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Viernes, 5 de abril de 2013

PANTALLA PLANA

¡Qué divertido!

A caballito de la muletilla preferida de las chicas bien, las cocineras Maru Botana y Soledad Nardelli reeditan lo peor de los mundos “maternales”.

 Por Marina Yuszczuk

En su nuevo programa del Canal Gourmet –que quizá solamente ella puede llamar “reality”–, Maru Botana interpreta a una mamá de siete chicos que se llevó el trabajo a casa. En este caso, a una casa con más metros cuadrados por persona que los habituales, en la que ella luce sus clásicos rizos perfectos de peluquería y demuestra cada mañana cómo es posible alimentar a semejante tropa de una manera sana y divertida en un clima de limpieza, armonía hogareña y un verdadero derroche de sonrisas. Para mostrar cómo la madre moderna se enfrenta con los desafíos de la vida cotidiana, Maru hace, por ejemplo, que dos o tres de sus chiquillos destrocen la torta que ella había preparado para el cumpleaños de su hija Lucía, pone cara de sorpresa y horror al descubrir la travesura y a continuación procede a hacer una torta de doce huevos y una cantidad impresionante de chocolate “para salir del paso”, en una cocina donde la abundancia de provisiones hace que semejante cosa sea posible y no haya que salir corriendo al almacén a comprar una caja de Exquisita. Pero como es mamá y a pesar de que está trabajando, mientras hace la torta, Maru encuentra sus ratos para ir a darle el regalo de cumpleaños a Luchi justo cuando la nena revisa desesperada el placard y no encuentra nada que la conforme, o para maternar al paso a cualquier otro de sus hijos que se cruce por la cocina. No parece difícil, porque los hijos de Maru tienen la virtud de aparecer y desaparecer mágicamente: casi como esos niños Von Trapp que acudían al sonido del silbato, se presentaban y salían marchando, los hijitos se hacen presentes cuando es necesario demostrar cómo es posible trabajar y maternar en casa con toda felicidad (en parte porque Maru puede hacer una pausa para jugar con los hijos y volver a la cocina para descubrir contenta que la mucama ya limpió todos los trastos), y enseguida se pierden entre bambalinas, como pequeños actores resignados en la puesta en escena de ese “reality” en el que son fácilmente reemplazables (vi con mis propios ojos cómo Maru ponía a dos de sus varones a cortar galletitas y cuando ellos no respondían según lo esperado, los despachaba impaciente y se hacía traer dos nenitas, que esperablemente iban a ser más obedientes).

Una mañana cualquiera en el Canal Gourmet puede ser un paseo por un mundo extrañado, alienado a su manera: si en el reality de Maru se nos propone la ilusión de que ella es una mujer que trabaja en casa y al mismo tiempo se dedica a sus hijos, aunque no parezca hacer ni una cosa ni la otra, enseguida comienza Sabores de mi tierra y vemos cómo Soledad Nardelli propone una ilusión distinta, la de que viaja por distintas regiones del país para descubrir de sus propios habitantes los secretos de los ingredientes autóctonos. Ejemplo: Soledad va a Jujuy y habla con una mujer que cultiva mandioca. Ella, de vestido blanco onda mujer de estanciero y botas de cuero; la jujeña de trenzas, sombrerito y poncho tejido (todo el conjunto parece casi demasiado). Con una dificultad enorme, la chef simula conversar con la señora mientras trasluce los nervios de que la entrevistada no responda como conviene al programa, anuncia que hay que lavar muy bien la mandioca antes de usarla porque suele salir de la tierra llena de tierra (sic), y luego ya en el estudio procede a revelar los secretos de este ingrediente ancestral en dos recetas: puré de mandioca (que es básicamente puré, sólo que con mandioca) y chipacitos. Mientras cocina, Nardelli no deja de aconsejar con tono paternalista el consumo de mandioca como algo que puede ayudar a incrementar la producción y mejorar la economía de las personas que la cultivan como la entrevistada, y al final del programa anuncia satisfecha que gracias a Sabores de mi tierra acabamos de redescubrir un ingrediente como la mandioca que al parecer ella consideraba olvidado, salvo que no se trate de la misma mandioca con que se hace el chipá que en las calles de Once o de Constitución se consigue por dos pesos.

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