Viernes, 12 de septiembre de 2014 | Hoy
COSAS VEREDES Dita Pepe es una camaleónica artista checa que para explorar la construcción de las identidades se mimetiza con quien tiene a su lado. Con unos pocos objetos y mucho de performance, la fotógrafa se prueba otras vidas como quien elige un vestuario.
Por Guadalupe Treibel
Aunque tan talentosa como el señor Ripley pergeñado por la grandísima referente del suspense Patricia Highsmith, las habilidades de la artista Dita Pepe son menos propensas al thriller psicológico. Empero, el efecto de su obra puede poner los pelos de punta, amén de la sorpresa de ver a una misma persona amalgamarse a situaciones tan disímiles como irrisorias. Como una Zelig moderna que, lejos de metamorfosearse para agradar, lo hace con el concienzudo fin de explorar la construcción de las identidades. O, al menos, lo que cuerpo y rostro expresan de identidades varias, gracias al lookete de ocasión, las pilchas cuidadosamente seleccionadas, el gestito bien puesto.
“Dita es un camaleón. Se adapta a la gente con la que se fotografía”, resume Vladimir Birgus, director del Instituto de Fotografía Creativa de la Universidad de Silesian, en Opava, República Checa, y otrora profesor de Pepe. El calificativo no remite precisamente a cambiar de colores según la ocasión, en tanto las modificaciones de cada imagen / puesta en escena apuestan a la sutileza, evidenciando lo que Pierre Bourdieu llamaría “estructuras estructurantes estructuradas” (o sea, aquellas a través de las cuales la gente percibe el mundo y actúa en consecuencia). Estructuras que Dita pone sobre el tapete al recrear historias prestadas de gente de Italia, Alemania, Sudáfrica...
“Un álbum de ficción que refleja la relatividad de la vida”, sintetiza el medio francés Libération respecto de las series Selfportraits with men y Selfportraits with women, hoy virales, donde esta mujer de 40 años examina visualmente cómo sería su vida si fuera otra: es decir, si hubiese nacido en otro sitio, otra hubiese sido su clase social, si se hubiera enamorado de otro hombre, hubiese tenido otros hijos, otros intereses, hobbies, experiencias, nuevas visiones de mundo... Con espíritu deportivoabarcativo, interpreta a muchas versiones de potenciales yo: la mujer de granja, la emo, la metalera, la lady de alta alcurnia, la madre indie cool, la trashera, la corredora de autos, la hippona, yuppie, cazadora, etcétera. La curiosidad es que, para cumplir con la misión –que le ha valido comparaciones con Cindy Sherman y sus trabajos primeros–, Dita Pepe tomó prestadas familias, hombres, mujeres con vida armadas y se insertó lo mejor que pudo. Desconocidos/as que le abrieron la puerta sin más, post charlita. “Para mí, era muy importante explicarles el propósito de mi obra, de modo que los/as involucrados/as estuvieran cómodos con mi presencia. Hablamos de la relatividad de los acontecimientos vitales, de lo simple de nacer en un entorno distinto, tener amigos o parejas diferentes... Trabajar con gente tan diversa me ayudó a comprender diferentes opiniones personales, formas de lidiar con los aspectos de la vida, valores y maneras de captar momentos de felicidad. Este proyecto influyó mi percepción del mundo y de mí misma”, detalla la relativizada DP de cara a un proyecto que comenzó en 1999 y que, al día de hoy, sigue su curso en forma de reciente libro ensayístico publicado durante 2014. Y, claro, libro de imágenes que se editará el mes próximo reuniendo los Selfportraits.
Con todo, nacida en Ostrava y mudada a los 19 a Berlín –donde compró su primera cámara–, la viajera Dita es más que el gusto virtual de la semana: en dos décadas de laburo, suma premios como el de Personalidad de la Fotografía Checa 2012, más otros laureles de mano del Ministerio de Cultura de su país y el Museo de Literatura Checa, entre otros. Fue justamente en la mudanza germana a tierna edad cuando comenzó a vislumbrar las diferencias entre costumbres locales y, tras trabajar como mesera y empleada doméstica, arrancó su experimentación con la fotografía –investigación que más tarde profundizaría en la ya mencionada Universidad de Silesian–.
Luego, sí, los autorretratos en compañía, primero de mujeres –de las que se volvía parienta o doppelgänger–, luego de hombres –de quienes se volvía media naranja circunstancial–. Familias prestadas que le hicieron comprender cómo “las parejas se influencian mutuamente” y, en el ínterin, dejar registro de lo ilimitado de las identidades, aun en sesgo contradictorio: el de ser únicas e inigualables y, a la vez, genéricamente colectivas. Mujeres construyéndose en función de sus decisiones en el curso de una vida, que Dita emula y homenajea, encarnando quizás aquella frase de Sylvia Plath: “¿Por qué no puedo probarme distintas vidas, como vestidos, para ver cuál me queda mejor?”
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