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Viernes, 19 de febrero de 2010

RESCATES > DORA MAAR 1907-1997

El juego del amo

 Por Dolores Curia

Es la mujer que aparece llorando con lámpara en mano en la esquina superior derecha del gran Guernica. Pero Dora Maar tuvo bastantes más méritos que ése. Si bien es más popular por haber sido amante de Picasso que por su propio trabajo como fotógrafa, pintora y poeta, fue una de las primeras mujeres en participar activamente del surrealismo. Fue un personaje excéntrico y rupturista, mucho antes de conocer al afamado pintor que terminó por eclipsar su figura y reducirla a un anecdótico modelo vivo.

Ciertas fuentes aseguran que, en realidad, se conocieron en un rodaje de Jean Renoir pero el encuentro de 1936 en el café Deux Magots de París (cuando ella tenía 29 y el 54) ya es mítico. Cuenta la leyenda que mientras Picasso tomaba un café junto a Jaime Sabartés, su secretario, y el poeta Paul Eluard, en otra mesa, una mujer morena de apariencia imponente jugaba al “juego del cuchillo”. Muchas veces erraba y la sangre brotaba a través de su guante. Esa escena impactó al pintor y pidió a Eluard —quien la conocía— que los presentara. Se le acercó para hablarle en francés pero ésta contestó en un español que embelesó al artista, remontándolo a su infancia. Luego de este episodio, Picasso atesoró como souvenir el guante ensangrentado.

Poco y nada se sabe, sin embargo, de la era pre-Picasso en su vida. Theodora Markovitch —que más tarde abrazó el apodo de Dora Maar, por su sonoridad, gracias al consejo de Henry Cartier Bresson— fue criada en una familia judía de madre francesa y padre croata, un arquitecto muy reconocido por su trabajo en Sudamérica. Nació en Francia pero creció en Argentina y vivió acá hasta sus 19 años. Su primer encuentro cercano con la pintura fue en la Escuela de Artes Decorativas de París pero, luego, viró hacia la fotografía, oficio con el que se enrolaría en las filas del surrealismo (de la mano de André Breton, Man Ray, Luis Buñuel, entre otros) a mediados del ‘30.

Picasso no fue su única relación turbulenta. Antes de él (durante 1933 y 1934) fue pareja de Georges Bataille, el polémico y multidisciplinario pensador francés. Bataille fue un personaje, sin dudas, controversial que, entre muchas otras hazañas, fundó Acéphale (sin cabeza). Deslumbrado por el sacrificio humano, creó esta sociedad secreta que se proponía inaugurar sus actividades con la decapitación de alguno de sus miembros pero no encontró ningún voluntario. Bataille –quien fue uno de los representantes de la literatura de la transgresión y autor de obras, en su momento, “pornográficas”– además de funcionar como nexo entre Maar y los surrealistas, la introdujo en el ejercicio de prácticas sexuales poco convencionales. Por eso cuando conoció a Picasso, Dora ya traía a cuestas todo un prontuario de experiencias eróticas fuera de serie. El malagueño no se quedó atrás en este sentido. Se conoce que en las reuniones de la pareja con amigos (algunos de ellos eran: Nusch, una de las modelos mimadas de los surrealistas y su marido Éluard; Man Ray y su novia la bailarina Ady; Jacqueline Lamba y André Bretón; Lee Miller y Rolland Penrose) solían jugar a intercambiar roles y compañeros a la hora de la siesta. Y, según contaba una de sus amantes, Marie Térèse, el legendario pintor era tan vanguardista en el arte como en su comportamiento, ya que era el único integrante del grupo que se aventuraba a practicar la coprofagía. La relación entre Dora y Picasso duró nueve años. Durante este lapso la fotógrafa inspiró muchos de sus cuadros ya que reunía las condiciones de una musa extravagante con una belleza exótica. Y viceversa: ella realizó los más memorables retratos fotográficos del artista andaluz, también documentó la génesis del Guernica. Durante el sombrío período que abarca desde la Guerra Civil española a la Segunda Guerra Mundial, Dora fue primordial en su vida pero no por eso dejó de ser una más del harem: ella ocupaba el papel de amante pública, Marie Thérèse Walter era su amante puertas adentro y madre de su hija Maya, y la tríada se completaba con Olga Kokhlova, su compañera legal.

1943 fue tiempo de carne fresca y Françoise Gilot (20 años más joven que Dora y 40 que Picasso) terminó por reemplazar a Maar. La transición llevó tres años y Dora, sepultada bajo la depresión, fue a parar a un neuropsiquiátrico, donde fue atendida por el joven Jacques Lacan. Luego de su estadía en esa institución, Dora se atrincheró en la casa que había recibido a modo de compensación tras la separación. Allí, recluida, manteniendo las mínimas e indispensables conexiones con el exterior, vio pasar los últimos 40 años de su vida, hasta su muerte en 1997.

La obra de esta artista ha recibido muy poco crédito tras la vista gorda de los historiadores. Sin embargo, es ella la responsable de una de las obras más emblemáticas de la fotografía surrealista, “Portrait d’Ubu” que, inspirada en el personaje de Albert Jarry y realizada sin ningún tipo de manipulación, simboliza la figura anacrónica del gran dictador. Fue pionera en experimentación técnica con fotomontajes y sobreimpresiones. Se interesó por el reportaje social: centrando retratando seres anónimos, outsiders, locos y excluidos. El tratamiento de las imágenes apuntaba a plasmar algo de la interioridad de los protagonistas sobre la superficie de la foto. Su obra fue invisibilizada y su persona disminuida, situación que se evidencia en una lacónica frase lanzada en una de sus últimas entrevistas: “Yo no fui la amante de Picasso; él sólo fue mi amo”.

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