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Domingo, 1 de febrero de 2004

EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

La casa mayor
El significado prístino de la palabra economía era “manejo del hogar”. Tras añadirle el adjetivo política, el significado pasó a ser “manejo de la economía de las naciones”, ampliando el ámbito humano, de la casa particular a la casa universal. Hoy todos vivimos en una gran casa que nos provee de bienes y relaciones que ni de lejos podríamos obtener aislados en nuestra casa privada. El primero en subrayar esta interdependencia con el mundo fue Adam Smith: “Veamos el bienestar del artesano más vulgar o del peón manual en un país civilizado y próspero, y notaremos que el número de personas que para proporcionárselo consagraron una parte, por pequeña que fuese, de su actividad, supera todo cálculo. La chaqueta de lana que abriga al peón es producto del trabajo conjunto de una multitud de obreros. El pastor, el seleccionador de lana, el peinador o cardador, el tintorero, el desmotador, el hilandero, el tejedor, el batanero, el confeccionista y muchos otros, aportaron sus oficios para permitir la confección de artículo tan sencillo. ¿Y cuántos comerciantes y transportistas no tuvieron que emplearse en transportar los materiales empleados, desde las manos de unos operarios hasta las de otros que viven en lugares lejanos? ¿Cuántos mercaderes y gente de la navegación, como constructores de barcos, marineros, fabricantes de velas y jarcias, no participaron para acarrear los productos químicos para el tintorero, muchas veces desde lugares remotos? ¿Cuántas especialidades distintas no se necesitan para producir las herramientas que usa el trabajador más insignificante? Sin contar máquinas complejas, como barcos, batanes o telares, miremos la variedad de trabajo requerido para hacer una sencilla herramienta, las tijeras, con que el pastor esquila la lana de sus ovejas. El minero, el constructor del horno en que se funde el mineral, el leñador que tala el árbol, el carbonero que fabrica el carbón para fundir, el fabricante de ladrillos, el albañil, los operarios del horno, el arquitecto, el forjador, el herrero, todos aportan sus oficios para producirlas. Si examinamos su vestimenta o su mobiliario, y miramos la variedad de trabajos empleados, comprenderemos que ni aun la más insignificante persona de un país civilizado puede, sin ayuda y cooperación de muchos miles de personas, disponer de lo necesario, aun para un nivel de comodidad corriente”.

Los elementos
En la filosofía natural antigua, la europea en especial, los cuerpos se suponían integrados por cuatro elementos: la tierra, el agua, el aire y el fuego. Europa se estremeció cuando, navegando por el agua, Rodrigo de Triana exclamó: “¡tierra!”. El mundo se había expandido. Hace pocos días, en la agencia espacial europea, se repitió el estremecimiento cuando, navegando por el aire, la sonda a Marte fotografió “¡agua!”. La fascinación del europeo por el agua es proverbial –en las leyendas, en la música, en el cine–, y la de sus economistas no le va en zaga. “Nada es más útil que el agua”, escribía Adam Smith, a quien le fascinaba que “el transporte acuático abre a toda clase de industrias un mercado de mayores dimensiones que el que les permite el transporte por tierra solamente, es en las costas, y a lo largo de las orillas de los ríos navegables, donde toda clase de industrias empiezan naturalmente a subdividirse y a mejorarse”. Los anillos de Von Thünen, principio de la economía espacial, deformaban su curso natural cuando la producción en alguno de ellos podía transportarse, alternativamente, por tierra o por agua. Menger utilizó el consumo de agua para demostrar el principio de utilidad marginal decreciente. Y Alfred Marshall en 1879, con un gran sentido actual, escribió un trabajo sobre El agua como elemento integrante de la riqueza nacional, acaso inspirado por sus excursiones como escalador de las montañas alpinas. Los suizos, en efecto, consideran al agua como su mayor riqueza natural, y al hielo de sus montañas, por tanto, como una suerte de ahorro con el que pueden contar. Frente a esas experiencias, ¿cómo está la Argentina? Los hielos del sur pueden considerarse como una gran riqueza del futuro, situados en una provincia árida, donde el único bien que se extrae de ellos es de carácter estético para los afortunados que pueden ir a verlos. En Buenos Aires, la región más rica y poblada, el agua es una calamidad: cuando llueve mucho se busca hacerla desaparecer, y cuando escasea sufren agricultura y ganadería. La preocupación de Ameghino era retenerla cuando la había en exceso, para usarla en tiempos de seca. Para consumo humano, la provincia no ha extendido gran cosa la provisión de agua segura y cloacas, prácticamente desde el gobierno de Alende. Millones sacan su agua de napas contaminadas y deben comprar agua segura a 4 pesos el botellón de 12 litros.

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