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Viernes, 26 de noviembre de 2004

MONDO FISHON

Nada o Todo

Como todos, como casi todos, ellos empezaron desde la nada. Hicieron de la nada misma un objeto que se pretendía una crítica aunque en el fondo anidara una expresión de deseo, de esas difíciles de confesar como quisiera conquistar el mundo, o al menos que el mundo se rinda a mis pies. Sobre frascos vacíos –pero correctamente sellados–, igualitos a los que encerraban el único vestido que elegía Marilyn Monroe para dormir, imprimieron sus nombres en letras negras y una escueta información: “el perfume”. El perfume que no era perfume porque no tenía olor, porque no era, en definitiva, fue el primer acto de provocación de Viktor & Rolf, dos chicos holandeses que todavía no cumplen 40 pero ya están cumpliendo ese sueño de pibes al que dieron forma (no) perfume. Ellos querían ser esa “clase de diseñadores que tienen su propia fragancia”, tener esa clase de nombre que convierte a cualquier fragancia (o no fragancia, para seguir con el chiste) en un signo de distinción, al menos de pertenencia, más allá incluso de cómo huela esa fragancia. Y si de eso pretendieron reírse al principio, ahora que acaban de firmar con el gigante L’Oréal para llenar de contenido un frasco que será algo más que el remedo de otro que fue sinónimo de perfume, apenas si se les mueven las comisuras, satisfechos como están de sí mismos, recostados en un sillón de un hotel parisino, uno junto al otro como un reflejo de sí mismos. Ya no les importa tanto la exclusividad, como cuando presentaron su colección otoño/invierno 1999 vistiendo y desvistiendo a una misma modelo (¿puede haber algo más exclusivo que hacer ropa para una única persona?) con sus propias manos. Qué importa la exclusividad si ahora pueden contar por centenas sus locales en el mundo y hasta se dan el lujo de mirar a este lejano sur como un destino, aunque más no sea para poner una ficha de su color en su tablero de TEG. Qué importa la exclusividad ahora que de una única modelo pasaron a una modelo distinta por pasada, sin repetirse nunca, sin dar lugar a ningún otro protagonismo más que el de sus prendas, que ya no habitan los museos si no que visten a personas reales, aunque ese reales sea tan reducido que se escriba con mayúscula. Algo tendrán estos chicos, egocéntricos hasta el hartazgo, minuciosos coleccionistas de sus propias notas (en las que salen ellos) digan lo que digan, que eso no importa, importa apenas que sus nombres figuren. Qué importa lo que digan si ellos ya tienen su propia bomba de flores, que Flowerbomb es el nombre de su fragancia, la fragancia de un par de diseñadores que hicieron todo, de nada.

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