentes y querían obligarlos a hacer un tratamiento, lo que ellos no aceptaban. Con una opción de este tipo, los adolescentes pueden acceder”. Otra ventaja la detectó en el interior, a donde suele dar charlas. Allí oyó que muchos “no pueden ir a un tratamiento porque el ámbito es muy chico y no quieren que todo el mundo se entere o encontrarse al terapeuta en el supermercado. Y tampoco pueden viajar 150 kilómetros dos veces por semana”.
Dice que en su consultorio virtual no usa cámara web, “porque por algo el paciente elige este modo” y que los que más consultan son adolescentes, “sobre todo por temas de adicciones”. La duración es variada: “Hay consultas que son de una vez y punto, hay gente que está tres o cuatro veces y siente que le alcanzó. Y hay tratamiento más prolongados: el más largo que tengo en este momento es de dos años”.
Al cabo de un tiempo, Tresols suele ofrecerles a sus pacientes si quieren que se conozcan. “Si acceden, tal vez nos vemos en el consultorio una vez por mes y luego seguimos por chat.”
–¿Cómo cobra sus honorarios?
–Tengo una cuenta bancaria donde tienen que depositarlos antes de la sesión. Se puede llegar a plantear en una sesión que no pueden pagar, que pagarán más adelante. Se acuerda caso por caso, igual que en el consultorio.
–Supongo que tiene en cuenta el aspecto técnico: ¿qué pasa si en medio de una sesión se cuelga la máquina?
–Nunca me pasó hasta ahora. Pero está hablado previamente: se explica que el único motivo por el cual una sesión puede interrumpirse es que haya desperfectos técnicos.

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