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Domingo, 24 de octubre de 2010

TEATRO > JULIETA Y JULIETA: ROMEO Y JULIETA EN TIEMPOS DE MATRIMONIO IGUALITARIO

Sangre de amor correspondido

Si Romeo y Julieta es una obra casi de dimensión mítica, esa perfección la vuelve tentadora y a la vez peligrosa para cualquier adaptación a otras épocas y otros ámbitos. Pero la versión de Lorena Romanin la convierte en una historia lésbica y callejera que se adapta a la perfección al presente y a la tragedia amorosa de estos tiempos.

 Por Mercedes Halfon

Por varias razones que muchos críticos se esmeraron en explicar en infinidad de estudios especializados, Romeo y Julieta es una de esas obras teatrales que la humanidad nunca olvidará. Es también una de las obras más populares de Shakespeare, sólo superada por Hamlet en cuanto a número de representaciones. Pero Romeo y Julieta, como núcleo temático, va más allá de Shakespeare, del teatro Isabelino, del teatro en sí, porque es el símbolo perfecto del amor idealizado, perfecto, casi irreal. Es la historia de amor más emblemática que uno pueda imaginar. El baile de máscaras, el amor prohibido, el balcón, la huida en la noche, el suicidio compartido pero con mal timing son escenas que están talladas en la memoria como si hubieran sido escritas directamente ahí. ¿Es todo esto muy obvio? Lo sería si fuéramos a hablar de otra versión, una nueva, de este clásico eterno, aunque fuera algo tan bello y raro como el filme que Baz Luhrmann hizo a mediados de la década del ‘90. Pero no. Esta vez la versión de la pieza es tan distinta que cambia inclusive de título: ahora estamos frente a Julieta y Julieta.

La dramaturgia y puesta son de Lorena Romanin, actriz y creadora que viene hace tiempo trabajando en temáticas queer. Entre otras cosas, fue junto a Maruja Bustamante la que ideó y además protagonizó Plan V, primera comedia romántica de temática lésbica realizada en Argentina, para Internet. También fue la protagonista de Antes, de Pablo Messiez, obra que adaptaba Frankie y la boda de Carson McCullers con una sutil pátina contemporánea que la hacía volver su mirada al tema de los géneros.

En su puesta, Julieta y Julieta se olvida un poco el tema de la tragedia. Ya la olvidaba un poco Shakespeare, que combinó en su texto elementos de tragedia con otros de comedia, que no estaban en sus fuentes originales. Romanin va más allá. Sitúa la pieza en una pista de skate donde gays hipercaracterizados y un grupo de chongos “heteros” igualmente prototípicos pelean por el lugar. Desde que entramos a la sala, la rampa que ocupa el centro del escenario es trajinada por los actores de rollers y skates que van de un lado a otro, ruedan, golpean, palmean, rebosan de energía. A ambos lados de la pista hay dos armarios con graffitis que una vez que se abran dejarán ver el corazón de cada una de las Julietas. Los Montescos y Capuletos acá no son dos familias enfrentadas por los siglos de los siglos –un conflicto que hoy suena más a telenovela de la tarde– sino dos pandillas de jóvenes fanáticos de las patinetas. Como si el clásico de Shakespeare llegara a nosotros a través del tamiz de West Side Story y su pandillismo estetizado. Desde la primera actriz que entra hasta el último actor, representarán desde su propia “estética” el problema de esa incomprensión mutua.

No deja de ser curioso que una obra de Shakespeare de fines del siglo XVI, originalmente interpretada por The Chambelain’s Men, un elenco masculino que encarnaba todos los roles, sea representado ahora por un elenco que, por lo menos en cuanto a sus protagonistas, es exclusivamente femenino. Es decir: el conflicto de las minorías pasó de ser invisible –ya Virginia Woolf imaginó qué le hubiera pasado a la hermana de Shakespeare, una chica con su mismo talento, en una sociedad en la que las mujeres eran impotentes socialmente– a ser puesto sobre el tapete. Sobre una transitada pista de skate.

Julieta y Julieta es lúcida como versión por varias razones más allá de la potencia visual de la puesta. En la obra de Shakespeare, una de las principales características de la historia era la juventud de los amantes. Romeo y Julieta son extremadamente jóvenes, y esto los aísla del resto de los personajes que son viejos y están anclados en el pasado. Ellos en cambio, por el amor que se tienen y por su juventud, están fijados al presente, a él se someten completamente, porque no hay otra cosa que quieran vivir que esos momentos uno junto al otro. Este presente es clave en Julieta y Julieta, porque el amor en tiempo presente, para nuestra escucha, es otra cosa: el amor entre dos personas del mismo sexo, la igualdad en la diversidad. La sensibilidad contemporánea encuentra así un lugar en Romeo y Julieta. De este modo también la incomprensión de las “familias enemistadas”, se convierte en “grupos de pertenencia enemistados”, lo que le confiere al conflicto una terrible actualidad. Esa incomprensión mutua resuena en la Buenos Aires de hoy, donde apenas meses atrás se discutió la Ley de Matrimonio igualitaria.

Julieta y Julieta, con sus bandos colorinches, sus skates y sus bellas protagonistas, deja de lado lo más terrible de la tragedia shakespereana. El tono es liviano, la pieza es breve, hay tintes de musical y parlamentos sencillos. Todo esto es un acierto, porque el conflicto que quiere plantear no está en la poesía compleja del dramaturgo isabelino, sino en el lugar preciso donde la energía circula vertiginosamente: en los cuerpos de las protagonistas. El suicido compartido, final emblemático de la historia, también muta hacia el asesinato. Porque la muerte ya no es deseable para nadie como fin del amor, sino que ése es el origen de la verdadera tragedia.

Julieta y Julieta se puede ver los jueves a las 21 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. Entrada: $ 40.

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