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“Pensaba para qué me salvé”

Carla Ricciotti busca un departamento. No tiene más el de Once, a cinco cuadras de Cromañón. La última vez que estuvo ahí fue el 30 de diciembre, cuando cortó unos jeans para hacerlos shorts. Sabía que iba a hacer mucho calor dentro del boliche al que solo conocía de nombre. Fue con su novio, Luis Santana, que también era su compañero de trabajo en Crónica TV. Habían dejado la computadora encendida, calculaban estar de regreso en un par de horas. Carla volvió tres meses después, pero “fue para embalar todo”. Ahora vive otra vez con sus padres.
Hace poco no le importaba tanto seguir viva. Despertó del coma el 9 de enero. Las ganas de ver a su novio, que estaba en el Ramos Mejía, aceleraron su recuperación. Cuando le quitaron el respirador artificial y consideraron que podía resistirlo, los médicos le informaron que su pareja había muerto. Entonces tuvo que aprender a convivir con la tristeza. “No quería ni levantarme. Pensaba ¿para qué mierda me salvé yo?”
Todavía con la voz opacada por el humo, anuncia que “hace veinte días se me fue esa tos seca”, y la “cosa negra” que se le acumulaba en la garganta y tenía que largar de una escupida, ese hábito urbano que Carla nunca había adoptado, porque “no sabía escupir”, asegura. Sus días, como los de miles de sobrevivientes, se diluyen en visitas al kinesiólogo, al psicólogo y a un surtido de médicos que le practican estudios y le recetan medicinas. “Me dijeron que el alta médica la voy a tener recién dentro de dos años, porque sigo teniendo inflamación en los pulmones y las vías aéreas”, indica Carla a Página/12. Piensa retomar su trabajo. Pero no podrá hacer exteriores cuando haga frío, porque “cualquier resfrío se puede convertir en neumonía”. También empezará a estudiar Historia, la carrera que su novio no pudo terminar.

Informe: Sebastián Ochoa.

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