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Domingo, 4 de enero de 2004

PLáSTICA

El mapa que faltaba

Arte en Córdoba cartografía con sagacidad medio siglo de pintura mediterránea y permite redescubrir una joya arquitectónica visionaria: el museo Emilio Caraffa.

 Por Laura Isola

“Los códigos fundamentales de una cultura, ésos que gobiernan su lenguaje, sus esquemas de percepción, sus intercambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas –escribe Michel Foucault en El orden de las cosas– establecen, para cada hombre y desde el principio, los órdenes empíricos con los cuales deberán lidiar y dentro de los cuales se sentirá como en casa.” En esa misma senda –optimista, por cierto–, se puede decir que la cultura es un mapa de sentido que hace que el mundo se transforme en un lugar inteligible. Sin mapas, la vida puede ser muy difícil y hasta peligrosa.
Así, la muestra Arte de Córdoba –inaugurada recientemente en el Museo Provincial Emilio Caraffa, puntapié inicial del programa Argentina Pinta Bien con el apoyo de Repsol YPF y el Centro Cultural Recoleta– debe ser pensada menos como una recolección de piezas y obras realizadas por artistas cordobeses o residentes en la provincia durante el último siglo que como el rastreo de diferentes lenguajes y su implicancia en el flujo de la experiencia cordobesa. Nunca una muestra de artes plásticas había recogido con tanta convicción la idea del mapa como aquí, y nunca un curador se había parecido tanto a un cartógrafo de imágenes. Quien cumplió de maravillas esta tarea fue Alberto Petrina, actual curador de Arquitectura y Arte Americanos del Centro Cultural Recoleta. La realización, por su parte, le debe todo al diálogo productivo y al intercambio de ideas y recursos humanos entre los directores del Museo Caraffa y el Centro Cultural Recoleta, Daniel Capardi y Nora Hochbaum, respectivamente.
Vale la pena aclarar que el programa Argentina Pinta Bien, que comenzó en Córdoba, seguirá con esta línea de trabajo en distintas provincias y se propone promover un espíritu singular que invierta esa anquilosada concepción centralista: no es Buenos Aires irradiando arte hacia el interior, pero tampoco su contrapartida resentida. Lo que se postula es una relación de conjunción, de equipo, que sume potencialidades y promueva el tono cooperativo, a la que la empresa privada se une no como un mero sponsor sino involucrándose en el proyecto con la comunidad.
La decisión curatorial de Arte en Córdoba puede ser leída en varias claves. La primera y más evidente es la clave cronológica, que ordena las obras en tres grandes bloques: Maestros, Generación intermedia, Artistas emergentes. En el primero se ubican los trabajos de Carlos Alonso, Antonio Seguí, Norberto Cresta, Eduardo Giusano, Horacio Suárez Serral y Bernardo Ponce, entre otros; la generación intermedia compila a artistas como Pablo Canedo, Remo Biachedi, Raúl Díaz, Marcelo Torreta, Oscar Páez, Germán Wendel, Res y Daniel Capardi, por sólo mencionar algunos, y la categoría “artistas emergentes” recluta entre las últimas generaciones a pintores muy jóvenes como Ananké Asseff, Gustavo Piñero, Ramiro Velázquez, Diego Arrascaeta, Mateo Argüello Pitt, Celeste Martínez, Juan Juares, Marcos Acosta y Natalia Blanch, entre otros.
Pero la selección sigue también otra clave, opositiva, que se aleja de todo criterio folklórico o regional. Si bien muchos de los artistas hacen paisajes y toman por modelo la naturaleza de las sierras cordobesas –por ejemplo, Manuel Ocampo y su fascinante saga de paisajes–, esa tendencia no obtura la presencia de una fuerte visión urbana, como es el caso de Fonseca. Y tampoco ocurre que la figuración se eleve por sobre otras corrientes pictóricas. El recorrido propuesto por Petrina permite observar cómo en un mismo ambiente cultural toman cuerpo tendencias muy dispares, desde los geométricos y abstractos a la pura representación hiperrealista. Ese tránsito es, quizás, el más interesante: la heterogeneidad que promueve el ambiente de la plástica cordobesa y la hospitalidad que brinda a los artistas no nativos.
Si aceptamos que la Reforma Universitaria de 1918 marca un antes y un después en el campo de la cultura moderna en Argentina, el edificio delMuseo Caraffa, construido en 1916 por el arquitecto Juan Kronfuss, puede ser interpretado como una anticipación de ese proyecto modernista. Obra de rasgos neoclásicos, fue uno de los pocos museos argentinos concebidos y realizados con ese fin específico: sus salas son inmensas, y el jardín que lo rodea, recuperando la simetría exacta de la doble escalinata central, duplica su tamaño. A comienzos del siglo XX, el museo Caraffa inventa su propio territorio, profetizando la inversión que Baudrillard razonaría muchos años después: no es necesario que un sitio exista para que sea representado. Los grandes mapas, en todo caso, pueden prescindir de esas urgencias pedestres. El Caraffa, pues, vino antes; lo que vino después sólo confirmó su existencia y lo volvió ciertamente apabullante.

Arte en Córdoba en el Museo Emilio Caraffa de la ciudad de Córdoba, hasta fines de febrero. El Programa Argentina
Pinta Bien continuará durante 2004 en distintas provincias,
y para 2005 se prevé una muestra completa en el
Centro Cultural Recoleta.

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