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Viernes, 1 de febrero de 2013

Diario íntimo y político

HOMENAJES A 34 años de su muerte, una faceta poco conocida del itinerario intelectual de Victoria Ocampo. La única mujer que fue invitada a asistir al histórico juicio de Nuremberg dejó su testimonio de la experiencia en Cartas de posguerra, editado por Sur. Allí da cuenta de esas jornadas, sus impresiones y pensamientos, pero también de aquella faceta que conecta su figura con los derechos humanos y la lucha antifascista.

 Por Mabel Bellucci

El 27 de enero de 1979 cayó sábado y amaneció soleado. En la Villa Ocampo el calor húmedo se percibía con mayor intensidad. Enferma de cáncer en el paladar contra el que luchó durante casi veinte años, la escritora y editora Victoria Ocampo fallecía en su morada en San Isidro con caminos sinuosos, fuentes ornamentales, árboles y plantas dispuestos de manera informe. En realidad, de Victoria se creyó contar todo o casi todo lo relacionado a su infancia custodiada por institutrices, a la familia tradicional y aristócrata de la cual provenía, a las más diversas personalidades de su tiempo con las que dialogaba tête à tête, a los amoríos velados o públicos, al mosaico de ideas diversas y al bagaje heterogéneo del color literario de la revista Sur y demás yerbas. Lo que no se sabe es que Victoria resistió tanto al peso arrollador de los terrores del franquismo como también apoyó de manera incondicional a los frentes antifascistas organizados en la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial, pese a que tales debates se los adjudicaban como propios las conducciones masculinas de los partidos políticos de ese entonces. En verdad, el compromiso de Victoria con el debate antifascista tiene su historia. El desenlace de la Guerra Civil Española –1936 a 1939– congregaba al grueso del activismo de cuño socialista, anarquista, comunista, trotskista y liberal de nuestros ambientes citadinos, para intervenir con una activa participación y entrega militante a la causa republicana. Un sinnúmero de mujeres apoyaron al Frente Popular español y constituyeron un movimiento abierto y autoconvocado a la hora de hacer oír su repudio. Recolectaban fondos económicos y alimentarios para los leales y también concientizaban sobre el alcance de sostener la república y derrotar al fascismo. En el grupo de intelectuales y políticas se encontraba la Ocampo junto con María Rosa Oliver, Alfonsina Storni, Fryda Schultz de Mantovani, Norah Borges, Alicia Moreau, Iris Pavón y Salvadora Onrubia Medina, entre otras tantas, quienes al mismo tiempo mantenían un compromiso ineludible con el feminismo local. En cuanto a Victoria, en julio de 1936 participó de un manifiesto firmado por un conjunto de escritores argentinos que rechazaban el golpe de Estado contra el gobierno de la Segunda República Española. A la vez, ella y su íntima amiga, María Rosa, renunciaron al P.E.N. Club por no acordar con la política de la comisión directiva por las simpatías que le provocaban dichas huestes. Una picaresca de la cultura criolla: ¿Quién podía suponer que mientras Victoria motorizaba sus fuerzas intelectuales para denunciar las atrocidades del bando nacional al mando del Generalísimo, el escritor Julio Cortázar, siendo estudiante, defendía el triunfo de la Falange en Madrid?

Otro dato que supuestamente se desconoce: esta escritora y mecenas identificada por sus gafas blancas del mismo modo que la plástica Marta Minujin con sus lentes de sol, no sólo combatió al nazismo al albergar a judíos fugados de las garras del régimen aniquilador, sino que además fue la única mujer invitada para observar los juicios de Nuremberg. De acuerdo con el libro Cartas de Posguerra, publicado por la Editorial Sur, Victoria, al ser invitada por el Consejo Británico para las Relaciones Culturales, en marzo de 1946, emprendió una larga travesía por Estados Unidos y Europa. Comenzó su prolongado itinerario en Río de Janeiro, Puerto Príncipe. Después pasó por Miami, Washington, Nueva York, para desembocar en Londres y luego terminar en la ciudad en donde se juzgó a la cúpula más alta de la jerarquía hitleriana.

En realidad, este viaje no resultó uno más, como estaban acostumbradas tanto ella como sus hermanas. En efecto, las innumerables entrevistas que llevó a cabo fueron aprovechadas en la preparación de números futuros de la revista Sur. A partir de este frondoso epistolario, ochenta y tres cartas dirigidas a sus hermanas, Angélica y Pancha, editado en 2009, Victoria dejó registrada su experiencia con un giro entre coloquial e íntimo para que perdurase en el tiempo como testimonios documentales. Pidió entonces mantenerlas en resguardo, pues serían para ella una verdadera ayudamemoria. De regreso, trajo bajo el brazo tanto pormenores de sus impresiones del revoltijo de la guerra como del histórico Tribunal de Nuremberg. Sea como fuere, nuestra escritora particularizaba el ritmo de vida de mujeres vitales, emprendedoras de carácter decidido, marcada por el perfil aventurero del trasiego: podía alojarse tanto en lujosos hoteles como hacer un traslado en transportes de tropas.

Lo cierto fue que Victoria viajó de Inglaterra a Alemania para presenciar el proceso de Nuremberg. Voló en un Dakota precario e inseguro que mostraba las entrañas y aún olía a batalla. Después de un complicado trayecto arribó a esa ciudad en ruinas, para ella irreconocible y con más curiosidad que entusiasmo. Una vez en la metrópoli alemana, escribió dos misivas que le permitieron demorarse en detalles, nombres e inquietudes. Allí permaneció dos días, en los que formó parte del público anónimo frente a los genocidas nazis, entre ellos el temible Hermann Goering, ministro de Economía del nazismo, al lado de Hess, Ribbentrop y Keitel. De esta manera, narraba sus pareceres: “Después del almuerzo entramos en la sala del Trial. De un lado los acusados en dos filas. Enfrente los jueces; en el medio el que está declarando y el que interroga (abogado defensor) a un lado del regimiento de los traductores. Al lado mismo de Goering, un soldado americano espléndido. Detrás de cada acusado uno de estos reales mozos. Los que no tienen nada de carne fresca son los acusados. ¡Qué caras! ¡Qué derrumbe físico! Las fotos son horribles. Montañas de anteojos tirados. Bolsas de pelo de mujer (siete mil kilos). Los desperdicios de la jabonería: cabezas cortadas y despojadas del cuero cabelludo. Mujeres desnudas corriendo. Otras van a fusilar. Chicos llorando. Mal rayo los parta. Y qué tupé tienen todavía. Hoy lo interrogan a Jodl, ministro de Defensa del Tercer Reich. Firmó la capitulación alemana en Berlín. Fue condenado a muerte. Verde, sin condecoraciones. El hombre, muy entero, contestaba con énfasis y desprecio. Tenía la actitud del militar que no da su brazo a torcer. Es un anguila de primerísimo orden. Había que ver cómo se escabullía. Hitler tiene resguardadas las espaldas. Ha desaparecido y se le puede cargar todo a él. Comprendí en esta ciudad lo que es vivir en un país de vencidos. Sólo los vencedores pueden hacerse una gloria de una ruina. Entre los vencidos, ruina es sinónimo de humillación”.

Se sabe que Victoria no soportaba los homenajes. Argumentaba, con deliciosa espontaneidad, que no creía merecerlos, porque sus pecados “no eran veniales”, sino sobre todo “mortales”.

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