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Viernes, 30 de septiembre de 2016

RESISTENCIAS

BIEN MONTADAS

La bicicleta fue un instrumento de emancipación para las mujeres desde fines del siglo XIX. En la actualidad, crecen y toman fuerza las biciescuelas que enseñan a andar a mujeres adultas y que reclaman por políticas de movilidad urbana con perspectiva de género. Puede parecer poco hasta que se siente el viento y el sol en la cara, las distancias se acortan a fuerza de pedaleo y se percibe de otra manera la potencia física del cuerpo.

 Por Daiana Glizer

Sábado, 15 horas, predio de la Universidad Nacional de San Martín. Comienza la clase de ciclismo para adultos. Nadie se conoce, pero todos comparten un secreto vergonzoso: ninguno sabe andar en bicicleta y anhelan profundamente aprenderlo. El profesor da inicio con una charla introductoria a diez personas atentas: “No sé si lo notaron, pero la mayoría de ustedes son mujeres. Eso no es casualidad”.

La imagen se repite desde hace cinco años. Así lo afirma Marcela Espíndola, cofundadora de Ciclofamilia, organización que enseña gratuitamente a adultos a andar en bicicleta en el espacio cedido por la UNSAM. “Ocho de cada diez personas que nos consultan por la biciescuela, son mujeres. Esto luego se refleja en la asistencia a los encuentros”. Los motivos por los que no saben andar son variados. Algunas intentaron de pequeñas sin éxito y no retomaron la práctica de grandes por miedo a lastimarse o a quedar expuestas al ridículo. Otras nunca tuvieron contacto con una bicicleta. “En muchos casos hay un sesgo de género desde el comienzo de sus vidas. Todavía hoy a los chicos se les da más herramientas y más libertad para el uso del espacio público que a las nenas. Décadas atrás esto quizás era más fuerte: es común que nuestras alumnas mayores, que vivieron su infancia hace por lo menos cuarenta años, relaten que sus padres no las incentivaron a andar en bicicleta pero sí a sus hermanos varones”, explica Espíndola.

La información no sorprende en un espacio público donde está naturalizado el dominio masculino: basta con salir a la calle y observar que quienes conducen la mayor parte del transporte son hombres. Quizás la desigualdad en el uso de la bicicleta no sea tan perceptible porque en la Región Metropolitana de Buenos Aires sólo el 3% de la población utiliza este vehículo según la última Encuesta de Movilidad Domiciliaria 2009-2010 (ENMODO). Sin embargo, el año pasado, el Banco Interamericano de Desarrollo publicó un informe que revela que la mayoría de los ciclistas en las principales ciudades de Latinoamérica son hombres. La cifra más optimista es la de Montevideo, que lidera el ránking con un 40% de viajes diarios efectuados por mujeres. En Argentina, la ciudad de Córdoba posee la tasa más alta con un 38% y le sigue Rosario con un 30%.

Estas cifras denotan que aún cuando las mujeres saben andar en bicicleta, su presencia en las calles es baja. Según Dhan Zunino Singh, especialista en movilidad urbana e investigador de CONICET/UNQ, “la movilidad es una práctica social atravesada por relaciones de poder. No es simplemente un estudio de transporte o un estudio geográfico de cómo se mueve la gente”. En este sentido, el género es una variante en esas relaciones de poder: “la gente se mueve, percibe y experimenta la ciudad de maneras muy distintas”, afirma. De acuerdo al informe “Ciudades Seguras” de ONU Mujeres de 2010, la población femenina posee patrones de movilidad distintos a los masculinos: se trata de viajes en cadena, ya que por lo general combinan varias actividades y por lo tanto realizan desplazamientos múltiples con destinos dispersos, que implican mayor tiempo y dinero.

Si bien no hay estadísticas sobre el tema, las organizaciones ciclísticas consultadas coinciden en que son varios los motivos por los que las mujeres no se animan a pedalear por las calles. Uno de ellos es el miedo al tránsito de la ciudad, que perciben como violento y que por las velocidades altas que maneja, resulta incompatible con las alcanzadas por un ciclista. Adicionalmente se encuentra el hecho de saber que por sus características, la bicicleta es un vehículo más vulnerable y por esto en muchos casos el menos respetado por el resto del transporte. Otro factor de peso es la frustración ante el acoso verbal: “La mujer ciclista padece doblemente la violencia del espacio público: por ciclista y por mujer. Esto se debe a que la violencia vial de género es alta. Ante una situación de tránsito, la reacción que tiene un automovilista o cualquier otro conductor con ella no es la misma que con un ciclista varón”, explica Espíndola. Por otra parte, el mercado ciclista tampoco ofrece productos adaptados a sus necesidades y características de viaje, como por ejemplo accesorios de carga. Estos serían muy útiles para las amas de casa, cuyos motivos de viaje más frecuentes en la Región Metropolitana de Buenos Aires son los de acompañar a miembros del hogar a centros educativos y hacer las compras (ENMODO). Sofía López, directora de la organización chilena Macleta (Mujeres Arriba de la Cleta), destaca el papel que juega la infraestructura vial al señalar que si las ciclovías no son construidas atendiendo a las necesidades de las mujeres, éstas no van a poder aprovecharlas. Esto sucede por ejemplo con las que se encuentran en calles oscuras o con poca circulación. Por lo tanto, las políticas que deseen impulsar seriamente el uso de la bicicleta, deben tener en cuenta no sólo la infraestructura sino lo que concierne a mejorar la experiencia urbana, contemplando la diversidad de sus ciudadanos. “Hace falta revisar el espacio público y la organización de las ciudades con perspectiva de género”, sostiene Andrea Navarrete, fundadora de la red latinoamericana Mujeres Bici-bles, originada en Colombia.

La sufragista estadounidense Susan B. Anthony dijo en 1896: “La bicicleta ha hecho más por la emancipación de la mujer que cualquier otra cosa en el mundo (...) Cada vez que veo a una mujer en bicicleta me regocijo, porque es la imagen de la libertad”. Desde mediados del siglo XIX, las mujeres de la aristocracia norteamericana y europea habían encontrado en ella un instrumento de autonomía que las llevó, entre otras cosas, a desafiar los cánones de vestimenta femenina de la época. A pesar de las críticas moralistas, muchas adoptaron los bloomers (pantalones holgados) y abandonaron gradualmente la pollera y el corsé. Con el paso del tiempo, se fue ampliando el ciclismo en la población femenina y surgió la denominada “Nueva Mujer”, que criticó los roles de género y exigió el voto femenino. Pero más de un siglo después, ¿la bicicleta continúa siendo una herramienta de empoderamiento?

MI PRIMERA VEZ, O EL DIA QUE SE ME SOLTO LA CADENA

La gente queda atónita cuando escucha la confesión: “No-sé-andar-en-bici”. Pero esta sorpresa es doble, porque impacta a quien la escucha pero también a quien la dice y ve la reacción provocada. ¿Tan extraño es que alguien no tenga este conocimiento? Aunque no existan cifras sobre cuánta población sabe andar, parece que para el común de la gente sí lo es. Incluso se trata de un saber tan naturalizado que para la mayoría es muy difícil traducirlo desde el cuerpo a las palabras. Esta situación hace que las biciescuelas para adultos sean un lugar propicio para aprender de forma tranquila y sin la mirada evaluadora de los demás. En algunos casos, como el de Ciclofamilia en Buenos Aires, son abiertas a todo el público, y en otros, como la de Macleta en Santiago de Chile o Mujeres Bici-bles en la ciudad de Bucaramanga, Colombia, están dirigidas específicamente a mujeres. Es sabido que este medio de transporte contribuye a la actividad física, la salud y el bienestar de quien la usa. Sin embargo, estas organizaciones consideran que la bicicleta brinda a las mujeres mucho más que eso.

“Para mí la bicicleta es un símbolo de empoderamiento”, explica Espíndola. “Creemos que hay que salirse de ese discurso chic de la bicicleta que hay actualmente. Se trata de una herramienta igualadora de géneros y clases sociales; democratiza el espacio público. Además te hace ver la ciudad en otra escala, más humana. La transformación que suscita en la vida de las personas es única, sobre todo en las que han aprendido de grandes”, sentencia. Quienes han pasado por esta experiencia lo saben muy bien: “Cuando aprendí, sentí un sentimiento de superación y una felicidad como de niña, muy genuina. Me ayudó mucho a mi autoestima”, cuenta Fernanda R., que aprendió a andar en bici este año gracias a Ciclofamilia. Mariel Siano también recuerda nítidamente el momento en que logró pedalear: “me emocioné mucho: sentí que había superado un miedo”. López explica la dimensión que esto adquiere: “la bicicleta es una herramienta de transformación de las mujeres, puesto que si pensaban que no iban a poder andar y lo lograron, se dan cuenta que son capaces de aprender cualquier cosa”. Por su parte, Navarrete advierte que “las mujeres en bicicleta conquistan autonomía y acceden a una mayor participación en las políticas públicas de movilidad. Su contribución es importante para conquistar el espacio urbano, que también les pertenece y por el cual se quieren movilizar libremente”. Son curiosos los distintos significados que derivan del verbo “movilizarse”, y todos ellos estrechamente relacionados con esta visión del ciclismo: afectarse, conmoverse, trasladarse, ponerse en movimiento, marchar, manifestarse. “Para mí la bicicleta es un instrumento político”, agrega Navarrete. López recuerda que, en definitiva, “lo importante del transporte, es otorgar acceso a otros derechos”. Cita como ejemplo el vinculado al trabajo: “las mujeres tenemos mucha más pobreza y precariedad de condiciones que los hombres, y además necesitamos más flexibilidad para poder ingresar al mercado laboral. Por lo tanto, cuando planificás tu ciudad sin considerar la opinión de las mujeres, finalmente lo que hacés es quitarles oportunidades”. Siano reflexiona sobre su experiencia: “la bici me permitió encontrarme de una manera distinta con mi propio cuerpo. Pedalear te da una sensación de mucha libertad; es uno el que tracciona y no un motor. Si un día tengo hijos, me encantaría enseñarles a andar”. Fernanda, dirigiéndose a otras compañeras, aconseja: “Que no te conduzca siempre un hombre. Porque al fin y al cabo, cada vez que te trasladás, dependés de un colectivero, de un taxista o de un chofer de remis. La bicicleta te permite ir por tu cuenta”.

NO TE BAJES

Si bien en los últimos años se ha fomentado el ciclismo urbano en la Ciudad de Buenos Aires a través del programa Ecobici, aún falta mucho por hacer. Ciclofamilia ofrece con la ayuda de la UNSAM el único espacio donde se enseña gratuitamente a adultos a andar en bicicleta. Por otra parte, no hay actualmente políticas de ciclismo con perspectiva de género. Desde la Secretaría de Transporte de la Ciudad manifestaron que “Ecobici es un sistema que utilizan todas las personas, no sólo las mujeres. No está segmentado por sexo o edad”. Respecto a cómo puede avanzarse en este sentido, Zunino Singh afirma: “para cualquier política de género, la primera articulación que se tiene que dar es tener información, por ejemplo sobre los patrones de movilidad. A partir de eso se puede pensar otra política de transporte. El segundo paso es entender la movilidad de manera relacional: cuando se agrega una perspectiva de género -u otra variable de análisis, como la clase social o la edad-, el pasajero deja de ser neutro o universal. Por lo tanto, exige pensar en forma de diversidad: no todos se mueven de la misma manera, y esto es por diferentes razones”. Debido a que la problemática del acoso callejero responde a cuestiones estructurales de la sociedad en la que vivimos, el investigador destaca la importancia de que todos los ciudadanos contribuyan a lograr un espacio público seguro para las mujeres. “La movilidad produce y reproduce relaciones de poder. Pero esto no significa reproducir sólo desigualdad: también implica producir modificaciones”. En otras palabras, la violencia de género se repite y se refuerza diariamente en la circulación por la ciudad, pero también puede convivir con prácticas transformadoras originadas en los sujetos que participan en ella, cualquiera sea su género.

Hoy en día, la mujer que anda en bici sigue rompiendo estereotipos. De forma consciente o no, lleva a cabo una acción política con sus pies en los pedales, ya que reivindica el derecho de las mujeres a utilizar y disfrutar el espacio público. Además demuestra que otra movilidad, más democrática, pacífica y sustentable, es posible. Navarrete, que está viajando hace siete meses por Latinoamérica en su bicicleta de ruta, destaca la importancia de que la sociedad civil se una para hacer valer estas demandas: “Nuestro objetivo principal es que las mujeres anden en bicicleta. Parte de que eso se dé, es pedalear y ser parte del cambio, así como animar a más mujeres”. Si se sufre una agresión en las calles, Espíndola recomienda no frustrarse: “Lo mejor que podemos hacer es seguir adelante. No abandonemos la bici, ni ese día ni nunca más. De otro modo, estaríamos permitiendo que la desigualdad avance. Creo fuertemente en medidas positivas de contagio”. Desde su organización alientan a que toda la familia pedalee: “Si sumamos más mujeres, también sumamos más chicos al espacio público. Una ciudad donde abundan ambos en bicicleta es vialmente más pacífica. Por eso es necesario que haya medidas inclusivas desde el Estado”. Ciclofamilia participará junto a otras organizaciones y colectivos ciclistas del primer encuentro de la Asamblea Argentina de la Bicicleta el 8 y 9 de octubre en la ciudad de Córdoba (más información en la página de facebook, @asambleaArgbicicleta).

Para quienes aprendieron de adultas a andar en bicicleta, surge al poco tiempo un nuevo miedo: olvidarse lo aprendido. Es tanto lo que les dio este vehículo, que las atemoriza no poder volver a sentir más esa alegría de niñas cada vez que montan y el viento les peina la sonrisa. Por suerte, la bicicleta es compañera de vida: una vez que llega, algo de ella, difícil de poner en palabras, se mete en nuestro cuerpo y no se va nunca más.

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Imagen: Xavier Martin
 
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