SOCIEDAD

Bailando contra la corriente

 Por Mariana Carbajal

La historia de la creadora del Ballet 40-90 está llena de recovecos que sorprenden. Desde los 8 años, el baile fue su vida. Estudió danza clásica, flamenco, piano. Pero aunque el baile siempre fue su gran pasión, sus padres –una familia tradicional católica– no le permitieron bailar profesionalmente porque “eso era de putas”. Como concesión, le permitieron enseñar a cambio de que siguiera una carrera universitaria y ella eligió Letras. “Me hubiese encantado ser coreógrafa”, confiesa. Pero cuando tenía 41 años, la muerte de su padre la alejó de la danza. “Decidí dejar de enseñar”, recuerda sin querer dar más explicaciones. Elsa dejó el baile pero continuó incursionando con distintas técnicas corporales como la eutonía. Después de separarse de su primer marido (con quien tuvo dos hijos hoy cincuentones), a los 52 empezó a hacer psicoanálisis “muy profundo”. De ese proceso de reconocimiento interior surgió el deseo de encontrar a un novio que había tenido a los 14 años, de quien había estado profundamente enamorada. Buscó su nombre en la guía y lo encontró. El hombre, un artista plástico que hoy expone en Europa, nunca se había casado y vivía con su madre y unos tíos viejos. Hace dos décadas que viven juntos felices y él la ayuda en la creación de las coreografías del Ballet. Los años fueron pasando y un buen día Elsa se empezó a preguntar por qué se había “mutilado” al desterrar la danza de su vida. Y decidió empezar a trabajar “con gente de la tercera edad a la que yo pertenecía”. Así nació el 40-90.

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