SOCIEDAD

La cuenca del Reconquista, otro libro negro de la contaminación

La Defensoría del Pueblo comenzó el relevamiento de la zona. En Benavídez, las inundaciones y la polución están favorecidas por los countries que fueron construidos con una cota más alta.

 Por Pedro Lipcovich

Una alta pared de cemento armado. En lo alto, cada cincuenta metros, casetas de vigilancia fortificadas. De este lado de la pared, rodeando el inmenso perímetro, una zanja con agua podrida. Del otro lado, un country, el Club Cardenal Newman. De nuevo de este lado, asomado a la zanja podrida, el barrio El Arco, en la localidad de Benavídez, partido de Tigre. Según padecen los vecinos y explican ONG ambientalistas, para construir el country se rellenaron terrenos bajos, por donde desagotaba el agua; por eso ahora, con cada lluvia, hay inundación. Además, en El Arco no hay cloacas ni agua corriente. La primera napa está contaminada por aguas negras y efluentes de la industria, y quizá también la segunda: basta con que lo esté la primera, porque la gran mayoría de los vecinos no dispone de recursos para pagar un pozo de 60 metros. Los vecinos van a la salita de atención primaria no sólo para paliar problemas cutáneos, estomacales y quizás oncológicos vinculables con la contaminación, sino para buscar agua, porque allí está la única canilla donde el líquido llega desde la segunda napa. Los efluentes industriales son seguramente los mismos que tiñen, cada día de un color distinto, el arroyo que atraviesa Benavídez, cuyo nombre, Claro, se ha tornado sarcástico. Ayer el defensor del Pueblo recorrió la zona, iniciando así el relevamiento de otro gran libro negro de la contaminación: la cuenca del río Reconquista.

Ayer, el arroyo Claro era simplemente oscuro, pero “hay días que se lo ve naranja brillante, o verde, o rojo; siempre, irisado; a veces con espumas: todo depende de qué industrias hayan descargado ese día sus efluentes sin tratar”, explicó Leticia Villalba, titular de la Fundación Pro-Tigre, quien participó en la visita que Eduardo Mondino, defensor del Pueblo de la Nación, efectuó al barrio El Arco, “emblemático de las numerosas denuncias por contaminación que nos llegan desde el conurbano y en particular de la cuenca del Reconquista”, señaló el funcionario.

Apretujado entre las casas de El Arco –sencillas, clase media baja–, otro arroyo, el Lola, deja ver los caños de las salidas cloacales domiciliarias que en él desagotan directamente. Silvia Portillo, vecina del lugar, contó que “habían puesto alambrados para que los chicos no corrieran riesgo de caerse, pero a la primera lluvia desbordó y se llevó la alambrada. El agua entra en las casas. Y la napa está contaminada: en 2004, en la UBA, por intermedio de una ONG, hicimos analizar el agua y dio que tiene nitritos, nitratos y metales pesados. Hay muchos chicos con enfermedades de la piel, granos, problemas respiratorios, digestivos. También hay, aunque no podamos asegurar que sea por el agua, muchos casos de cáncer de estómago”.

Otro vecino, Orlando Marconi, contó que su familia saca el agua de la primera napa: “El pozo tiene 22 metros. Para llegar a la segunda napa tendría que perforar hasta 60 metros y eso sale caro: mil pesos. Yo estoy sin trabajo. Lo único que hacemos, siempre, es ponerle gotitas de lavandina al agua.” Leticia Villalba comentó después que “con pozos en la primera napa y pozos ciegos a tres o seis metros, esta gente está condenada a morir enferma por contaminación”.

Pocas cuadras más allá, en la calle Angel Gallardo, una vecina se acerca al cronista. Prefiere no dar su nombre para contar que “hicimos una reunión de vecinos pero muchos no se atreven a abrir la boca porque están en planes Trabajar, dependen de la Municipalidad, y tienen miedo de que se los saquen”. La vecina muestra el zanjón de aguas oscuras en la cuadra donde vive y dice que “los zanjones los abrieron para que salga el agua del country. Hicieron compuertas: cuando llueve las abren y aquí las casitas se inundan hasta más de un metro”. Otra vecina, Gladys Mansilla, recuerda que “en los ‘80, cuando compramos, éstos eran unos terrenos hermosos; el zanjón no existía”. Para no consumir agua de la napa, “compramos bidones de 20 litros, hasta seis por semana, a siete pesos cada uno: en la familia somos nueve”. Es que “si dejás ropa en remojo en el agua de acá, toma olor a podrido”. En el Centro de Salud, cerca de la capilla de San Cayetano, hay una canilla pública: los vecinos caminan centenares de metros para llenar allí sus recipientes.

De pronto, al llegar a la calle San Luis, se presenta un panorama de ocupación militar: un alto paredón de cemento hace imposible ver más allá; sobre él, todavía, seis hilos de alambre y, a intervalos regulares, casetas de vigilancia fortificadas. Es el Country Club Cardenal Newman. Un vecino de Tomás Godoy y San Luis, Jorge Villalba, muestra el zanjón, donde flota la basura, todo a lo largo de la pared. “Las criaturas pueden caer y morirse. Lo hicieron ellos.” ¿Quiénes son “ellos”? “El Club y la Municipalidad de Tigre; ninguno de los dos hace nada sin consentimiento del otro”, contesta Villalba.

Martín Nunziata, de la Asamblea Delta y Río de la Plata, explica que “los barrios privados, para construir, suben la cota: modifican las pendientes y las aguas servidas van a parar a la gente de afuera”. Otra vecina, Alejandra Stevovich, señala otro country, Las Glorias: “Desagotan la pileta de natación con un caño sobre el zanjón de la calle, y se inunda. Lo hacen los días de lluvia. Debe ser porque cuando llueve no van a la pileta”.

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El zanjón provoca permanentes inundaciones del lado pobre del paredón que divide a ricos de humildes.
 
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