SOCIEDAD › EL ADOLESCENTE LIBERIANO QUE TAMBIEN FUE POLIZON

Moohmed, un chico entre los flashes

Cuando el Paraná lo devolvió a tierra, la ciudad de San Lorenzo, igual que sucedería en Alvear once días después, fue pura emotividad y conmoción. Nadie de entre sus 45 mil habitantes había dejado de mencionar, aunque sea por una vez, su nombre: Moohmed Baldé, el chico liberiano de 13 años que había atravesado el océano como polizón en un compartimento próximo a la hélice de un buque, alimentándose con agua de mar, junto con otro joven que tres días antes de llegar a puerto falleció. En aquel momento, una familia sanlorencina lo albergó, mientras el resto de la ciudad hacía fila para entregarle regalos, comida, promesas, y tratarlo casi como un objeto de culto de la curiosidad. No se sabe si fue la costumbre o los cacerolazos los que relegaron a Moohmed: ya nadie habla de él, al punto que son pocos los que saben que el chiquito liberiano fue devuelto al juez, quien lo entregó en custodia a un hogar de menores en Rosario.
Moohmed no fue el primer polizón en llegar a un puerto santafesino. El año pasado desembarcaron con el mismo status entre 30 y 45 (ver aparte), según qué fuente sea consultada. Pero Moohmed fue el primero en provocar la reacción de los medios de prensa, que rodearon de cámaras, flashes y grabadores al pequeño liberiano. Los motivos deben ser unos cuantos, pero seguramente su edad, la odisea que recorrió y el estado calamitoso en que fue rescatado del Paraná (estuvo en coma, con un profundo déficit en sus riñones, saturados de agua de mar, además de terribles marcas en sus pies, al parecer recuerdos que dejó un par de grilletes sobre su carne viva).
Por eso, Moohmed fue instalado desde un primer momento en el Hospital Granaderos a Caballo, donde comenzó a reponerse sólo para que una columna de curiosos separados en turnos (mañana y tarde) lo visitara y casi lo acariciara como se acaricia a un santo o al Porcellino d’oro fiorentino. Pero además, durante su convalecencia, Moohmed fue objeto de un silencioso tironeo entre infinidad de familias que pretendían su adopción.
La responsabilidad, finalmente, recayó en los Meynardi, una familia local que abrió sus brazos e intentó cuidarlo durante la guarda provisoria que había otorgado un juez de menores rosarino. No están claros los motivos por los que, cuatro meses después, los Meynardi devolvieron a Moohmed. “Era incontrolable”, deslizó un amigo de la familia. “La mujer estaba muy asustada, porque sentía que estaban con un extraño”. Revelación tan sorprendente como obvia que, curiosamente, no fue imaginada antes de ofrecer, aceptar y conceder la custodia. Lo cierto es que Moohmed pasó de manos como parte de un mobiliario. Hoy, quizás con más naturalidad, vive bajo la tutela del hogar Hoprome, del padre Tomás Santidrian, en Rosario, aguardando su status de refugiado que analiza el Cepare.

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