SOCIEDAD › OPINION

Educar(nos)

 Por Washington Uranga

“A mí no me va a pasar” es la reflexión típica de quien pone los problemas y las responsabilidades en el otro, por fuera de sí mismo. La afirmación supone la autoadjudicación o bien de un coeficiente de inteligencia o de una cuota de destreza que está por encima de lo normal. También de ignorancia y de falta de educación. En otras palabras podría traducirse en “eso sólo les pasa a los giles”. Y “eso” es un vuelco por circular a velocidad excesiva en rutas que no están preparadas para contemplar la eventualidad del mínimo error o conducir con un grado de alcohol que quita reflejos aunque el infractor sienta que “estoy perfecto” y sólo acepte por único test “hacer el cuatro”. La seguridad vial no va a mejorar en la Argentina si no se trabaja seriamente en la cuestión educativa de fondo, si no se ataca la idea cultural que transforma en “súper poderoso” al ciudadano o la ciudadana sentado al volante, el mismo que hasta hace instantes era un vecino o una vecina sin pretensiones de superioridad o instintos agresivos desatados. El volante, parece, confiere atribuciones para pasar sobre la norma a la que, por otra parte, se considera “obsoleta” y, por lo menos en su caso particular, no aplicable. Basta observar las prácticas cotidianas en las calles y en las rutas. Es difícil entender a los taxistas que circulan por la ciudad con el cinturón de seguridad cruzado en bandolera para evitar multas, pero sin abrochar “porque molesta”. O escuchar las justificaciones de quienes se resisten a ser sometidos a controles de “alcoholemia” porque “estoy de vacaciones y no me dejan disfrutar”. O a los “vivos” que se adelantan haciendo zigzag en rutas y autopistas y protestan contra los “giles que no saben manejar” porque mantienen la distancia prudencial de frenado. O el cruce del semáforo en rojo con el pretexto de que lo hago “por razones de seguridad”, aunque eso se haga a plena luz del día y en lugares donde el argumento de la inseguridad resulta por lo menos inconsistente. Todo lo cual transforma la convención del amarillo, rojo y verde en una contradicción y en un peligro antes que en una protección porque, como adelantaba aquel dicho popular, “el rojo es para pasar y el verde para pasar con cuidado”. El problema de la seguridad vial no se soluciona sólo con más sanciones. Al menos si éstas no van acompañadas de un cambio de cultura que se apoye en procesos educativos. Que son difíciles y a los que naturalmente nos resistimos. Porque el respeto por lo público supone posibilidades y garantías para todos, pero también restricciones y límites. Especialmente para los “vivos”. Ese ingrediente del que todos tenemos un poquito.

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