Viernes, 11 de junio de 2010 | Hoy
La plebe, escrita por Flora Gró, Andrés Mangone y Lucas Olmedo, se pregunta sobre un tema poco difundido: la participación plebeya en los acontecimientos de la Revolución de Mayo.
Por Sonia Jaroslavsky
“Sentid el tronar difuso de la plebe, que avanza y amenaza la escena... Quien quiera saber de qué se trata, que meta los pies en el barro y que asuma la violencia y la incertidumbre.”
El punto de partida para la realización de este espectáculo fue el libro ¡Viva el bajo pueblo!, de Gabriel Di Meglio, cuenta Andrés Mangone, director y actor: “En este libro, el historiador –que terminó siendo nuestro consultor histórico– plantea el rol que desempeñaron los sectores sociales que se encontraban por fuera de la elite –la plebe–, en la Revolución de Mayo. En general, se muestra a esta clase subordinada a la elite y sin relevancia en la vida pública. Justamente, Di Meglio pone el acento en la plebe como una manera de entender procesos históricos en que ‘los olvidados’ han tenido un lugar sumamente importante para la política argentina.” Pero, más que el tema en sí mismo, a este nutrido grupo de diecisiete actores les interesó trabajar sobre el tema del Bicentenario como una suerte de tribuna desde la cual intervenir. Un plano que los hacía sentir particulares: “Una posibilidad de conectar con el mundo y abrir canales de circulación de lo poético, ya que la expresión teatral es su tema íntimo”. Mangone asevera que ésta es la historia no oficial porque es la historia del grito sagrado, que es siempre la expresión liberada. “Una revolución, el hartazgo, la indignación son todos sentimientos que dan combustible a la transformación, a la violentación del orden, igual que la poesía.”
El espectáculo no sólo pone el acento en el lugar de los plebeyos sino en el papel crucial que ocuparon las mujeres de todas las clases sociales. Mangone agrega: “Son la mayoría. Como la obra está construida a partir de la asociación libre en trabajos de improvisaciones que generaron el territorio para la posterior dramaturgia, tenemos entonces ‘asociación libre’ mayormente de mujeres. Es decir, son las que más propiciaron expresiones de todo tipo para la construcción del entramado de la obra. Por otra parte, siempre estuvo presente la cuestión de qué pasaba con las mujeres en esos tiempos, sus condiciones de vida, sus costumbres, sus trabajos, su soledad cuando los hombres partían a las batallas, etc. De algún modo, estos intereses están presentes en la conformación final de la obra”.
Son varios los dramas femeninos que se suceden. La esposa del virrey, una mujer joven acomodada pero muy aburrida, está dispuesta a cambiar sus bienes materiales por una vida más intensa. A Manuela Pedraza se la ve matando a un inglés: “... se me condenó por mi valentía, por ser mujer”. “... Voy a empezar a disfrazarme de hombre, voy a ser un hombre de ahora en más...” A Mariquita Sánchez, intelectual y aristocrática, enamorada de Thompson –un hombre prohibido para ella–, se la escucha decir: “El atraso de mi país se debe a la ignorancia, el miedo y la Iglesia Católica”. Pero estas presencias más clásicas se ven arrolladas por los dramas –al parecer mundanos– de mujeres de la plebe que luchan, trabajan, entregan sus cuerpos, paren y crían, verdaderas máquinas de reproducción, la que nutre el amor, la guerra... en suma: la revolución. El director dice que, en una época así, los niños nacen soldados porque se está en guerra. Se refiere a una de las escenas más conmovedoras de La plebe: una plebeya, rodeada de matronas y muchachas, pare entre los yuyos un niño-soldado que, como un potrillo, realiza movimientos desarticulados hasta que consigue erguirse. Es el hijo de Moreno y una muchacha que conforma “la cruza, la esperanza, la necesidad inmediata”, sostiene Mangone.
El espectador es incitado a tomar partido, a tener un papel activo. Este accionar con el espectador se constituye desde la puesta: se colocan butacas rodeando la escena. En otros momentos, al grito de ¡Cabildo abierto!, los actores acercan a los espectadores a la escena misma y la incomodidad y el retraimiento merecerían un análisis aparte. “Creo que todos, actores y público, lo vivimos ahora como algo natural, algo que no podría ser de otra manera”, dice Mangone y agrega: “La obra nos va metiendo en circunstancias que excitan a ponerse de pie, un símbolo de intervención, de decir ‘ojo que acá estamos’, una necesidad latente de esa época que seguramente coincide con la nuestra”.
Un ¡Viva la patria, carajo!, se escuchó al final entre aplausos, mientras actores y espectadores se confundían. ¤
La plebe. Lunes a las 21 horas. Teatro del Abasto. Humahuaca 3549. 4865-0014. $ 40.
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