SOCIEDAD › OPINION

La maldición del violador

Por Martha Rosenberg*

Sobre Romina Tejerina se cierne la tragedia. No sólo fue violada, sino revictimizada por un entorno social del que no esperaba ser escuchada y por el que temía ser vista. Ante esta agresión generalizada no pudo oponer los actos conducentes a reparar su violación: denuncia, prevención del embarazo mediante la anticoncepción de emergencia y del sida. Sólo fantaseó –indicio de una pobre relación con la realidad– que podía borrar lo sucedido. Primero por el silencio y el secreto, después fajando su vientre para ocultar su embarazo, para ella indicio de su culpa y castigo por haber sido violada y no haber enfrentado al violador hasta la muerte. A la impunidad del violador en libertad, ella corresponde –su juicio de realidad está comprometido– con la negación del ataque del que fue objeto. Pero no olvida: cuando los cambios corporales acusan la gravidez, se ensaña con su propio cuerpo. Romina no puede actuar contra su agresor, que la hostiga y descalifica después de haberla gozado.
Ya desde Freud, la violación es el trauma por excelencia. Es lo Otro que irrumpe en el cuerpo, descalabrando el sentimiento de sí y la posibilidad de adecuar la respuesta a la agresión sufrida. El yo de Romina no puede contener esa experiencia, e incapaz de buscar ayuda, fuga ante ese Otro omnipotente y cruel. Cuando pare, la niña encarna a ese Otro con el que ella está enfrentada a muerte. El que la mató hace nueve meses y sigue encarnizándose con ella. Hay que detener este círculo violento. Romina necesita amparo y contención lúcida para ser reparada del doble daño que le infligió su violador: la violencia de la que la hizo objeto y la depositación en ella de su criminalidad. Su crimen es prestado. Como en toda tragedia, el designio asesino es anterior al protagonista. La culpa no la paga quien desencadena el espanto, sino el (la) más débil en esa cadena. Que nazca un niño odiado por la mujer que lo gesta realiza la maldición del violador sobre su víctima. La mayoría de los así nacidos no son matados en un solo acto: viven recibiendo el voto de muerte con que los apuñalan quienes deberían protegerlos. El amor les es ajeno. Su vida testimonia el odio de su origen en innumerables episodios antisociales. Romina no pudo sustraerse a la hostilidad mortífera en que la envolvió su violación. No hubo dispositivo social sensible a su situación, a pesar de las 22 denuncias diarias por violencia sexual en 2002. Tampoco tuvo acceso a la anticoncepción de emergencia que hubiera debido estar disponible para ella. No sólo se hubiera prevenido el embarazo, sino los nueve meses de gestación de la locura y el crimen. No es ella quien debe pagar por esto. Su violador debe ser juzgado y condenado. Romina ya ha pagado más de lo que es justo y debe ser asistida para que el haber sido víctima de una violación impune no la condene además a perder su vida en la cárcel.
* Psicoanalista, miembro del Foro por los Derechos Reproductivos.

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