radar

Domingo, 30 de agosto de 2009

TEATRO > UN HUECO: EL CLUB SOCIAL TAMBIéN PUEDE SER UN INFIERNO

Tres amigos y un funeral

Hubo un tiempo en que los clubes no eran megatlones, sino sedes sociales y deportivas donde se compartía un mundo: deporte, juegos, asados y hasta velorios. Un hueco recupera aquel espíritu y hasta transcurre, literalmente, en el vestuario de un club de barrio. Pero no lo hace exclusivamente con ánimo nostálgico, sino que captura el rutinario agobio de la vida en el pueblo.

 Por Mercedes Halfon

Para ver Un hueco hay que ir al corazón del Palermo añejo, a la avenida Juan B. Justo y alguna otra, al club Estrella de Maldonado, edificado seguramente cuando ese arroyo entubado y oculto aún ejercía alguna influencia sobre la zona. El Maldonado perdió el terreno que ganó el glamour, pero quedan en Palermo espacios híbridos que muestran algo del barrio de ayer y del sofisticado de hoy, en plena tensión. Si cada espacio de la ciudad tiene contenida una historia, habría que ver qué narración esconde ese tipo de clubes barriales, lugares de recreación social y familiar que existían, digamos, en los antípodas del deporte enlatado y veloz que se practica hoy en lugares como Megatlón.

Un hueco dentro del Club Estrella de Maldonado es un lugar donde el teatro sucede. Hay que atravesar los corredores de luz fluorescente, pasar por la cancha donde los chicos juegan al handball, subir unas escaleras angostas y esperar en una salita, mientras nos ofrecen vasos de ginebra o café. De todos los espacios posibles del club, ese lugar deliberadamente no teatral, Juan Pablo Gómez, dramaturgo y director de esta obra-experiencia llamada Un hueco, decidió usar el vestuario. Que sería el lugar “íntimo” del club, un lugar “público”. Allí, donde la gente anda ligera de ropas, donde se dan las hermandades de hombres, las confesiones de hombres, los chistes de hombres, tres hombres jóvenes de traje se mueven en penumbras y desafían la oscuridad con sus susurros gritados.

Pero, ¿de qué se trata Un hueco? Se tarda en saber porque esos tres muchachos hablan en voz baja, no prenden la luz enseguida, están vestidos con cierta elegancia, pero sus caras muestran desánimo. Pronto entendemos que están precisamente en un club pero, lejos de ser una simpática reunión de socios, afuera se está velando a un chico, el cuarto integrante de este grupo de amigos. La forma en que los tres toman este hecho es por lo menos singular. No lloran, no hablan de él. Más que nada conversan sobre sus hábitos, rutinas que tenían en el pasado y se han perdido, o permanecen de forma inalterable.

Y hay algo más. El espacio hiperrealista del club, el hecho de que afuera de verdad se esté jugando un partido de handball y se oigan gritos, elementos aleatorios e inmanejables de la realidad, nos colocan en un lugar que es violentamente alterado por la trama. Ese club de Palermo en el que estamos no existe en Un hueco sino que la acción sucede en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, a 500 kilómetros de la Capital, un pueblo que no se sabe cuál es, pero que es el común denominador de los tres personajes. Dos de ellos viven aún allí y el tercero se ha mudado a Buenos Aires. Este enclave geográfico abre la obra, amplifica su imaginario, la convierte en una cajita de resonancia de esa línea tan filosa que divide la Capital del interior. Una línea que se da también al interior de ellos mismos. Una grieta de dolor, un hueco donde se esconde el resentimiento, donde aparece la inadecuación permanente en la que viven, estén donde estén, en su pueblo o en la Capital. Ambos espacios aparecen de un modo folklórico, idealizado, la Capital “llena de posibilidades” y el pueblo narrado en una infinidad de anécdotas tristes: el trabajo en el taller, los paseos por avenida Roca, las noches de Play Station, la noche donde se va al boliche (único), recorridos pautados como los de un hamster en su jaulita.

El vestuario donde están refugiados estos personajes es muy pequeño, los actores se mueven tan cerca de los espectadores que hasta pueden rozarlos. Algo del agobio en el que estos chicos de provincia viven su rutina cotidiana (en Buenos Aires o fuera de ella), los movimientos circulares de los que no pueden escapar, aparece en la incomodidad del espacio pequeño. En ese sentido, el espacio “no convencional” del club es tomado por la obra de una forma más que contundente. No se trata de una pura gestualidad sino que todo resuena, todo se vuelve materia emocional del teatro.

La era de los clubes, la era donde un club podía ser “estrella” de un arroyo entubado, fue hace tanto tiempo, que se podría pensar que en ese momento Buenos Aires era un pueblo. Las voces de esa época aparecen en Un hueco, mostrando una pérdida que es sostenida por la amistad. Aunque no se hable de ella. Aunque no se la llore.

Un hueco
Con: Patricio Aramburu, Nahuel Cano y Alejandro Hener
En el Club Estrella de Maldonado
Juan B. Justo 1439
Sábados a las 22
Entradas con reserva al 15-57085927
o a [email protected]
Entrada: $ 20

Compartir: 

Twitter

 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.