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Viernes, 5 de abril de 2013

RESCATES

La memoria de las otras

Diario colectivo
María Inés Aldaburu, Inés Cano, Hilda Rais, Nené Reynoso
Ediciones La Campana (1982)

 Por Esther Andradi

Encontré este libro en mi primer viaje al país, en diciembre de 1983, después de siete años de ausencia. Fue para mí una revelación. Venía de residir un año en Berlín, pero antes había vivido una pila de años en el Perú, donde me hice feminista. El género testimonial era un boom por la década del 70, hasta principios de los ’80. En México, en Perú, en Berlín incluso. El primer libro que leí completo en idioma alemán fue Leben wäre eine prima Alternative –Vivir sería una excelente alternativa–, el diario de la escritora Maxie Wander, austríaca, amiga de Christa Wolf, quien por propia voluntad había decidido vivir en lo que por los años ochenta era aún la República Democrática Alemana. Vivir sería una excelente alternativa es el registro de los últimos meses de vida de Maxi Wander, sus reflexiones sobre ser mujer en el Berlín socialista y en el hospital, luchando contra un cáncer de mama que la llevaría a la muerte. Maxie Wander me contó en ese diario lo que no registraban las estadísticas.

Cundía por aquellos años la práctica de dar voz a quienes no la tienen y los intelectuales corrían a encontrar al indio, al negro, a la mujer para que testimoniaran directamente sobre su situación. En 1975, durante la Conferencia de las Naciones Unidas por el Año internacional de la Mujer en México, la minera boliviana Domitila Chungara corporizó el conflicto entre las feministas clásicas y la lucha de clases, y la brasileña Moemma Viezzer se puso al frente de la situación con un libro donde Domitila cuenta su vida como mujer y minera. Si me permiten hablar... produjo un gran impacto y fue best-seller. Ya en México se había publicado en 1971 la obra Hasta no verte, Jesús mío, la vida de Jesusa Palancares relatada por Elena Poniatowska. Elena me contó alguna vez detalles del surgimiento y las dificultades de este trabajo testimonial. Ella quería conversar con Jesusa, que siempre tenía tanto que hacer, hasta que Jesusa le dijo un día: “Lo que pasa es que usted quiere robarme mi tiempo”... Pero “por favor –casi le rogó Elena–, dime en qué puedo ayudarte mientras tanto...”. Y Jesusa le pidió a Elena que le cuidara las gallinas para que no se le escaparan cuando las sacaba a caminar por la vereda. En este juego de cuidarse mutuamente, la escritora a las gallinas y Jesusa a la escritura, surgió ese libro delicioso que narra con lujo de detalles y en primera persona el drama de género, clase y etnia de Jesusa, ex soldadera, indígena, migrante, mujer y pobre. No me parecía a mí casual que este libro apareciera justo cuando el movimiento feminista mexicano comenzaba a articularse en pequeños grupos de estudio y algunas intelectuales fundaban la mítica revista FEM, que tuvo en su staff a gente como Alaíde Foppa, Elena Urrutia, la misma Poniatowska, Marta Lamas y Carmen Lugo.

En 1978 apareció en Lima Ser mujer en el Perú, un conjunto de testimonios de primera mano que recogimos con la periodista y feminista Ana María Portugal y que también fue un éxito de venta, con dos ediciones totalmente agotadas. No queríamos hacer sociología ni periodismo. Queríamos nombrar lo indecible. Era la búsqueda de una lectura diferente de lo que escribían las voces autorizadas, por un lado la academia, por el otro la literatura y sobre todo el periodismo de masas sobre la mujer, un objeto tan estrambótico como inexistente. Pensar que poco después, y en el país que yo había dejado cuatro mujeres –María Inés Aldaburu, Inés Cano, Hilda Rais y Nené Reinoso– se reunían para escribir Diario colectivo me conmueve aún hoy. Es la sincronicidad lo que emociona.

Escribimos entre el invierno de 1980 y el otoño de 1982, viviendo una situación emocional sumamente angustiante, en todo sentido. Muchas veces nos resultó imposible trabajar con la frecuencia deseada; la inquietud y la depresión eran aliadas del silencio, dicen sus autoras en el prólogo.

Diario colectivo es una búsqueda literaria. Ya desde la primera página hay un intento de enhebrarse en los hilos de quienes escribieron antes. Con excepción de Hilda Rais, quien ya entonces era poeta, Inés Cano, Nené Reynoso y María Inés Aldaburu no eran por entonces escritoras ni tenían el proyecto de serlo. Sin embargo, sus confesiones se insertan en la necesidad de reescribir la historia, y la historia del deseo, desde otro lugar. Me remito a los textos.

¿Lograremos rescatar a Ifigenia? ¿Impediremos que algún hierro devore a la doncella o doncel para cargarse de poder? Malditos Orestes que matan a sus madres para ser reyes. Pobres Edipos cuyas madres deben ahorcarse para que ellos se vuelvan humildes.

Pero ¿cuál es el papel de mujeres en los dramas? Servimos de ayuda para que ellos protagonicen. Pues bien, ya es hora de que hagamos mutis por el foro de ese teatro y nos vayamos a nuestro propio teatro a ser protagonistas.

Diario colectivo es un libro antiguo, publicado hace casi tres décadas, cuando el país comenzaba a ver una luz al final de la larga noche de la dictadura. Reunirse para saber, escribir para salvarse:

Nos veo enteras con todos nuestros fragmentos a cuestas, con nuestros dolores, nuestras historias, nuestro país, nuestro amor, nuestros amores, nuestro humor, brindando por cada encuentro, borrándonos cada tanto, muertas de risa, protegiéndonos mutuamente, levantando barreras entre nosotras mismas....

Si la tradición se cimienta en el conocimiento, este libro rompe con las formas para instalarse como un clásico argentino. Una obra que ilumina lo privado y lo íntimo. Que pone la palabra a cuatro manos en el lugar de lo que no se habla: Somos como el Ave Fénix, que está renaciendo de sus cenizas, del polvo de mujeres borradas, denigradas, quemadas, aisladas por el terror.

Y desde ese lugar de confluencia reformula el rol femenino en la cultura. ¿En la literatura..?

Una es una máquina, como la de lavar... Una puede enjabonar todo, revolver bien la espuma, centrifugar, secar. Si un día se hace un cortocircuito general en los motores lavadores, al mundo se le verán los trapos sucios...

Todo puede estar en cuestión y de hecho lo está: mamá, la infancia, el amor, el sexo, dónde lo pongo, el amor entre las autoras, los hijos. Es también la reescritura del manual de señoritas:

¿Sabés qué es el poder? ¿Sabés que no voy a tener más semanas santas? ¿Sabés qué hace falta para que una mujer se levante y se vaya?

No es una queja ni un lamento. Es una afirmación, o la búsqueda de una afirmación en el no quiero. Una práctica, que de una u otra forma ha marcado la escritura de muchas de las que luego hemos elegido la ficción.

Se sabe. Lo que en los señores es imaginación, en las mujeres es diario íntimo. Todavía hoy, más de treinta años después, si la protagonista de una obra escrita por una mujer sufre desventuras amorosas o locuras eróticas, exorcismos, abortos o cualquier catástrofe que se nutra en las llamadas esferas privadas, la protagonista es directamente relacionada con la autora. En cambio, cuando Paul Auster –por ejemplo– relata sus experiencias –maravillosamente, no lo dudo–, la crítica habla de novela. Cuando una escritora escribe una novela, la crítica duda: ¿es autobiografía?

Sin embargo, en algún lugar se rebelan las muñecas, según citas del Diario colectivo: Suponen que lo rutinario que ellos plantean a una la tiene que volver loca, y una no se vuelve loca. Una se vuelve loca precisamente por eso, dice una.

En la clínica de muñecas a todas les faltan los ojos, ¿por qué nos dicen muñecas?, se pregunta otra.

Las muñecas y las mujeres-muñeca miran fijo al otro reclamando, implorando: ¡¡muévanme!!

Hace casi treinta años, cuando leí Diario colectivo por primera vez, señalé aquello que quería ver apenas al abrirlo. Vuelvo a leerlo ahora, a la luz de la experiencia. Me sorprende el diálogo interno entre las citas señaladas entonces y las de hoy. Es un clásico, un clásico a cuatro manos. Ese conjunto de voces con todas las firmas me devolvió la coordenada mujer y argentina, una coordenada borroneada en siglos de ausencia. Me construyó ese territorio inasible donde nacen mis heroínas, un lugar, acaso, para mi literatura. Mi escritura nómade encontró su referencia en esas voces. Voces diciendo juntas y cada una. Ese nombre colectivo que es mi nombre se extiende al tuyo, porque si hasta hoy no hay literatura que exprese este yo, soy yo quien se transforma en vos para ser varias y si somos varias podemos ser como la imaginamos. ¿Podemos ser..?

Somos el estímulo para la memoria de las otras que imaginaron las autoras de Diario colectivo en 1982. Desde entonces nos seguimos encontrando –y a veces también perdiendo– en esa memoria.

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