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Domingo, 24 de febrero de 2013

TEATRO > UN HALLAZGO: LA HISTORIA... ¿CONTINUARá? O FRANK CAPRA SUBE A ESCENA

Mr. Smith viene a Buenos Aires

El poderoso CEO de un holding informático planea un negociado en complicidad con un grupo de senadores que deben aprobarlo. La muerte inesperada de uno de ellos lleva a un inocente ciudadano a reemplazarlo en la banca. El aceitado mecanismo de negociados se ve, de pronto, enfrentado por una voz que alza los principios básicos de la democracia. En los albores de la Segunda Guerra, el gran Frank Capra filmó en Mr. Smith go es to Washington una luminosa fábula sobre el poder, la corrupción y los monopolios mediáticos. Una inesperada y bienvenida adaptación al teatro porteño carga de presente aquella joya de Hollywood. Y lo hace con lucidez, placer y potencia.

 Por Paula Vazquez Prieto

“Se trata de una fábula”, decía Graham Greene en su crítica de Caballero sin espada para The Spectator, en enero de 1940. Una fábula que mostraba a un hombre honesto luchando incansablemente contra la corrupción política y la manipulación mediática, para defender principios e ideales que fueron el sostén de la democracia desde su institución. Mr. Smith goes to Washington –título original de la película de Frank Capra– fue la obra política cumbre de uno de los directores más importantes del cine clásico, considerado a menudo un idealista sin remedio, ferviente creyente en las bondades del hombre común, defensor a ultranza de la voluntad inquebrantable de aquellos que creen que el cambio es posible, aunque sea a partir de pequeños gestos.

La historia del joven Smith, el provinciano entrenador de boy scouts que, por esas cosas de la vida, termina ocupando una banca en el Senado y así erigido en el prototipo del héroe de alma buena e inocente, sirvió a Capra en los albores de la Segunda Guerra Mundial –todavía bajo el influjo de las políticas regeneracionistas de Roosevelt– para construir su mejor retrato de un mundo de contraluces, donde se avizoran los intereses de corporaciones que imponen su dominio, condicionando indefectiblemente el bienestar de la sociedad. Los ecos de ese conflicto sordo, motivado por egoísmos desmedidos que ya parecen inmemoriales, se hacen audibles hoy en día en nuestra escena cotidiana, y por ello han sido el punto de partida de la obra de teatro La historia... ¿continuará?, que se reestrenó el sábado pasado en el Teatro La Ranchería.

Con dramaturgia de Jorge Venturini y dirección integral de Jorge López Vidal, la obra –que ya había estado en La Ranchería en 2012– recupera el hilo argumental de Caballero sin espada en una puesta austera, equilibrada, entre constantes cambios de espacio –creados por las luces y algunos elementos de la escenografía–, pero sobre todo ingeniosa por la incorporación de imágenes cinematográficas en blanco y negro que emergen de una pantalla ubicada al fondo del escenario. La película es omnipresente para los actores, que interactúan con una naturalidad envidiable con las sombras fantasmales de James Stewart y el monumento imponente de Abraham Lincoln en pleno Capitolio. Según cuenta Venturini, “cuando vi hace tiempo Caballero sin espada, dos cosas llamaron mi atención: que fuera una historia tan bien contada, tan bien estructurada, con personajes que sufren cambios profundos durante su desarrollo, y sobre todo que fuera una denuncia tan fuerte sobre el poder de los medios de prensa y su intervención en la política”.

No es solitario ese gesto de Capra hacia fines de los años ’30, cuando en EE.UU. ya llamaba la atención la inocultable influencia política y económica que tenían monopolios mediáticos como el de William Randolph Hearst, magnate que inspiraría la sátira corrosiva de Orson Welles en El ciudadano, apenas dos años después. Los medios se posicionaron en el seno de la discusión política durante el período de entreguerras, pese a la convicción mayoritaria de que defendían los intereses de la opinión pública y mostraban imparcialmente la realidad. De hecho, en esos años, el cine cuestionaría en más de una oportunidad su función y su responsabilidad pública en películas como Furia (1936) de Fritz Lang –sobre la condena social a un hombre injustamente acusado de un crimen–, Ayuno de amor (1940) de Howard Hawks –sobre la incidencia de la información mediática en el destino de final de un convicto– o Juan Nadie (1941) del mismo Capra, donde un vagabundo se convierte en un líder social gracias a los artilugios de una periodista y un ambicioso empresario con ambiciones políticas.

Cuando autor y director dieron forma a la idea de hacer una versión teatral sobre Caballero sin espada, un poco por admiración a Capra y otro poco porque la temática se mostraba más que actual en nuestro país, la primera decisión dramática fue “mantener el desarrollo de la acción en Estados Unidos, en el año 1939, como una manera de crear un efecto de distanciamiento respecto de la denuncia”. Otro tiempo, otro lugar, pero los mismos conflictos y dilemas que interesaron a un inmigrante siciliano, vendedor de diarios en su infancia, en una nación que prometía tierra fértil al gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, como rezaba el discurso más famoso de Lincoln. La humildad, la solidaridad, la lucha por la Justicia sobrevuelan con notable naturalidad una historia lejana y propia a la vez, que se hace íntima para nosotros por esa maestría del relato que admira Venturini en Capra. La misma que le recuerda a Graham Greene, en su crítica del ’40, al quehacer novelístico de Charles Dickens, a la ambigua moral del teatro victoriano, al esqueleto inoxidable de la comedia clásica.

Lo más virtuoso de la obra de Venturini y López Vidal es haber captado la esencia del sueño de Capra tras la aparente simpleza de su mirada, tildada de ingenua y patriotera por los críticos más suspicaces. El sueño de quien cargó con la marca de ser inmigrante italiano en EE.UU., de quien tuvo que convencerse de la necesidad imperiosa de defender al país que se convirtió en su hogar en el momento justo en que se enfrentaba con su vieja Europa, de quien mostró sus dudas y contradicciones en la piel de sus personajes y en esos finales felices motivados por confesiones arrepentidas o golpes de suerte y casualidad (como Dickens había pergeñado la transformación del viejo Scrooge en Cuento de Navidad). El mismo que volvió amargado tras la guerra para corroborar que Hollywood había cambiado, para ver el fracaso de su productora independiente Liberty Filmes en 1951, para descubrir que su compromiso patriótico desembocaba en la persecución y la tiranía macartista. Detrás de ese sueño de cristal que edificó la dignidad de su señor Smith, detrás de la conversión arrebatada de la cínica Clarissa –interpretada en la obra por una sólida Lorís Carral en una auténtica evocación de la genial Jean Arthur– late el costado más amargo de su obra. El que coquetea con dejarse vencer, el que percibe la amenaza constante de la derrota, el que intuye que el enemigo de la democracia está más cerca de lo que se cree, y el que inunda ese alegato final sobre la esperanza de las causas perdidas en las sentidas lágrimas del cansancio y la impotencia.


La historia... ¿continuará?
La Ranchería (México 1152)
Sábados a las 21
Entrada $ 50
Reservas: 4382-5862
www.teatrolarancheria.com.ar

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