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Viernes, 16 de mayo de 2008

ENTREVISTA

Vida y obra

La presentación de El infinito en la palma de la mano trajo a Gioconda Belli, poeta, narradora, ex militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional, a la Feria del Libro de Buenos Aires. Esta es la segunda vez que escribe inspirada en la figura de Eva, la mujer por antonomasia, lo que le sirve para reflexionar sobre la identidad femenina y lo que se carga sobre el cuerpo mismo de las mujeres.

 Por Verónica Engler

Esos rulos cobrizos parecen ser el marco exuberante que su rostro merece. Y el rímel y la sombra tal vez estén ahí “para que nadie adivine que tengo los ojos chiquitos”, como escribió a mediados de los años ’70 en “Vestidos de dinamita”, aquel poema que incitaba a la rebelión más radical, incluido en el libro Línea de Fuego, por el que obtuvo el Premio Casa de las Américas (Cuba) en 1978. La poeta nicaragüense Gioconda Belli (59) estuvo la semana pasada en Buenos Aires para presentar El infinito en la palma de la mano, su quinta novela, ganadora del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral.

Como militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), Belli fue correo clandestino, transportó armas y luego, en el exilio, viajó por Europa y América latina para obtener recursos y divulgar la lucha sandinista. Después del triunfo de la revolución ocupó varios cargos partidarios y gubernamentales, pero en 1993 rompió con el partido y pasó a integrar el Movimiento Renovador Sandinista, sumamente crítico con el actual gobierno que conduce Daniel Ortega, uno de los líderes históricos del Frente.

En la actualidad, Belli divide su tiempo entre Managua y Los Angeles, donde vive su marido –con el que tuvo su cuarta hija–, a quien conoció al poco tiempo de triunfar la revolución sandinista, cuando ella era vocera del FSLN y su futuro enamorado trabajaba como corresponsal de la National Public Radio, de los Estados Unidos. “Empecé a dormir con el enemigo”, bromea y exhala una inmensa sonrisa. “Era de una radio muy progresista, pero de todas maneras era un problema”, rememora.

Su primer libro de poesía erótica, publicado cuando ella tenía veinte años, generó un escándalo de proporciones en su momento. Desde entonces, Gioconda Belli no cesó en su tarea de “celebrar el cuerpo de las mujeres”, sobre el que a fuerza de silencio y prohibición se tendió un manto de culpa que llega hasta nuestros días. ¿Acaso no fue Eva la que causó todos los males de este mundo provocando la expulsión del Paraíso? Pero, “de haber estado ahí, ¿quién no habría mordido el fruto prohibido?”, pregunta retóricamente la escritora. Tras un intenso período de lectura de textos apócrifos, Belli se lanzó a reconstruir el principio del mundo y sus protagonistas primigenios desde una perspectiva totalmente novedosa. “Di rienda suelta a mi imaginación para evocar en esta novela los entretelones insospechados de este antiguo drama, el paisaje surrealista del Paraíso y la vida de esta inocente, valiente y conmovedora pareja”, cuenta la autora sobre El infinito en la palma de la mano.

Ya había escrito poesías inspirada en la figura de Eva. ¿Qué es lo que la lleva a trabajar sobre este personaje y a realizar una reinterpretación de esta mítica primera mujer que, de acuerdo con cierta lectura de los textos bíblicos, sería la culpable de todos los males de este mundo?

–Mira, los temas de las novelas tienen una manera misteriosa de encontrarla a una. En este caso fue una serie de cosas que se juntaron para conducirme a esta idea. Desde hacía mucho tiempo tenía una simpatía personal por Eva, porque desde joven me pareció una manera muy arbitraria de adjudicarles la culpa a las mujeres por los males de la humanidad y hacernos responsables del pecado original. Entonces, yo empecé un poco a ironizar esa idea con estas incursiones en la poesía, llamando a un libro de poemas De la costilla de Eva, y jugando con la idea de ponerme yo en el papel de Eva, como que toda mujer es Eva. Yo siempre sentí que era absurdo considerar culpable a una persona porque ansía el conocimiento y porque es tentada por el conocimiento, porque, de alguna manera, todos nosotros hemos mordido el fruto prohibido. Y encontré libros apócrifos que daban una versión muy diferente y muy humana de cómo había sido la vida de Adán y Eva después de que los expulsaron del Paraíso. Entonces todo se me juntó en la imaginación, y pensé que era uno de los paisajes imaginarios más hermosos del inconsciente colectivo, que podía convertirse en una novela muy original y además dinamitar ese arquetipo de la Eva pecadora, tonta, culpable y que no calcula las consecuencias de lo que hace al morder el fruto prohibido.

¿Cómo trabajó para encontrar esa voz primigenia desde la cual narrar el principio de todo, la relación entre un hombre y una mujer antes de que esos conceptos y de que las diferencias que implican existieran como construcciones culturales?

–Eso fue interesante, precisamente lo que quería era tratar de construir esas identidades anteriores a los prejuicios, donde las diferencias están marcadas por razones objetivas, no por razones físicas o por el mismo talante de la personalidad masculina y de la personalidad femenina. Fue divertido pensar cómo serían esos personajes sin todo el bagaje del prejuicio. Fue difícil encontrar el tono, porque había que lograr un lenguaje que fuera coherente con el principio del mundo, y que al mismo tiempo fuera legible. Lograr ese balance entre la sencillez y la complejidad de lenguaje fue complicado, pero la poesía me ayudó mucho, porque el lenguaje poético es lograr transmitir con la mayor economía de palabras, y a través de imágenes, sensaciones y sentimientos complejos.

Esta reinterpretación sobre las historias de mujeres también la realizó en su novela anterior El pergamino de la seducción, en la que trabajó sobre la figura de Juana La Loca para dar otra versión de los hechos que envuelven la vida de esa mujer.

–Yo siempre pensé que el hecho de que las escritoras empecemos a tener una presencia mayor dentro del mundo de las letras significa que vamos a poder describir el mundo según nosotras mismas, porque el mundo ha sido escrito mayormente por los hombres, y tanto a nivel de la sensibilidad como de la racionalidad, la visión que han pasado se ha convertido en la norma. Es la mirada del hombre la que ha cubierto el mundo en que existimos, y hemos visto a través de esa mirada. Entonces, se trata de incorporar una mirada de mujer para ver ciertos personajes y entender cuáles son los símbolos que están detrás y deconstruirlos para vernos a nosotras mismas con una mirada más compasiva, con la que nos podamos identificar. Yo creo que con la Eva del Génesis la mayoría de las mujeres no se identifica, más bien sentimos como una especie de pena por ella, lástima. Creo que en ese sentido la literatura escrita por mujeres hace un aporte al poder devolverles a las mujeres una mirada que las ve como son y no como los hombres las han imaginado.

Y para contrarrestar esa imagen penosa transmitida desde hace siglos, en sus textos lo que hay es una celebración del cuerpo de las mujeres...

–El cuerpo femenino ha sido objeto de tabú, de abuso, es como un terreno controversial; la visión de nuestro propio cuerpo que nos han pasado es la de un cuerpo culposo, sufrido, tentador, donde lo único que vale es la apariencia. La celebración integral del cuerpo tiene que ver con producir una belleza no sólo para que lo vean, y también con sentir el placer de tener ese cuerpo hermoso. Porque nosotras no lo experimentamos como placer, lo experimentamos en función del otro. Tratar de pensar qué enorme poder se tiene como mujer, no solamente por la belleza, sino porque esa belleza está apareada con una mente que tiene una gran profundidad, intuición, que es capaz de juntar lo racional con lo emocional, que tiene además la capacidad de dar vida, que tiene la capacidad de entender a los demás desde una perspectiva mucho más cercana por su propia relación biológica con otra vida. Es terrible pensar en cómo la sociedad te ha hecho sentir que todo eso es más bien un impedimento, una desventaja, una razón para oprimirte. Es importante romper con esto y hacer una lectura afirmativa, positiva, y es lo que trato de hacer en mi literatura, en parte porque siento que ha sido mi experiencia personal, creo que es posible celebrar quien uno es, celebrar el cuerpo, y al mismo tiempo tener éxito, trabajar, tener hijos, amantes, todo (se ríe). Tengo la enorme suerte de haber tenido una madre que era extremadamente avanzada para su época (la mamá de G. B. fundó el Teatro Experimental de Managua), y que siempre me transmitió una visión de lo femenino muy positiva y muy celebratoria en esas cosas de la mujer, de todos los procesos físicos de mi cuerpo, de la maternidad. En la medida de sus posibilidades ella logró transmitirnos a sus hijas eso de no conformarnos con el rol que nos daba la sociedad, tratar de vivir plenamente nuestro potencial como seres humanos, y no dejar que el hecho de ser mujer nos hiciera sentir menos que otros, porque más bien era una ventaja, una gran fuerza la que teníamos como mujeres.

¿Esa potencia sentía cuando comenzó a militar en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)?

–Cuando me integré al Frente esto estaba en mi cabeza, pero no en la práctica. Yo me casé bien joven. Me vi casada con un marido bastante tradicional y con una hija a los diecinueve años, y siguiendo un programa que estaba más o menos escrito para mí. Entonces, cuando empecé a militar políticamente y a escribir, me di cuenta de que no me tenía que quedar en esa vida programada para mí, sino que podía tomar un camino distinto, con un sentido, una rebelión que tenía un propósito que valía la pena, que era el derrocamiento de la dictadura. Rompí con mi esposo y decidí empezar una vida más consecuente con lo que yo era en ese momento. Ya era otra persona, estaba comprometida políticamente, era escritora, pero trabajaba, no me podía ganar la vida como escritora. Yo trabajé desde los diecisiete años en una agencia de publicidad y fui la primera ejecutiva de cuentas mujer en Nicaragua (se ríe).

¿Podía llevar bien su militancia con la literatura?

–Sí, porque mi militancia, en principio, era vivir mi vida e infiltrarme en todos los lugares que pudiera. Dado mi nivel socioeconómico, yo tenía que mantenerme como ciudadana fuera de toda sospecha, porque eso era lo que me permitía hacer mi trabajo conspirativo. La idea era que nadie sospechara que yo era sandinista. Yo recogía información, llevaba compañeros de un lado para el otro, tenía gente en mi casa, y tenía esa fachada legal, hasta que me descubrieron.

¿Y entonces tuvo que exiliarse?

–Primero no, me persiguieron durante dos meses para amedrentarme. Pero después, cuando cayó el compañero con el que yo trabajaba más de cerca, entonces sí me fui al exilio, porque nosotros teníamos una norma que era que, si caía un compañero, esa persona tenía que aguantar lo que le hicieran durante una semana para dar tiempo a que nos moviéramos todos de lugar, y después de una semana podían hablar para que no lo siguieran torturando. En esa semana yo me fui a México, y fue bien difícil porque era la semana de Navidad y yo tenía dos niñas chiquitas, y tenía que dejarlas y no le podía explicar nada a nadie, me tuve que hacer la frívola y decir que me habían regalado un pasaje y que me iba a México.

Y finalmente llegó a Costa Rica y ahí se quedó hasta su vuelta a Nicaragua, cuando triunfó la revolución sandinista...

–Sí. La revolución fue en el ’79. Trabajé todos esos años, tuve varios cargos y renuncié al FSLN en 1993, porque después de la derrota electoral de 1990, un grupo de nosotros propuso que debía haber un cambio, que debíamos hacer una revisión de todo lo que habíamos hecho, aceptar la parte de responsabilidad que nos tocaba y replantearnos la lucha política en Nicaragua como oposición, y había muy poca apertura dentro del Frente para hacer esa discusión. Daniel Ortega se quedó con la estructura, con el aparato del partido, y negó esa discusión. Empezó a imponer poco a poco su personalidad, su caudillismo dentro del Frente. Es una persona que no admite la crítica, entonces muchos de nosotros empezamos a desencantarnos. También hubo un proceso de corrupción después de la derrota electoral en que se dio una repartición de todo tipo de cosas y fue muy negativo para la imagen del Frente y para lo que el Frente había logrado, como haber entregado el poder, era la primera vez en la historia de Nicaragua que había una transición pacífica de un gobierno al otro, siempre había habido guerras y golpes de Estado. El frente realizó un aporte importantísimo a la democracia en ese sentido.

Además el FSLN capituló frente algunos poderes conservadores como la Iglesia Católica, ¿verdad?

–Sí, eso fue ahora en esta última elección. Daniel Ortega se instaló como el candidato perpetuo, estuvo de candidato en cuatro elecciones antes de ganar la última (2006), y ganó porque cedió mucho terreno a la Iglesia Católica y al partido de la derecha, el Partido Liberal, sobre todo a Arnoldo Alemán (fue presidente de Nicaragua entre 1997 y 2001), este dirigente liberal que tiene un gran control dentro del partido igual que él lo tiene dentro del sandinismo, y que está condenado a veinte años de cárcel por estafa al Estado. Ahorita lo que hay en Nicaragua es un discurso de izquierda y una actuación muy arbitraria, que no es ética. Todo eso nos llevó a un grupo, no sólo a mí, a casi todos los compañeros “históricos” que participamos desde temprano en la revolución, a que ya no estemos dentro del sandinismo.

¿Nunca dejó de escribir literatura en todos estos años de militancia tan activa?

–No, poesía no. Pero cuando terminó la campaña electoral del ’84 sentí el impulso de escribir algo distinto. Entonces pedí una licencia para tratar de dedicarme sólo a escribir. Fue una apuesta muy aventurada de mi parte, era difícil, porque cuando decís que estás escribiendo una novela la gente piensa que estás de vaga. Fue difícil para mí, me sentí culpable. Pero lo hice porque sentía que era importante, decía: “Lo que estoy haciendo en el trabajo lo puede hacer otra persona, pero lo que voy a escribir sólo yo lo puedo escribir”.

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Gioconda Belli
Imagen: Juana Ghersa
 
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