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Domingo, 13 de septiembre de 2009

RADAR LIBROS #4

Señas de identidad

Detrás de la novela de la canadiense Nancy Huston hay una densa trama de lenguajes, experiencias traumáticas y reflexión acerca de las numerosas guerras del siglo XX, a partir del plan Lebensborn de los nazis para la apropiación de niños.

 Por Luciana De Mello

Marcas de nacimiento
Nancy Huston

Salamandra
314 páginas

El plan Lebensborn fue otra de las atrocidades de los nazis, pero que, a diferencia del resto, permaneció silenciado hasta no hace mucho tiempo. Lebensborn –que en español significa “fuentes de vida”– fue el nombre de una organización dedicada a garantizar el nacimiento y la buena crianza, en adopción, de niños de la mejor estirpe aria sin importar su origen geográfico. Así fue como los nazis raptaron a más de doscientos mil niños arrancados de sus familias en los países ocupados de Europa del este. En Marcas de nacimiento, Nancy Huston escarba sobre estas heridas de guerra, que calaron hondo en una identidad arrebatada y que fueron pasando de generación en generación, quizá como una forma de resistencia y de memoria.

Para contar esta “genealogía de la marca” la autora narra, con un tono preciso y afilado, desde la perspectiva de cuatro niños de seis años. “Los sentimientos políticos más violentos se forman en la infancia”, dice Huston, y esta afirmación es el andamio desde el que construye una historia cimentada en las relaciones entre lenguaje, infancia y violencia. Y no se priva de nada: en mitad de los párrafos más inocentes, la irrupción de una canción de infancia –donde abundan los hombres que pasan por la máquina de picar carne– crispa el tono del texto y hace que el lector no olvide de qué va la niñez. Como en el caso de Sol, el primer narrador, quien a los seis años ya es admirador de Bush y, aunque sobreprotegido por sus padres, consume en el mercado de google las imágenes de los cuerpos destrozados en la guerra de Irak para poder masturbarse. Claramente, este comienzo, así como también la mirada crítica del texto sobre las atrocidades cometidas por Israel contra el pueblo de Palestina durante la matanza de Sabra y Chatila, le costó a la autora la indiferencia y hasta el rechazo por parte de las editoriales de Estados Unidos. La historia de estos cuatro niños no sólo está unida por el parentesco: desde el bisnieto Sol, pasando por su padre Randall, su abuela Sadie, y su bisabuela Kristina, las cuatro narraciones están enmarcadas en coyunturas de guerra: Irak en 2004, Israel en el ’82, Vietnam en los ’60 y la Alemania del ’45. Las distintas formas del lenguaje bélico se filtran en cada una de las historias escribiendo, de forma paralela, un relato sobre la identidad. Kristina, bisabuela de Sol, es criada felizmente en el seno de una familia nazi, hasta que descubre que en realidad fue raptada en Ucrania y trasladada a uno de los centros Lebensborn. Terminada la guerra, es dada en adopción a una familia en Canadá, donde empieza una nueva vida intentando dejar atrás las preguntas sobre su origen. La lengua que creyó materna es la lengua de sus secuestradores, su verdadero nombre nunca lo sabrá. Así es que cuando llega a ser una cantante de fama internacional se inventa un lenguaje propio en el que cantar y un nombre de guerra con el que disfrazar su linaje borrado.

Nancy Huston sabe de lo que habla al momento de poner en juego estas relaciones entre desarraigo, identidad y lenguaje. A la edad de seis años y tras el abandono de su madre biológica, su padre forma pareja con una mujer alemana y ella debe dejar su Canadá natal para mudarse a la ciudad de Frankfurt: “Tengo un recuerdo muy vívido de esa época. Aprendí otra lengua y me transformé en otra persona”. Aún recuerda cómo cambió su visión del mundo cuando supo que en alemán “infierno” e “iluminación” comparten la misma palabra. Luego de su infancia en Alemania, se instala en Francia, donde además de estudiar semiótica con Roland Barthes, militar en el MLF (Movimiento de Liberación de las Mujeres) y ganar el premio Goncourt, conoce y se casa con Tzvetan Todorov, su primer lector. “Me gusta estar lejos cuando me está leyendo”, confiesa. Así mientras Todorov leía Marcas de nacimiento, Nancy estaba en Toulouse. “Cuando terminó de leer la primera parte, me llamó y me dijo: Conseguiste ponerme los pelos de punta”. Y no se equivocaba. Poco después de la llamada, la novela se convertía en el best seller del año en Francia, ganaba el premio Femina 2006 y en la actualidad ya ha sido traducida a más de veinte idiomas.

El bilingüismo de Huston –inglés y francés– es su seña de identidad. Escribe indistintamente en ambas lenguas, aunque esto le haya valido la crítica y el recelo por parte de su Canadá natal –de habla inglesa–, ya que su obra literaria la escribió por completo en francés. Sin embargo, hace unos años se reconcilió con su lengua materna y comenzó a traducirse a ella misma. Volver sobre la propia palabra para llevarla a la lengua de origen es, sin duda, el acto más lúcido de regreso a la primera marca de nacimiento.

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