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Viernes, 5 de diciembre de 2003

Adiós, mujer biónica

Por Daniel Riera

Lo recuerdo como si fuera hoy: te acompañé al quirófano, intercambié algunas bromas de doble sentido con el médico, esperé cinco horas en el pasillo, atendí los llamados de tu hermana, tu mamá y tus amigas, todas muy preocupadas, muy ansiosas, todas con la puta necesidad de hacer alguna broma de doble sentido, como si se hubieran puesto de acuerdo con el médico, como si ése fuera el único método posible para distraerse y distraerme, porque una operación siempre es una operación y ésta era una operación compuesta, un aparatito en el culo y unos electrodos en la espina dorsal, nada menos, mirá si se mandaban alguna cagada y quedabas cuadripléjica, mirá si te ponían electrodos un centímetro más arriba o un centímetro más abajo y quedabas como el jorobado de Notre Dame. Ellos decían que no había ningún riesgo, qué te van a decir, si te dicen que es peligroso no te operás un carajo y los señores se pierden 13 mil dólares.
Un viernes quedaste en observación en la clínica, el sábado a la mañana ya estabas en casa, el domingo descansaste, el lunes lo llamaste al médico para preguntarle si era necesario que permanecieras unos días en reposo y el médico se cagó de risa, te dijo estrene nomás mi amiga y le dijiste ya mismo doctor, quédese tranquilo y cortaste y ahí nomás pusimos el control remoto en “High Pleasure” y estrenamos.
De la noche a la mañana te volviste multiorgásmica. Una diosa del sexo, una reina, una fiera insaciable que me proporcionó, eso no te lo voy a negar nunca, los mejores polvos de toda mi vida. Ahora veo los hechos desde una perspectiva diferente, pero nadie me puede quitar lo bailado.
Estaba todo listo para que fuéramos la pareja más feliz del mundo: no te digo que éramos dos gotas de agua, pero coincidirás conmigo en que veíamos la vida de un modo bastante parecido. Y gracias a los implantes la cuestión del sexo estaba resuelta.
Sin embargo, no todo lo que reluce es oro y acá estoy, evocándote en mi diario, escribiendo esta carta que te está destinada pero que no leerás jamás. Te extraño, sí, no puedo disimularlo. Por momentos me parece que no puedo vivir sin vos pero ya ves, puedo. Estoy vivo y cada vez más seguro de que lo que no puedo es vivir con vos. El orgasmatrón acabó con lo nuestro. Qué ironía, je. Acabó con lo nuestro.
Un día, por accidente, descubrí que lo que hiciera o dejara de hacer en la cama te tenía sin cuidado. Fue cuando se me escapó ese pedo: ensimismada como estabas en lo tuyo (ahora sé que no es correcto decir “en lo nuestro”), no me dijiste nada. Inicié desde entonces una rutina de desamor experimental: me convertí en el peor de los amantes al solo efecto de contrariarte y ni siquiera reparaste en el cambio que en mí se produjo. Mi autoestima sufrió un daño irreversible cuando comprendí que había perdido toda influencia en tu felicidad sexual, pero debo admitir que eso no fue lo peor que me pasó.
Otro día, observé con asombro que tus efusiones sonoras calcaban las de la noche anterior, que la progresión de gemidos y alaridos era siempre la misma. Grabé cinco de nuestros polvos y digitalicé las grabaciones: como el oído engaña, visualicé en pantalla los sonidos de tu pasión y confirmé mis sospechas: eran todos iguales, todos perfectamente afinados.
No sé bien quién sos pero sí sé que ya no sos quién eras. Ibamos a ser felices y ahora cada uno vive en su casa y nos comunicamos por intermedio de abogados. Le entregué a la policía los casetes con tus alaridos mecánicos, con la esperanza de que detuvieran al médico que te transformó en un ciborg.
No me tomaron muy en serio.
Los entiendo: creen que dupliqué varias veces una cinta original, que perpetré un fraude para dejarte en ridículo. Suponen que, o me ponés loscuernos con el médico, o bien quiero recuperar los 13 mil dólares. La verdad es que pagaría más, mucho más de 13 mil dólares para recuperar a mi esposa original, para volver a la época en que cojíamos más o menos pero éramos una pareja y el Orgasmatrón, el maldito Orgasmatrón, no se había interpuesto aun entre nosotros.

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