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Domingo, 4 de enero de 2004

PUNCH. VOLTEANDO PESOS PESADOS

A la cama con Birenbaum

Guy Birenbaum desnudó las escaramuzas sexuales donde políticos y periodistas franceses consuman sus pactos. Los medios lo boicotean. Resultado: cien mil ejemplares vendidos.

Por John Lichfield, de The Independent

En las últimas semanas, un extraño libro trepó hasta la cima de la lista francesa de best sellers de no ficción: un libro valiente, un libro ilegal, un libro insatisfactorio e irritante. Nos delits d’initiés (Nuestros delitos de iniciados) rompe con el tabú legal y cultural de informar sobre las vidas privadas de las figuras públicas francesas y describe una notable cantidad de intercambios sexuales, ocasionales o duraderos, entre políticos y periodistas franceses; en especial periodistas televisivos.
El libro cuenta, por ejemplo, un affaire amoroso entre un ministro del actual gobierno francés y la locutora de un noticiero de TV. También revela la homosexualidad de un político de centroderecha que hace campaña contra los derechos de los gays. Saca a la luz las múltiples infidelidades de un aristocrático político francés que predica los valores familiares del catolicismo conservador.
En rigor, el libro no dice realmente nada de todo eso. Lo insinúa, de modo de reducir la posibilidad de que el autor y el editor sean demandados invocando la legislación francesa de protección a la privacidad.
El libro también reúne varios capítulos de rumores y evidencias circunstanciales que apuntan a la posibilidad –largamente rumoreada en Francia— de que el presidente Jacques Chirac tenga un hijo ilegítimo en Japón. A lo largo de las 52 páginas que dedica al tema, Nos délits d’initiés no ofrece (como alegremente admite su autor) vestigios de evidencias nuevas ni pruebas claras.
Salvo algunos renglones aquí y allí, los medios franceses no le han dado mayor publicidad y prefirieron señalar cuán reprobable y poco francés es publicar esa clase de materiales. Aun así, gracias al boca a boca y a la decisión de los editores de apilarlo en las estaciones de servicio de las rutas y otras bocas de venta populares, el libro ya ha vendido más de 100 mil ejemplares.
El autor insiste en que no lo escribió para hacer dinero. Guy Birenbaum no es un periodista de extracción obrera ni un militante extremista empeñado en manchar a la clase política francesa. Es un académico respetado y un editor con posturas moderadas de izquierda. Su libro critica tanto a la izquierda como a la derecha. Todo lo que contiene, dice, es bien conocido por la élite mediática –política y cultural– de París, calculada en unas 5 mil personas. Pero para la mayoría de los franceses los hechos son desconocidos. Más allá del círculo “encantado” de la Periferia parisina, los franceses, según Birenbaum, tienen la incómoda sensación de estar siendo mandoneados por personas que tiene carta blanca para romper las leyes que ellas mismas hacen e ignorar los preceptos morales con que ellas mismas los sermonean. Y ahí, argumenta, está en parte la causa del ascenso de los extremos políticos en Francia, en especial de la extrema derecha.
Le señalé a Birenbaum que el argumento era bueno pero estaba en un mal libro, un menjunje de chismes sin fuentes, rumores y hechos no confirmados. “Admito que no es un libro de investigación”, me dijo. “Es una colección de historias que no toda Francia conoce y debería conocer. Mi objetivo es decir: miren, si yo puedo juntar toda esta información con tanta facilidad, ¿por qué no aparece en los medios franceses? ¿Por qué los periodistas franceses no andan haciendo preguntas en Japón? Si un político anda cogiendo por ahí es asunto suyo. Si se está acostando con una periodista de la que se espera que haga comentarios objetivos sobre política, o anda cogiendo por ahí mientras sermonea sobre los valores familiares, entonces el público tiene derecho a saberlo. Éste es un libro sobre conflictos de intereses flagrantes, sobre disfunciones de nuestra democracia que no podrían existir en Inglaterra, ni en Alemania, ni en cualquier otro país europeo. Mucho menos en los Estados Unidos.” Tomando prestada una expresión con la que nos familiarizó la guerra en Irak, Birenbaum dice que el problema es que los medios franceses —o una parte pequeña pero muy influyente de los medios— están encamados con los políticos de la república.

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