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Domingo, 16 de septiembre de 2012

> VUELVE CUPIDO, EL PROGRAMA QUE FORMA PAREJAS “EN CONTRA DE LAS APARIENCIAS Y A FAVOR DEL CORAZóN”

La apariencia desnuda

 Por Luis Chitarroni

A comienzos de los setenta, Afrodita había cambiado de aspecto. Podía vérsela como una réplica de Jane Fonda (la de El pasado me condena y del prontuario de Hanoi, no la de Barbarella), llevando en bandolera, sans soutien, en la misma alforja, las proclamas revolucionarias y los preservativos. Cupido había envejecido. Nunca se avino ni se reconcilió con la moda, aunque usaba un attaché donde disimulaba un arco de materiales sintéticos muy flexibles y unos proyectiles que –aseguraba cuando alguien inspeccionaba el interior– eran absolutamente inofensivos. Nunca había sido flaco, pero el pueril y rollizo niño envuelto por un pañal digno de Upa se había convertido en un indiscernible y copioso señor con algo de señor López. El bigote desnutrido y el sudor en la coronilla afianzaban nuestras peores sospechas. No me acuerdo de dónde saqué la categoría “adiposo genital”, pero a él podía aplicársele (o alguien muy tilingo solía asestársela sin más) en los vestuarios. A fines de los setenta, Cupido se había aficionado al paddle y al ping-pong.

Lemprière, en su diccionario clásico, con la pesadez y la tosquedad que lo obstinan, afirma que, de acuerdo con fuentes distintas, hay desavenencias parentales. Cicerón menciona tres Cupidos: uno, hijo de Diana y Mercurio; otro, de Venus y Mercurio; el tercero, de Venus y Marte. El abolengo de ser hijo de swingers fue abolido a tiempo, antes de que la combinatoria aburriera. Platón menciona sólo dos Cupidos; Hesíodo, uno, engendrado al mismo tiempo que la Tierra y el Erebo. Góngora es capaz de aligerarlo, de convertirlo en una tira o un jirón veloz, de adelgazarle la aljaba y de corregirle el hábito de despilfarrar saetas. Pero tras eso, Cupido vuelve a sucumbir, tentado por la gula que provoca ver besarse a los otros.

A comienzos del siglo pasado, un binomio sin éxito, que no alcanzó a ser la sombra de Gilbert y Sullivan, le puso un apellido y le compuso una opereta, cuya obertura solía silbarse antes de Gallipoli, antes de la Primera Guerra Mundial: Cupid Arrowsmith. El personaje tiene por fin un yunque y el físico adecuado, pero es víctima del cuentapropismo: él mismo forja las flechas demasiado pesadas con las que termina derrotando a su adversario en el corazón indeciso de Prunella Hargreaves, el amor de su eterna vida efímera.

Aunque considero que Cupido motorizado merece una mención, no voy a explayarme.

Vuelve Cupido, y es una buena oportunidad para olvidar su genealogía y recuperar su reputación. De bebote indefenso y arquero infalible a restituido ángel conquistador, por fin es posible recuperar su eslogan (que no sé si seguirá siendo el mismo): “En contra de las apariencias y a favor del corazón”.

No hay que intentar ser pedante como yo para recaudar el prestigio de las apariencias en la filosofía, de Platón a Bradley, si diseñáramos un arco sencillo. (Si diseñáramos, en cambio, un arco superciliar, mucho tardaríamos en encontrar su clave de bóveda. ¿Tienen?) El corazón, o por lo menos la palabra “corazón” quedó condenado al mundo de aquello que un poeta denomina “neocursilería”, aun si apeláramos a los filósofos (“hay cosas del corazón, que la razón no entiende”). Había un poeta argentino que se quejaba de que la palabra “corazón”, que en inglés, francés y alemán es de una sola sílaba, fuera en castellano un trisílabo agudo agravado por la taquicardia adicional de la tilde. Quiero vale cuatro.

El planteo de Cupido, de una austeridad asombrosa y casi evasiva, poco tiene que ver con las asociaciones de ideas rápidas, aunque las asociaciones de ideas nos sirvan. Yo me quiero casar, ¿y usted?, éxito pretérito y programático, conducido por Roberto Galán y producido, creo, por Blackie, prodigaba simpatía y secretarias (¿o era Si lo sabe cante el de las secretarias?). La nostalgia prodiga a su vez perplejidades, enigmas, confusiones. Creo que Galán le había presentado Isabelita a Perón. Partía, por lo tanto, de un éxito garantizado.

Los jóvenes deben ignorar que el personaje de marras –melena canosa y tupida, bigote de mosquetero suplente– tiene una biografía más entretenida que la que hoy le atribuyen a Serge Gainsbourg, y una precedencia luminosa. En la leyenda se le computaban garbanzos por haber sido, como René Crevel, un cafishio de fuste. La Mistinguet y Joséphine Baker figuraban, en carácter de no sé qué, en su lista.

En Cupido, cuyo primer ciclo duró en MuchMusic de 2001 a 2003, no hay un conductor “canchero”, capaz de captar al vuelo las insinuaciones con las que puede sugerir un chiste procaz, ni un tarambana obsecuente, capaz de conducir a la víctima y su escolta a la apoteosis consecuente de risas y aplausos. En Cupido hay plano y contraplano, el suspenso inherente, que es como un McGuffin sustantivo, sustancial, y la voz incomparable de Franco Torchia.

La voz y las inflexiones de Franco Torchia (autor del guión, además) son especiales, únicas. Descartan la complicidad obvia y el cinismo, instalan una conformidad imperturbable. Las palabras de Franco obedecen a una retórica que nunca reniega de la sintaxis, que acomoda la escena con una pertinencia digna de Bresson. Había esos sillones que con ingenuidad congénita se llamaban “tú y yo”. La habilidad de Franco Torchia para ubicar en un ámbito acústico una escena paralela, periférica, suple esa persuasiva o disuasoria cadencia del clisé con una inviolable intimidad real, nos obliga con cortesía a participar de lo íntimo sin apelar a la obscenidad.

El culto a la imagen, la aceptación sumisa de que “vivimos una experiencia visual” parece haber borrado en muchas personas inteligentes –vistoso porvenir de una ilusión– cualquier atisbo o antecedencia objetiva de crítica. Hay personas que acentúan el arco superciliar de desprecio físico, verdadero, sin diseño –es el único ejercicio intelectual que practican– para rechazarnos cuando nos enrostran sin misericordia por ellos mismos: “Yo no miro televisión”.

Me gusta imaginar el paraíso vocacional de estas “almas bellas” en la planicie paralela de un planeta feliz y feraz donde el rechazo y el desdén por la vulgaridad de un medio masivo divulga y disemina conclusiones dignas de una inmersión tan profunda en las aguas termales de la alta cultura que son capaces de suprimir de nuestro indulgente campo visual y nuestro vocabulario un impulso que contenga en la misma oración “Maradona y Wittgenstein”, “Tinelli y Bourdieu”, “Rial y Drieu La Rochelle”.

¡Viva Cupido!


Cupido vuelve el viernes 21 de septiembre a las 23.00 hs por el canal de cable TBS veryfunny. Se emitirá todos los lunes, miércoles y viernes a las 23, y se repetirá los sábados a las 14, y los lunes, martes y miércoles a las 11 y a las 18.

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Los que quieran participar del programa pueden llenar el formulario en www.cupido.canaltbs.com
 
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