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Los gorros de la abuela

Santa clara, arroz, santa clara, arroz. Punto cadena, punto cruz, punto cadena, punto cruz. Desde los cuatro años Carolina Leal teje. Le enseñó su abuela y la entretenía toda la tarde haciendo la cadenita más larga posible. Tres décadas después, lo convirtió en oficio.

Las características de sus gorros, además de la lana, son sus orejas. Los hay con cara de oso, un negro peludo como Mickey Mouse, los típicos de la puna que tapan las orejas, el “coati cap”: con orejas, visera y un diminuto coatí en el techo.

Empezó hace un año como un hobby que le hacía sus viajes en colectivo entre trabajo y trabajo más llevaderos. Leal es diseñadora gráfica y también da clases. “Mis sombrero son más un juguete que indumentaria. No los compran para usarlos, sino por sentirse identificadas o divertidas con algo. No todo el mundo se los pone. No todo el mundo sale a la calle con ellos. Tiene que ver con la dulzura. Hay una búsqueda en las chicas de cierta edad, de 30 años, que tiene que ver con dulzura. Los empecé haciendo para chicos pero me piden más para adultos”, explica. Hace diez gorros por mes y aunque no vive de esto, aprovecha las ventas para darse sus gustos.

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