Viernes, 26 de noviembre de 2010 | Hoy
Por Perla Prigoshin *
Para un/a niño/a, ver, oír o tener que frenar la violencia contra su madres es, en todos los casos, ser víctima de la misma violencia que se está ejerciendo contra la mujer en ese hogar. Es decir, no hay niños/as “testigos/as” de la violencia en una familia, sino solamente víctimas y victimarios.
Se considera que un/a niño/a o adolescente que vive en un hogar en el que se ejerce violencia de género es también víctima por cuanto está sometido/a a un daño de tipo psicológico (aun cuando las agresiones no le sean dirigidas directamente a él o ella). Ese daño se expresa en sufrimiento actual y en marcas respecto de las que ese niño o esa niña deberá tomar posición en su futuro.
Si bien la violencia, como modo de resolución de conflictos, es un comportamiento aprendido en el hogar, es importante señalar que no se trata de una mecánica lineal según la cual, necesariamente, todo niño que ha presenciado violencia se convertirá en victimario y toda niña en víctima.
Por otra parte, también pueden ser niñas o adolescentes mujeres las que defiendan a sus madres. La idea de que sólo los varones son los que pueden desplegar conductas de protección hacia las mujeres se arraiga en los paradigmas tradicionales de distribución de roles y poder según el género. En cualquier caso, la situación en la que un/a niño/a actúa en defensa de su madre constituye, por un lado, un riesgo y, por otro, una aberración. Un riesgo, por cuanto se expone al peligro de recibir agresiones directas por parte del victimario. Y una aberración en el sentido de una inversión de los roles en la estructura familiar, según los cuales son los/as niños/as quienes deben recibir protección, por parte de sus padres y madres.
* Abogada y directora nacional de Protección Integral y Articulación de Acciones Directas del Consejo Nacional de las Mujeres.
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