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Domingo, 21 de diciembre de 2003

PERSONAJES

El burgués bohemio

Como actor, compartió cartel con Ava Gardner, Fernando Rey y Susan Sarandon y trabajó para los hermanos Taviani, Peter Greenaway y Liliana Cavani, entre otros. Como músico editó en 1996 Viva Voce, un disco hecho sólo con su garganta que casi no tiene precedentes. Y como melómano, conduce dos programas de radio en los que comparte su rarísima colección de vinilos. Pero lo más notable quizá sea que Andrea Prodan vive en la Argentina sin explotar la leyenda de su hermano Luca.

 Por Mariana Enriquez

Andrea Prodan se está poniendo medio chino. Toma agua, mucho té, cocina comida china y aprende a ser paciente. En realidad, según dice, se está reencontrando con sus raíces chinas. “Mi mamá nació en China. Es escocesa, hija de una familia que era tercera generación de escoceses allá. Mi papá la conoció a los 17 años. Él nació en Estambul, pero era italiano, y especialista en arte chino. Mis hermanas Claudia y Michela nacieron en China. Tuvieron que irse con la revolución de Mao, y llegaron a Italia sin un peso.” Es medio rara su familia, dice, y la define como “burguesía bohemia”. Cuando él era chico, y su hermano Luca un adolescente, la familia Prodan era rica; ahora, su padre ha muerto y la madre vive de una pequeña pensión del Estado italiano, y de los derechos de Sumo. “Es extraño, porque la verdad es que ella tiene ochenta y cuatro años y apenas sobrevive con el dinero que le dejó la música de mi hermano. Mi madre vive de la oveja negra de la familia. A veces pienso que es una especie de venganza de Luca. Algo parecido ocurrió con mi padre. Nunca escuchó un tema de Sumo, nunca le importó nada, y Luca murió antes que él. Recién cuando empezaron a caer turistas argentinos a Roma en la época de Menem, gente que venía a ver la casa donde nació Luca, mi papá no lo podía creer. Empezó a redescubrir a su hijo, pero murió en seguida. La venganza de mi hermano llegó después de su muerte: le abrió la cabeza a mi padre. En algún sentido eran muy parecidos. Mi papá hizo siempre lo que se le cantó. Produjo cine, era amigo de Fellini. Durante mi infancia y adolescencia era un hombre rico; yo fui a uno de los colegios más importantes de Inglaterra, era el solista principal del coro de King’s College en Canterbury. Pero después, más o menos cuando Luca murió, mi padre perdió todo y la familia quedó en la ruina. Al final, no era tan distinto a mi hermano.”
¿Y vos sos muy distinto a Luca?
–Los dos tenemos carácter fuerte pero yo siempre fui más tranquilo. Me cuidé de no hacer cagadas ni tener excesos. Después de tener una hermana suicida como Claudia, que era una bomba de Hiroshima, y de Luca, con sus problemas con la heroína y las veces que estuvo preso... no me queda otra. Luca era más sensible que yo, para él la distancia con la familia era fatal. Necesitaba mucho afecto y, al no conseguirlo, lo encontraba en la heroína. No quiero banalizar, pero es cierto que la heroína es una droga que te hace sentir protegido, aunque te haga mierda. Claudia murió de una sobredosis de heroína que ella buscó: también tenía un problema de falta de afecto. Yo me banqué todo, pero tengo muy buenos amigos y me adapto mucho. Además, gocé siempre de mis padres e intento sacar lo mejor de ellos. Luca nunca pudo.
Haga lo que haga, en Argentina Andrea es y seguirá siendo el hermano de Luca. No parece preocuparle mucho. Sabe, eso sí, que ese parentesco lo obliga a ciertas responsabilidades. “Trato de ser buena onda con la gente, especialmente con los pibes que tocan en grupos y a veces me pasan un disco. Si no me gusta lo que hacen, prefiero ser suave y no decirles de frente que me parece una cagada. Después van a decir ‘qué hijo de puta el hermano de Luca’ y eso no me cabe. Tengo que ser cuidadoso, digamos.”
El castellano de Andrea es fluido, excelente. Pero es desconcertante escucharlo hablar, porque con frecuencia se filtran en su charla voces de personajes, imitaciones, sonidos extraños. Andrea Prodan es un genio vocal. En 1996 editó Viva Voce, un disco hecho sólo con su garganta, con toques de reggae, punk y un aire muy Sumo –en rigor, él escuchaba la misma música que su hermano, de modo que el resultado es parecido merced a influencias similares– que casi no tiene precedentes. Él lo explica así: “Descubrí que hago algo muy singular, que no hace mucha gente. Bueno, sí lo hace Bobby McFerrin, pero a él no le gusta el punk rock. Peter Gabriel tiene mi disco, mantenemos correspondencia. Para mí es delirante que a alguien como él le guste mi trabajo”.
Ahora mismo, Andrea Prodan vive frente al Cid Campeador, en una suerte de pensión para europeos que tiene un patio precioso con paredes cubiertas de enredaderas. Su habitación, muy pequeña, queda en el primer piso, y está llena de discos de vinilo que son, cada uno, un tesoro. Tiene la edición de God Save the Queen que se editó sólo en Francia porque el gobierno inglés había prohibido la canción de los Sex Pistols en Inglaterra. Tiene una espectacular edición de Quadrophenia de The Who, con un arte de tapa e interno que obliga a añorar cuando los discos venían en un formato grande. Todo el rock inglés de los años setenta, el casi ignorado, está conservado en la colección de Andrea: discos de Wire, Ultravox, The Jam, Magazine, The Slits, The Clash, Buzzcocks, Siouxsie & The Banshees. Muchos son propios, otros los heredó de Claudia y Luca, sus dos hermanos muertos. Luca solía robarle discos cuando trabajaba para Virgin Records en Londres, así que los tesoros tienen un valor vandálico agregado. “No soy un coleccionista”, asegura. “Para mí cada disco tiene su valor emocional, y por eso los conservo. Pero no me gusta pasármela escuchándolos todo el tiempo. Me gusta compartirlos.”
Eso hace en sus dos programas de radio, Metiendo púa: con el mismo nombre, el show sale los sábados a las 18 por FM Universidad de La Plata y los miércoles a las 21 por la 90.1 de Hurlingham. Andrea carga con sus valiosos vinilos ocultos en bolsos hippies, donde también esconde una laptop en la que tiene cargada más canciones. “La gente se engancha porque paso un disco y después cuento que, por ejemplo, lo compré en Londres en 1977 después de ver a The Clash. Es una pasión mía, que se trasmite. Además yo estuve allá, viví esa época, vi y escuché casi todo gracias a Luca, que antes de venir acá y ser un ídolo del rock era una especie de bestia de escuchar música. Yo vivía en Canterbury en el ‘77, en el King’s College, y los fines de semana me iba a Londres. Estaba en la escuela, en un colegio artístico muy abierto. Tuve más suerte que Luca, a él lo mandaron al norte de Escocia. Mi uniforme era idéntico al que tenía el cantante de The Dammed, así que me ponía la gomina y listo. Los fines de semana íbamos a ver a Buzzcocks, Ultravox; el primer gran recital fue The Clash en el ‘77 en el Hammersmith Odeon. Tocaron con Richard Hell & The Voidods y Sham 69. Luca me dio unas anfetaminas: cuando empezó Richard Hell no podía parar, era el más enloquecido del público. Arrancaron los asientos cuando Joe Strummer salió a cantar London’s Burning. A veces me siento tarado hablando de estas cosas en la radio, porque la gente sabe más que yo, desde acá. Lo único que tengo de especial es que estuve allá.” Por supuesto, Andrea Prodan no vive de pasar discos. Hace poco se presentó a un casting para los comerciales de Fernet Cinzano, y quedó. Hace un personaje muy similar al que había inventado hace años en Italia, y el trabajo le dejó un dinero que le permite vivir. Hace unos años, cuando llegó a la Argentina, a veces pasaba días con centavos en el bolsillo. Pero no le importa. Va tirando.
Andrea no es sólo músico y eventual conductor radial. Siempre fue actor, y prestigioso. Comenzó su carrera con la miniserie A.D. en 1985, sobre libro de Anthony Burguess, y compartiendo cartel con Ava Gardner, Fernando Rey y Susan Sarandon (su amiga). Siguió con El Affair Berlin (1986) de Liliana Cavani (la directora de Portero de Noche). Ese mismo año trabajó en Good Morning Babylon (1987) de los hermanos Paolo y Vittorio Taviani y El vientre del arquitecto (1987) de Peter Greenaway. Más tarde hizo I Ragazzi di via Panisperna (1988) de Gianni Amelio, Babylon (1994) de Guido Chiessa Il Partigiano Johnny (2000) también de Chiessa y el año pasado Nowhere de Luis Sepúlveda y La Entrega de Inés Oliveira César. Un currículum bastante impresionante, pero él parece un poco cansado de su trabajo como actor.
¿Cómo comenzaste tu carrera?
–Fue por casualidad. En el colegio me ponían en las obras de teatro, porque aunque soy introvertido, en el escenario me soltaba. Mi hermana trabajaba en cine y tenía muchos amigos del medio. Cuando ella estaba en China haciendo una película sobre Marco Polo, me ofreció trabajo en una película norteamericana que estaba filmando en Italia la Paramount. Me pusieron en la producción, y yo quería ser director de fotografía y trabajé dos años como asistente, pero sabía que no iba a llegar a nada en un país mafioso como Italia, donde hasta para eso tenés que tener un contacto político. Me dieron ganas de actuar y, por casualidad, en la película donde trabajaba como asistente me ofrecieron un papel. Mis primeras escenas en el cine fueron con Ava Gardner, que era la protagonista. Ese set fue buenísimo, porque después conocí a Susan Sarandon, que también actuaba y era muy amiga de mi hermana. Ella me dijo que tenía que ser actor. “Agarrá una buena agencia”, me dijo. “Tenés que ir porque si no te quedás en los castings llevando las fotitos, como miles de actores, y es muy deprimente.” Ella estaba en William Morris. Yo no le di mucha bola, pero poco después me llamaron de William Morris porque Susan les había hablado de mí. Me tomaron y durante seis meses no trabajé. Pero justo apareció Liliana Cavani, me hizo un casting para una película suya y me fue bien. Después hice una película con los Taviani, después con Greenaway... en ese momento murió Luca. Fue raro, porque yo era el actor, y él me re-envidiaba, me preguntaba todo lo que hacía. Y yo lo envidiaba a él. Luca quería ser actor, creo. Tipo un Al Pacino. Y yo siempre quise ser una estrella de rock.
En los ‘90 trabajaste mucho menos. ¿Cuál es tu relación con el cine hoy?
–Solamente quiero hacer películas que me gusten con gente que respete. Hay pocas películas italianas buenas que salen del país; en general no hay muchas películas buenas. Hace quince años que el país está en decadencia. Pero en realidad a mí ya no me hacía bien hacer cine. A menos que tengas un eje, algo que te tenga centrado, el cine te hace mierda. Yo, por mi estilo de vida y la desintegración de mi familia, trabajaba sólo por puro masoquismo. Mis amigos me decían que me quede, que hay muy pocos actores de mi edad en Italia, pero yo no quiero estar mal. Mi hijo está acá, y el cine ya no me aporta mucho. Además, no respetar al director es un problema. Acá hay chicos que no los conoce nadie ni tienen plata, pero los respeto. Hasta los malabaristas en la calle son buenos. Yo los filmo. La gente en Buenos Aires les da un pesito, no se dan cuenta de la calidad. Yo me quedo mil veces con esto. Ahora comprendo que lo que necesito no es hacer una gran película italiana que sea una poronga con un director que es un forro total. Basta, yo tengo una sola vida y no voy a estar gastando energía a los cuarenta con estos pelotudos. O hago una película que me gusta mucho, o me quedo acá.
¿Pero no estás trabajando en nada?
–Estoy haciendo un documental sobre un director de cine inexistente, y es mi revancha con ese mundo. Es muy divertida. Yo entrevisto a gente, tengo a amigos como Susan Sarandon o Harvey Keitel hablando de este director búlgaro que no existe. Y lo interpreto, pero poco, no se lo ve claramente. Tomé muchos testimonios durante el rodaje de Nowhere, una película feísima, que se filmó en Cafayate. Así quedó Harvey en el documental. Es un hijo de puta el director, pero para la prensa es un falso modesto insoportable. Tengo toda la filmografía falsa, incluso, en fragmentos que filmé. La estoy haciendo desde hace años, yo envejezco como él. Antes tenía apuro de sacarla, pero ahora tengo otra técnica. Soy más paciente, como decía, más chino.
Tras los pasos de Luca, Andrea Prodan llegó por primera vez a la Argentina en 1982, cuando su hermano vivía en Córdoba, en los comienzos de Sumo. Salió de gira con el grupo de su hermano. “Fue increíble. Todavía no estaba Mollo, era el Sumo de la época de Pettinato, con Sokol en la batería. Tocaron en Entre Ríos en lugares chiquitos, pueblos, la gente no entendía absolutamente nada.” Luca estaba sano, y Andrea volvió a Italia, convencido de que su hermano por fin había encontrado una buena vida. Pero cuando quiso volver a visitarlo en 1987, Luca murió. Entonces volvió a Argentina en busca de respuestas. Al no encontrarlas, partió otra vez hacia Italia. “El problema de Luca era que tomaba mucha heroína y no era nada ambicioso ni competitivo. Pero acá se puso las pilas y vio que había cosas para hacer, que era un terreno muy fértil. El tuvo un regalo de cinco años de vida que no hubiera tenido. Cuando llegó empezó a tocar Five Years de Bowie, y me decía que no sabía por qué lo estaba tocando todo el tiempo, tenía la sensación de que le quedaba eso de vida. Y fue más o menos así, tuvo seis años.” Cuando pudo elaborar la muerte de su hermano, a mediados de los ‘90, Argentina se convirtió en su destino.
¿Por qué te instalaste acá?
–En Italia, se me ocurrió hacer un disco todo vocal, y mi país es absolutamente el menos indicado para hacer algo nuevo. Italia es un lugar completamente cerrado, es de terror, especialmente después de los ‘80. No hay discográficas independientes, los tanos consumen cagadas increíbles y todo importado. Yo había hecho en cuatro pistas cosas con mucho potencial, pero no sabía dónde meterlas. Unos amigos que tenían un estudio de doblaje de cine me prestaron micrófonos y en una tarde hice cuatro demos. No sé por qué pensé en Timmy, creí que él me podía ayudar con contactos para hacer el disco, qué sé yo. Lo llamé y pasó algo muy raro. Cuando atendió, me dijo que no lo podía creer: justo en ese momento tenía en sus manos las llaves del estudio de grabación que siempre había soñado tener en la montaña con Luca. Me dijo ‘venite a grabar a mi estudio’, y lo hice. Empecé a grabar en Córdoba Viva Voce, que salió en el ‘96, robándole tiempo a Las Pelotas, que usaban el mismo estudio. Y me fui quedando. Conocí a mi mujer, tuve un hijo que ahora vive en la Patagonia... me gusta acá. Después empecé a hacer el programa de radio en Traslasierra, y rompí un poco con el mito del lugar como la meca hippie; ponía música punk. Después me mudé a Buenos Aires, porque necesitaba un poco de plata y estímulos. Allá no pasa nada, es lindo, pero está muerto.
¿Estás decidido a quedarte?
–Sí. En un momento tuve que elegir entre quedarme en Italia y ganar buena plata, mandarle a mi mujer y al niño y volverme loco, o volver a Argentina, no ganar plata, estar cerca de mi hijo y focalizar más. Empecé a hablar mejor castellano, me sentía más cierto para comunicarme y me gusta Argentina, creo que empezó una nueva época, con una energía creativa más interesante. Además, ahora gané algo de plata, suficiente para pagar mis deudas y seguir, como todos los argentinos.

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